miércoles 03 julio 2024

Lo que han de ver los ojos

por Regina Freyman

…la persona que duerme se paraliza en su mayor parte,

pero los ojos se mueven por debajo de los párpados cerrados como si estuviera presenciando un melodrama urgente,

y el cerebro crece tan animado como en cualquier momento durante la vigilia.

Bill Bryson. El cuerpo

Y el monstruo no despertó. Me cuesta escribir tras la muerte de mi padre, no sólo es el sabor agridulce de mis sentimientos hacia él, o la trágica manera en que se dispuso a esperar la muerte. Es el zarandeo de un árbol genealógico en constante cambio, parece ficción pero uno se acomoda en el tablero a partir de las relaciones con los otros y quizás por eso cuando la muerte y las pérdidas nos rondan deviene la confusión sobre el sitio que se ocupa. Con ello también crece cierta liberación, se es libre de un pesado compromiso, de no ser capaz de mitigar un dolor que es ajeno, con trabajo se carga con el propio, se libera la agenda del compromiso “feliz” de cumplir con el evento de una historia que ya fue. Gracias a Alejandra no tuve que ver. Me quedé con el padre que me gusta, con la edad de nuestra última caminata juntos. Es verdad que como he dicho, el fantasma del otro, el durmiente que ya no despertó me acecha de noche, supongo que habitará por siempre el fantasma que respira en la torre de mis tormentos.

Un experto en aves, Richard O Prum escribe un libro maravilloso para explicar la belleza a partir de mil historias, míticas y desde luego científicas. Entre caminatas por el bosque y mañanas de bicicleta escuché su libro y luego, tras el confinamiento lo leí. Si hay una idea que resuena desde la pandemia es el innegable hecho de que somos cuerpo, atados a él, gozando y sufriendo por él. A mis 53 años hacer ejercicio es un motivo de salud, tanto mental como física, hacer ejercicio es como la píldora que deben tragar los niños en contra de su voluntad así que disfrazo con historias mi camino. Sin querer, mis elecciones han rondado el tema de la percepción y el cuerpo, prologué hace poco Odorama, la historia del olfato; otras veces hemos hablado de masturbación, del clítoris o el falo. Siento y vivo, aprecio a los escritores y científicos que con rigor nos cuentan los cuentos del cuerpo.

O Prum comienza con la historia de Argos Panoptes, un personaje griego que demuestra su teoría general sobre la belleza que en su opinión, sólo sucede, no tiene una explicación adaptativa más allá del capricho erótico de las hembras. Sí, al parecer la belleza es un artilugio de seducción para suscitar la procreación: un deleite para la vista que determina la elección del macho más atractivo. Experto en evolución O Prum facilita la comprensión de sus ideas a partir de tres, que sirven de santo y seña: la selección natural, la selección sexual y la teoría nula. La primera nos es familiar; la segunda no lo es tanto y consiste en explicar cambios adaptativos no necesariamente en función de mejoras en la especie sino en predilecciones vinculadas con el sexo que privilegian una cualidad en la especie sobre otra; la tercera es la teoría que supone que las cosas suceden sin explicación, sólo porque sí, a la mente humana esto no le gusta nada, la causalidad es adictiva y las preguntas sin respuesta angustiantes. El autor sustenta, a partir de estos tres conceptos la evolución de la belleza, una orientación estética que privilegian las aves y de ahí muchas especies hasta llegar a nosotros “Las aves parecen ser las más estéticas de todos los animales, excepto por supuesto el hombre, y tienen casi el mismo gusto por lo bello que nosotros”. Beauty happens es la premisa recurrente que inicia con la historia de Argos y la cola del pavo real.

