Quizá muchas de las voces que se escuchan sobre el domingo tengan más que ver con buenos deseos o aspiraciones, que con la terca realidad. Se entiende que se hable del voto útil y los indecisos, pero tenemos la idea de que la sociedad mexicana, más que querer a López Obrador, si algo quiere es deshacerse de quienes han gobernado el país, por lo menos desde el año 2000.
Estos días nos hemos llenado de especulaciones acerca de las elecciones. En los campamentos de Meade y Anaya se imaginan, o sueñan, según se quiera ver, con la posibilidad de que lo que hoy parece un hecho consumado se pueda revertir.
Todo se define el domingo, pero de alguna u otra manera todos sabemos que esta elección se viene definiendo desde hace tiempo. La historia reciente de nuestro país hizo revivir a un personaje que hace seis años se veía perdido y casi fuera de la escena política y del imaginario colectivo.
Los años recientes de Peña Nieto le dieron algo así como aire y vida a López Obrador. Desde el periodo electoral de hace tres años se empezó a vislumbrar lo que podía pasar si el gobierno no cambiaba y respondía a una sociedad activa y enfadada. Morena, o sea López Obrador, sentados en su casa recibieron los beneficios.
El gobierno estaba, y se sigue viendo, sin rumbo y lejano de la gente; sólo estaba cerca de quienes lo adulaban o no lo cuestionaban. El error ya le ha costado caro y le va costar aún más de lo que significa perder el poder.
López Obrador deberá entender que muy probablemente, quienes adulaban y defendían a Peña Nieto están a nada de tratar de hacer lo mismo, pero ahora con él. Ya lo tienen en la mira, bajo una especie de vendimia política y sobrevivencia.
Parece que nadie en el actual gobierno se dio cuenta de la hecatombe que estaban provocando. La soberbia, la falta de autocrítica y pensar que se podía gobernar con todo el aparato y la maquinaria, evidentemente de la mano y al amparo de los incondicionales medios de comunicación, tienen hoy al PRI, al PAN y lo queda del PRD, al borde de una derrota histórica.
Si a esto se suma lo sobrado que están en el gobierno, todo adquiere una lógica. Creen que se puede gobernar dentro de las cuatro paredes de Los Pinos.
Si les da por la reflexión y la autocrítica, lo cual se ve difícil, porque ésta ha sido su divisa estos casi seis años, se podrán dar cuenta de que si López Obrador triunfa el domingo ellos son, en buena medida, los artífices de su victoria.
El candidato de Morena que, por cierto, si algo ha querido hacer es presentarse como parte de un movimiento y no como un partido político, a sabiendas del descrédito de estas organizaciones, tiene la capacidad de leer a sus adversarios.
Nadie como él tiene la intuición de saber cómo actúan; el tabasqueño era uno de ellos, hasta le hizo un himno al PRI.
El gobierno ya no tiene tiempo de nada. Ya perdió, gane quien gane. Todo tiene como eje la crítica y el descrédito acerca del futuro de Peña Nieto. Lo que hoy se ve es la Casa Blanca, la desaparición de 43 estudiantes en Iguala y la corrupción. La torpeza con que se manejaron estos asuntos y la confusión en el manejo comunicativo llevó al gobierno a la muy segura derrota del domingo.
Parece claro quién va a ganar; de lo que ya no hay duda, es quién va a perder.
RESQUICIOS.
Durante el regreso nos enteramos de la derrota ante Suecia. Sin saber bien a bien qué pasó, un tres a cero no está para discutirse. No tenemos elementos para decir algo, pero sí para sumarnos a un largo ¡ouchchchchchch!… rumbo al país, que se sintió y escuchó en el avión.
Pasamos de rebote después de ser la sensación y parecer serios y competitivos.
Viene, para variar, un futuro incierto y futbolísticamente preocupante. Seguimos vivos, pero ya enseñamos nuestras debilidades. ¡Ouchchchch…!
Este artículo fue publicado en La Razón el 28 de junio de 2018, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.