Libros, rosas y comercio

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¿Para qué sirven las ferias del libro? La respuesta más sencilla y acertada es simple: para vender y comprar libros, para hacer comercio. La solución a la pregunta, no obstante, puede tener más vertientes. Para llamar la atención sobre su trabajo, atraer editores y servir a sus públicos, los organizadores de ferias suelen acompañar la instalación de puestos de editoriales con programas de actividades de variados tipos. Alrededor de las ferias no falta la retórica que enfatiza la promoción de la lectura, aunque, en realidad, sea resultado improbable. Sin embargo, comerciar es justificación suficiente para las ventas de libros; hay mucho más en las ferias: todo es extra, aunque sea fundamental.

Desde hace 15 años la universidad nacional de México copió la práctica española —particularmente de Barcelona, aunque esté difundida en ciudades de otros países— de celebrar el Día del Libro, y de San Jorge, como pretexto para una feria alrededor de cada 23 de abril. La imitación de Barcelona se refleja en la alusión, en tales días, a  “Sant Jordi”, en vez de Jorge. Durante la Fiesta del Libro y la Rosa 2023, el pasado viernes 21, sábado 22 y domingo 23, de cuando en cuando, se oía por bocinas en el centro cultural de la universidad —principal sede de la feria— una grabación que explicaba la conmemoración. El audio hacía referencia a que la fiesta fue propuesta por el editor, periodista y traductor Vicente Clavel Andrés en 1923, en España, para “establecer una fecha en que se incentivara la compra de ejemplares”. ¿Se trata de un objetivo crudo, deleznable, como suele tacharse al intercambio comercial?

Andrea Chapela, Cruz Aljeandra Lucas Juárez y María Cristina Hall presentando Monstrua.

Es curiosa la tensión entre el propósito de vender libros y cierta retórica izquierdista de la feria llamada Fiesta. Algunos de sus foros tienen nombres como Utopía, Memoria, Esperanza y Equidad, de tonos simultáneamente religiosos e izquierdistas. El principal se llamó Foro Libertad y fue el que contó con transmisión por TV UNAM (sesiones que ahora son parte del canal en YouTube). Que yo sepa es mera coincidencia, pero no está de más mencionar que la rosa —generalmente sostenida por un puño— es, alrededor del mundo, símbolo de la socialdemocracia; esa forma aparentemente diluida de socialismo —respetuosa de la democracia liberal— pero no por ello menos errada en su orientación al intervencionismo gubernamental, que precisamente distorsiona prácticas como el comercio. Los apegados a la austeridad quizá vean como dispendio el regalar rosas —como se hace en la Fiesta— pero hacerlo da identidad a esta feria del libro.

Entre lo mejor de la fiesta estuvo su diversidad. No hablo de representaciones de género o cuotas étnicas —de lo que se ocuparon sus organizadores— sino de clases de autores. La de la Fiesta del Libro y la Rosa fue una variedad coherentemente acotada, en contraste, por ejemplo, con la Feria Internacional del Libro en Coyoacán, que se realizó entre el 24 de marzo y el 2 de abril. En el Jardín Hidalgo de Coyoacán hubo un momento delirante en que uno de los foros grandes era ocupado por un par de personas dedicadas a las redes sociales y un foro pequeño por un autor de narrativa de género. Este contador de historias hablaba exultante, como si se dirigiera a una multitud —pero para la cámara— ya que el reducido espacio habría estado prácticamente vacío, de no ser por quienes nos sentábamos por cualquier razón ahí por un instante y, sobre todo, por el equipo de la misma feria; habría dado lo mismo que el narrador transmitiera desde alguna habitación de su casa. El tono eufórico, en video o por escrito, es común a personajes que saben conducirse en redes sociales: hablan como si se comunicaran con el mundo, independientemente de que nadie, pocos o muchos los atiendan; lo importante es generar la impresión de que son objeto de interés de muchedumbres. Más significativo era el otro foro —no porque el abundante público estuviese interesado en quienes hablaban, dado que en la Plaza, en fin de semana, inevitablemente habría gente— pues ambos personajes expresaban cuestiones como que ella se consideraba a sí misma guapa —meramente era criolla— o el lugar común falso de que en México sí se lee, a partir de datos erróneos; por supuesto sin problematizar qué significa leer ni qué materiales serían los que se leerían. En cambio, en el Centro Cultural Universitario sí hubo escritores.

Los integrantes de la mesa ¿Se vale contar todo?

