El desarrollo civilizatorio de los seres humanos ha estado aparejado a la existencia de reglas escritas y convencionales. Abarcan o tutelan los derechos de terceros.
En las democracias, el Estado debe garantizar la libertad de expresión precisamente porque la pluralidad es un indicador central del grado de civilización en las sociedades. Esa libertad implica la crítica política y, entre ésta, el sarcasmo y el humor. Nos guste o no ese sarcasmo o humor. A mí no me gusta el humor de los caricaturistas del periódico La Jornada, por poner un ejemplo, pero entiendo y aliento su derecho a expresarlo. Lo mismo me pasa con Chumel Torres, su humor me parece anodino e incluso ofensivo (aunque yo también forme parte de los criticos del gobierno mediante otro tipo de ejercicios). Pero más allá de mis pareceres él y todos tienen derecho a expresarse como mejor les parezca.
Hay bromas agresivas. Más aún, la agresión se ha expandido tanto que se expresa también arropada en el chiste, incluso es una forma de normalizarla porque, además, como he dicho, el emisor tiene todo el derecho a expresarlo y los depositarios del escarnio la obligación de aceptarlo, en el terreno moral, porque deberían reír de sí mismos, se dice, y en el terreno de la libertad, que el dibujante o comendiante lo puede hacer.
En mi opinión, ese tipo de agresión no puede o, más bien, no debería quedar impune. Dejo a los expertos en derecho los recursos de los que dispone la persona afectada. En cambio anoto otra variable, tomando como base lo sucedido durante la entrega de los premios Oscar a lo mejor de la filmografía según la Academía de Hollywood.
Frente a una audiencia televisada de más de diez millones de personas, el comediante Chris Rock se burló de la alopecia de Jada Pinkett, esposa de Will Smith quien, al notar que aquel chiste le disgustó a su pareja, una broma relacionada con G.I Jane, personaje estelarizado por Demi Moore en la cinta del mismo nombre estrenada en 1997, se levantó de su asiento, abofeteó al comediante y regresó a su lugar profiriendo obscenidades que la cadenas de EU censuraron.
Como es entendible, el episodio captó la atención de la mayoría de los expectadores en vez de la saludable polémica que podría comprender una fiesta de reconocimientos a lo mejor del cine según la industria norteamericana. El video se viralizó en cuestión de minutos e incluso opacó otra agresión ocurrida durante la ceremonia. La conductora Amy Schumer le dijo a Kirsten Dunst “relleno de asiento”.
Chris Rock y Amy Schumer agredieron arropados con el cobijo de un espectáculo. La actitud de Will Smith ha sido criticada, también como parte del show. El respetable toma partido y en algunos casos aplaude y en otros denuesta y pontifica. Es el tribunal de las audiencias que ejercen su derecho a la opinón, incluso hasta para dictar lo que el protagonista debió hacer si quería quedar como un caballero: salir de la sala con su esposa para hacer patente su enojo y listo.
La ley protege al comediante, y él podría demandar (al momento de redactar esa pieza no se ha dicho algo al respecto). En mi opinión debemos subrayar que el agresor es Chris Rock y la agredida es Jada Pinkett. Lo que hizo Will Smith no es parte del mejor mundo posible, sin duda (y como he dicho, podría ser sujeto de una demanda), pero al menos yo entiendo bien lo complicado de un contexto en el que, ante millones de personas, alguien se burle de un ser querido. Nunca he pontificado en mi vida y no lo haré ahora. Es decir, no diré cómo debe comportarse o no alguien. Entiendo, eso sí, que si alguien se mete con un ser querido mío para hacer escarnio público (o circunscrito) de éste yo, muy probablemente, habría hecho lo mismo. Las bromas también tienen un límite.