Ante el resultado inesperado que dejó para el oficialismo la marcha del 13 N al presidente no se le ocurrió una mejor manera para demostrar que es el hombre más poderoso del país que convocar a una marcha para responder a la movilización por la defensa del INE. Dentro de los argumentos que arguyó el mandatario para marchar señala que muchas personas querrán venir del interior del país a festejar el cuarto aniversario de su triunfo y que es necesario medir el apoyo a la transformación del país que él encabeza.
Cuando ganó en el 2018 López Obrador pensó que la gente votó por él, por su personalidad, por su larga lucha en la izquierda, por su perseverancia, pero nada más alejado de la realidad, el voto del 2018 fue un voto de hartazgo y de castigo en contra de los partidos que hasta ese momento habían gobernado México. El anhelo de la ciudadanía de tener gobiernos más eficientes, más transparentes, más incluyentes, más honestos, eran parte de las demandas que la ciudadanía planteó en el 2018 y por eso depositó su confianza en la izquierda.
Hoy esa expectativa y esperanza ha quedado en el olvido, ante las recientes movilizaciones en torno a la defensa del INE el presidente ha decidido responder y lo ha hecho convocando a una marcha para medir el nivel de fuerza, lo hará utilizando todos los recursos públicos y humanos que desde el poder el mandatario puede utilizar.
El presidente creyó que por la votación que obtuvo y su alta popularidad podía hacer lo que quisiera, por eso planteó desde un inicio que él y nada más que él representaba un movimiento transformador, solo que su transformación la ha centrado en imponer, destruir y dañar.
Canceló la construcción de un aeropuerto y construyó uno que nadie utiliza, impone una Guardia Nacional que él cree es la mejor opción en materia de seguridad, desaparece las escuelas de tiempo completo, las estancias infantiles, el seguro popular, todo sin dar una explicación más allá del lugar común que había corrupción, lo hace porque es el presidente y tiene una mayoría en el Congreso que hace ciegamente lo que él dice.
Sin embargo, con su iniciativa de reforma al INE las cosas no han funcionado como él esperaba, en su afán transformador ha dañado a la institución limitándola presupuestalmente, el cambio que propone no tiene fundamento, alega que los consejeros actúan facciosamente pero el desempeño electoral de su partido ha sido altamente exitoso, sin ninguna interferencia por parte de la autoridad electoral.
El presidente considera que el mandato que le dio la ciudadanía le da el derecho a destruir todo lo que considera un obstáculo, pero la marcha del 13 de noviembre le dejó en claro que la ciudadanía no está dispuesta a seguir tolerando esa política de destrucción. Eso también provocó que fueran las clases medias las que principalmente se volcaran a las calles, un presidente que todos los días las critica, las tacha de hipócritas, conservadores y corruptos, tarde o temprano tenía que responder y lo hizo. Las clases medias encontraron en la iniciativa sobre el INE un punto de quiebre y una ruptura con el proyecto político que representa López Obrador.
La gente salió a manifestarse, no en la defensa de un individuo, ni de la defensa de algún privilegio de clase, ni de un partido político, como lo quiere hacer ver el presidente, las personas salieron a marchar para defender sus derechos políticos, para defender aún y con todos los problemas que puede tener el sistema electoral mexicano, el que siga funcionando con la imparcialidad que hasta el día de hoy lo ha hecho.
La movilización en las calles a favor del INE es legítima y surgió de una preocupación genuina de la ciudadanía. La reacción del presidente fue convocar a una marcha en la que estará acompañado de distintos grupos de personas: las personas que marcharán porque apoyan ciegamente al presidente y creen en sus buenas intenciones, las personas que apoyan la destrucción del régimen y están convencidos que la destrucción de las instituciones es lo que le conviene al país y los que estarán ahí por conveniencia, para mantener los privilegios obtenidos de su apoyo al régimen o para seguir recibiendo los apoyos sociales, todas esas personas marcharán a favor de una persona no de una causa.
Una marcha organizada desde el poder solo es un fiel reflejo de la desesperación que comienza a percibir el régimen, sabe que en el ánimo del país el voto de confianza depositado en el presidente se ha terminado, la demostración de fuerza que intentará dar en unas semanas solo reflejará su debilidad, que el presidente ya no tiene el control de la narrativa y que la gente ya no es ajena a lo que opina o hace el presidente y se moviliza.
El día 27 de noviembre el presidente podrá proclamarse el rey de las marchas y de la movilización, pero esa marcha carecerá de legitimidad, no surge de una demanda ciudadana, es organizada desde el poder para curar el ego herido de un líder. Los actores políticos que marchen a su lado formarán parte de una representación grotesca, del capricho y resentimiento de una persona.
Cuando se muestre la imagen del presidente ante un Zócalo repleto levantando la mano en señal de triunfo, será una imagen similar al día en que se declaró presidente legítimo, la de una persona que es incapaz de aceptar el resultado de una elección o que intenta negar una realidad, esa realidad muestra que una parte importante de la población no está de acuerdo en la forma de gobernar del presidente.
Iván Arrazola es analista político y colaborador de Integridad Ciudadana. @ivarrcor