El Presidente no deja pasar nada. No permite vacíos en lo que tiene que ver con él y tiende a responder sin importar la relevancia que pudiera tener el tema.
No deja pasar las cosas, lo que no quiere decir que sus respuestas o planteamientos no sean cuestionados. Se puede contradecir, pero a través de sus desarrolladas capacidades sabe cómo darle vuelta a los temas o, de plano, cambiarlos para introducir una nueva idea que le permita darle pie para hablar de otro asunto.
Las respuestas rápidas no necesariamente son lo mejor ni significa que se tiene la razón. Tienen el efecto de la inmediatez que provoca que en un primer momento la idea dé certidumbre, conocimiento y seguridad.
La prontitud al responder puede crear en el imaginario colectivo que se tiene razón. Puede ser una estrategia de gran efectividad, el problema acaba estando en si las respuestas ofrecen salidas, soluciones y claridad.
Estos procesos en un país con nuestra historia no son nuevos. Si revisamos lo que ha pasado en los últimos 40 años, al menos podemos confirmar que lo que estamos viendo respecto a la figura, el poder y el discurso presidencial tiene rasgos comunes con el pasado.
Por más que medios, redes y críticos del Presidente planteen informaciones y argumentos distintos, el peso del Presidente es tal que lo que dice acaba convirtiéndose en lo que “es”.
López Obrador lo sabe y por ello repite la fórmula en su ejercicio cotidiano. Entiende como pocos los tiempos y además sabe cómo empezar sus mañaneras, qué temas abordar y hasta dónde llegar.
El Presidente tiene claro que con todo y los inevitables altibajos las mañaneras, y que en ocasiones le arrebaten la agenda, él es quien la lleva. En más de una ocasión hemos visto cómo logra poner temas en la mesa que lo vuelven a colocar en el centro en medio de temáticas que le son ajenas.
López Obrador es el referente diario porque no sólo es el Presidente poderoso, sino porque también conserva una invaluable popularidad, y porque además siempre tiene algo que decirnos. Puede gustar o no que ponga música, que haga referencia a escritores o personajes públicos, pero lo cierto es que está diariamente en la atención de nosotros, medios y redes.
Sin embargo, hay cosas que, si bien hoy tienen un efecto positivo, pueden adquirir otra dimensión en el mediano plazo. Sus rápidas respuestas a todo lo que le preguntan sin importar en ocasiones qué es exactamente lo que dice, va dejando un historial que tarde que temprano se puede revertir.
El Presidente ha dicho que quiere pasar a la historia, pero va a enfrentar al paso de los años confrontaciones y eventualmente desmentidos. Los “otros datos” en un gran número de casos no se conocen, lo que pudiera evidenciar que muchas preguntas e informaciones que se le han planteado eran efectivamente ciertas.
La memoria puede ser efímera y cortoplacista, pero la historia se encarga de analizar, explicar y dar cuenta de la vida de los hombres y las naciones.
Hemos insistido en que lo puede alcanzar la terca realidad no como una fatalidad, sino como algo que se debe contemplar en el análisis y evaluaciones diarias que se presume deben tener para abordar temas como éstos; la verdad se construye colectivamente.
La mirada amplia de país construye al país. El hecho de que el Presidente se mueva de manera distinta e inédita le da una gran ventaja y reconocimiento, pero esto no quiere decir que en muchas cosas su gobierno y él tengan que empezar de la nada.
Si el gobierno se ve a sí mismo como parte de la gobernabilidad estará también viendo al país.
RESQUICIOS
Una opción ante el regreso a clases puede estar en decidir sobre la marcha. Hay que buscar que las familias estén lo menos tensas posible. Si no se quiere regresar el lunes, no hay que hacerlo, y si al regresar se generan dudas y riesgos habrá que de nuevo tomar clases a distancia. La clave está en la comunicación entre las familias y el aparato escolar.
Este artículo fue publicado en La Razón el 23 de agosto de 2021. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.