Hace varios días dos leones fueron vistos mientras jugaban al sopapírame la papirola en una reserva natural de Masaia Mara, en Kenia, y hoy eso es noticia, pero no por la destreza felina para desahogar las ganas o por alguna pirueta inspiradora, lo es porque las autoridades del país pidieron que los animales fueran sometidos a terapia.
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Según un funcionario, el señor Ezekiel Mutua, sólo dos cosas explican ese comportamiento: los mininos “fueron influenciados por gays que visitaron el parque” y por ello “se comportaron mal, deben haberlo copiado de algún lado o es demoníaco, por lo que deberíamos aislar a esos locos animales”. El funcionario es censor de los contenidos fílmicos que circulan en Kenia.
Algunos medios que reseñan la nota escriben que los leones se estaban “apareando” aunque el término no es correcto pues éste alude a la reproducción. Pero sobre todo no dan contexto de que este es un comportamiento asiduo en la naturaleza (hace un año fueron famosos los leones de Botsuana, retratados en hermosas imágenes en abril de 2016) y que sucede en leones y leonas, (en macacos, patos y perros esto es asiduo), pero la homosexualidad ocurre en todas las especies.
Otra precisión que conviene hacer, aunque parezca obvia, es que a los animales les tienen sin cuidado el término “homosexual” y por ello carecen de los prejuicios y las admoniciones de los seres humanos que, como Ezekiel Mutua, consideran el acto demoníaco. En todo caso si de algo se privan los animales es de los sentimientos de amor que hay en los humanos y su expresión sexual en inconmensurables actos de abstracción que les permiten recrear sus propias esferas sensuales y eróticas y para ello, a diferencia de los leones, pueden mirar cine o leer literatura. Desde luego que el encuentro placentero, como sucede en todas las esferas de las preferencias, también puede incentivarse con el mero acto de darlo y recibirlo todo, tan dentro y tan fuerte, oscilante o trepidante, como cada quien decida y pueda. E incluso en esas hasta invocar a dios (oh, dios, más) o al demonio según las fiebres que hagan al clima propicio.
Pero hay otra diferencia sustancial: los animales no se entrometen en los devaneos de los otros, valdría la pena que siguiéramos su ejemplo. Qué ironía, esa actitud animal nos acerca más a la civilidad.