Buena parte de la vida del PRI se fincó en gobernar, era como su condición. No se pensó en otra cosa quizá porque no había por qué pensarlo. El tricolor existía por ser gobierno, más que por ser un partido político. Para muchas generaciones PRI y gobierno eran lo mismo; con esa concepción crecimos.
Durante mucho tiempo ganaba elecciones con sólo presentarse, los priistas no tenían de qué preocuparse. Su problema estaba más bien en la selección de sus candidatos, se daban con todo, el resto salía con sólo echar a andar la maquinaria.
Eran tiempos en que las opciones estaban en proceso de crecimiento y evolución. El PRD estaba en construcción, después de las elecciones del 88, y el PAN estaba en proceso de la búsqueda de mayor identidad y presencia.
En el PRI-gobierno no imaginaban, o no querían ver, que el país estaba pasando por una transformación, la cual no necesariamente se veía de manera palpable, andaba en los terrenos de lo invisible y visible, pero un hecho era cierto: no había manera de no tomarla en cuenta.
Muchas cosas pasaron en el país en los 80 y 90 que no vieron o menospreciaron. La crisis, que pinta para ser el principio del fin del PRI, es producto de muchos años, lo cual incluye particularmente al sexenio pasado.
Los militantes priistas, que los había en buen número y que se distinguían por su convicciones y defensa del partido, fueron olvidados. El PRI-gobierno sólo los empezó a ver como votos; a la militancia la alejaron y obviamente se alejó.
El PRI-gobierno se fue convirtiendo, como nunca antes en su historia, en un ente de cúpulas que sólo atendía y pensaba en las cúpulas del país.
Con muy pocas excepciones, sólo en algunos de los programas sociales que instrumentó Peña Nieto fueron buenos y acreditados. El resto de su gobierno fue la concesión de todo tipo de prebendas a las cúpulas y sus cercanos, el resultado está a la vista.
La votación de las elecciones del año pasado tuvo varios destinatarios, el más señalado fue el expresidente bailarín emanado del PRI y, por supuesto, al PRI mismo y todo lo que tuviera que ver con ello.
No se ve cómo lo que queda del tricolor tenga remedio. Los presagios de que va a terminar siendo una especie de chiquipartido, afín y dependiente de Morena, parece ser el inevitable siguiente paso en el proceso de principio del fin.
Desde 1994 se veían venir problemas serios. Recordemos el desprestigio bajo el que quedó el sexenio de Carlos Salinas, lo cual pasó a segundo plano por las consecuencias que trajo para el país, para las elecciones del 94 y, para el PRI, el brutal asesinato de Luis Donaldo Colosio.
Medio hicieron acuse de recibo con motivo de las elecciones de 1988. Muy probablemente triunfó el ingeniero Cárdenas, dicen que se les “cayó el sistema”, pero se pusieron la banda y se sentaron en la silla; el aviso estaba más que dado.
El lío que se traen las cúpulas del PRI con motivo de su elección del Comité Ejecutivo, da una dimensión precisa de lo que es hoy el tricolor y hacia dónde puede ir su precario futuro. El proceso está desaseado desde donde se le vea, y se intuye, en función de lo que está pasando, que hay muchas manos metidas en el mismo.
Se asegura que el Presidente está entre quienes están metiendo las manos. López Obrador lo ha negado categóricamente pero si alguien les conoce sus mañas y formas es precisamente él, las cuales en algo se parecen, por cierto, a las de Morena.
Todo indica que Alito ya trae las bendiciones de dentro y de fuera.
RESQUICIOS.
Pero qué necesidad: “…este tipo de policías estaban acostumbrados a estar en el Holiday Inn y comer en bufet, entonces no, aquí es otra condición, es una 4T… Tienen las mismas condiciones que tienen las Fuerzas Armadas, si hubiese habido una respuesta positiva de la Policía Federal cuando estaba integrada, no tuviéramos estos problemas. Eran fifís y quieren seguir como fifís”: Francisco Garduño, Comisionado del INM.
Este artículo fue publicado en La Razón el 21 de junio de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.