La diversidad de los autores invitados a la Fiesta del Libro y la Rosa corresponde con la pluralidad de la naturaleza de los libros, que no son sólo vehículos de poesía verbal, ni inevitables contenedores de calidad literaria o elevado nivel de pensamiento; sino que funcionan también como dispositivos de entretenimiento de los más variados tipos, además de fuentes de conocimientos que incluyen por igual la reiteración de supersticiones que la duda científica y la propaganda. En la mesa “Políticamente incorrectos”, el poeta Luis Felipe Fabre expresó varias ideas. Con una de ellas caracterizó al arte como un “espacio de negociación” que histórica e individualmente se ha desarrollado entre la “pureza” y la “impureza” (al mismo tiempo, y con su propia pertinencia, alguien más en la mesa se refirió a aquello que se la “pone dura”). Al incluir la negociación como elemento ineludible del acto creativo, Fabre escapa del romanticismo autolaudatorio de buena parte de los artistas que se postulan como carentes de contaminación; asimismo, el poeta identifica una dinámica de creación que efectivamente se enfrenta con su contexto, sin solución fácil o prescriptible a priori. A diferencia de esta reflexión, en la presentación de su nueva novela, La visitante (2022), Alberto Chimal mencionó —sin asomo de que el incidente le representase un dilema— que en algún momento sus editores le sugirieron en qué época debía ambientarse su historia (el novelista terminó ubicándola en una distinta). Conocer la escritura de ambos confirma que se trata de escritores contrastantes tanto en aspiraciones como en realización.

Los públicos interesados en ambos escritores no eran los mismos. Sospecho que la mayoría absoluta de quienes oyeron a Fabre no repararon en las graves implicaciones de varias afirmaciones suyas, llenas de acierto. ¿Conviene el diálogo entre concepciones divergentes? Parto de suponer que la diversidad, para ser un bien social, tiene que implicar interacción constante, no sólo coexistencia circunstancial o consumos cruzados debidos al exotismo. Puede haber escritores —propiamente literarios, enfocados al entretenimiento y de otros tipos— que tengan interés por dialogar con personajes con quienes no parecen tener vínculo alguno. La conversación no sería fácil, porque los puntos de partida son paradigmas escasa o nulamente relacionados. Probablemente sería necesaria la mediación desde la genuina comprensión y respeto de sus perfiles (esta creación de puentes es aspiración central del proyecto que trato de iniciar: TEOREMA, centro de artes y laboratorio de ideas culturales). Parte del equipo de “Vinculación y comunidades” del Centro Cultural Universitario Tlatelolco habló en la Fiesta sobre “metodologías de mediación inclusiva”. Al hacerlo abordaron una cuestión práctica para su centro —ubicado en un área desfavorecida de la ciudad— como su búsqueda de integrar niños sin casa a actividades del espacio. Esto es socialmente útil, pero quizá surge de una perspectiva que —sobre todo para otras localizaciones— adolece de ver como sujetos de interacción urgente, y casi única, a grupos definidos ideológicamente (caricaturizando la analogía: es equivalente al abultado conjunto de fotógrafos —sin originalidad— que coinciden en retratar “indígenas”). También hay que buscar la mediación e integración de públicos evidentes que, sin embargo, no participan de las artes en México: múltiples segmentos de las clases medias, innumerables graduados universitarios que no leen ni disfrutan de la oferta cultural… Como el comercio, el intercambio entre perspectivas es fin que no requiere justificaciones añadidas: no se trata de convertir a nadie, ni de llegar a acuerdos, sino de contrastar, tratando de ver las artes, y los sucesos del mundo, en su heterogeneidad.

Nadia Lartigue participando en La calle, ¿un lugar para expresarse?

Los días de feria del libro en el centro cultural de la universidad nacional estuvieron llenos de pequeños sucesos reveladores. En un caso que seguramente se repitió en diferentes puestos, un revendedor se llevó 11 ejemplares de un pesado libro publicado por la UNAM —rebajado a 150 pesos— libros que reaparecerán a la venta en Facebook o Instagram, a más del doble de ese costo, ¿distorsión o práctica legítima? También hubo generosidad de autores con su tiempo y muestras de paciencia ante gente que se les presenta con estrambóticas intenciones; la irresponsable ausencia de autores en el último minuto, situación ante la cual los editores tratan de salvar la situación con la mejor cara posible; las pequeñas turbas que en un par de momentos buscaron fotografiarse con alguien a quien yo —y a quienes pregunté a mi alrededor— a duras penas conocíamos como escritor; el reencuentro de conocidos (algunos aún por primera vez desde el inicio de la pandemia); el descubrimiento de nuevos amigos, los chismes… La cabida de lo humano porque al centro de la Fiesta del Libro y la Rosa estaba la actividad básica del comercio, un intercambio que vale en sí mismo y alberga posibilidades.

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