La ninfa hija del río Ínaco y Meliá que se había convertido en sacerdotisa de la diosa Hera esposa del promiscuo Zeus comenzó de pronto a tener un sueño que no paraba de repetirse, en él, el dios Zeus la invitaba a entregarle su virginidad en el lago de Lerma, la ninfa atormentada por la situación contó el suceso a su padre quien consultó al oráculo. La pitonisa le recomendó echar a su hija de casa, era mejor no interponerse a los deseos de Zeus. El padre con dolor corrió a la Ninfa y ella comenzó a vagar por los bosques y los montes hasta que un día Zeus la sedujo. La celosa Hera echaba en falta a su marido que tenía días sin volver al Olimpo, se dispuso a averiguar si le estaba siendo infiel con alguien como era su costumbre. Hera estaba a punto de descubrir a los amantes, pero Zeus convirtió a la joven en una vaca, la diosa intuyó la argucia y le pidió a Zeus que le regalara a la vaca. Hera encargó a Argos Panopte que la custodiará durante toda su vida. Argos era un gigante de 100 ojos, de esos, sólo dos dormían a la vez y los otros 98 se mantenían despiertos, era el vigilante perfecto.

Zeus perdidamente enamorado de la ninfa decidió poner fin al cautiverio con el apoyo de Hermes. Hermes tocando magistralmente la zampoña encantó con su música a Argos y consiguió dormirlo; momento que aprovechó para degollarlo con su espada. Zeus furioso tomó los ojos de Argos y los lanzó a Hera indignado, en ese preciso instante pasaba la mascota de Hera, su animal predilecto: el pavo real. Los cientos de ojitos se posaron en su cola dándole la majestuosidad que tiene hoy.

Román Gubern en su libro Dialectos de la imagen dice: “…lo visible garantiza su existencia, mientras que lo invisible solo admite conjeturas.” Así, las conjeturas sobre la muerte de mi padre, sus últimas decisiones son conjeturas que se llevan las olas mientras persisto junto al mar.

De mi padre heredé la miopía, hoy operada no queda más que el recuerdo de la luna enorme que miramos por las noches los miopes, quizás la única desilusión cuando recuperamos la vista fina. Nos dice Gubern que la vista es el sentido más productivo, más en nuestra especie, el más citado como referencia. Y afirma que cerca del cincuenta por ciento de la actividad cerebral humana está implicada en el pensamiento visual. Somos los únicos animales que lloramos por motivos emocionales, una forma de lubricar el ojo y permitir que se eliminen “…las sustancias químicas nocivas producidas por el estrés.”

A mí me gusta llorar y jamás he temido hacerlo en público, lo acompaño de diversas emociones y hoy estoy un poco cansada de llorar de tristeza, así que imagino o especulo el final de ese durmiente. Especulo que por fin concilió la paz como quien concilia un buen sueño y aprecio que me haya liberado del peso de su historia. Amigos me preguntan por qué escribo y contesto que es para olvidar el pasado, para darle un acomodo en la cola de mi pavo real, para que me miren los muertos a la distancia y me permitan envejecer en calma. Descubrir nuevas historias y cruzar la frontera de lo que ellos se negaron a ver: la vejez.

Alejandra y Diego como promesas de una juventud compasiva transportaron el cuerpo de mi padre de un sanatorio a otro, a punto estuvieron de llevar al moribundo a su casa para darle un final si no feliz, al menos pacífico. Lo lograron, mi padre no despertó, quedo pasmado como un bello durmiente, atrapado en un sueño, dejándonos ir a todos como volutas de humo. Sus mil ojos poderosos como los de Argos se cerraron para siempre, en algún sueño tres niños corren presurosos a esconderse bajo la cama tras el claxon de ese vigía que seguro encontrará un pretexto para castigarlos; un sueño contiguo tiene a un padre sacando de una maleta juguetes de colores para esos tres niños que miran sonrientes, los recuerdos como cristales de un caleidoscopio dibujan la luz y tiñen las sombras.

Nos dice Gubern que mirar, ver y observar son verbos distintos. Mirar es un acto intencional y selectivo; ver es una respuesta fisiológica, una potencia de este cuerpo con ojos: “Por lo tanto, la mirada humana puede ser un dardo, una caricia, una orden, un insulto, una desaprobación, un interrogante, una declaración amorosa, una indagación, una súplica, una sumisión, una amenaza”.

Así la hipotética cola del pavo real de mi pasado me acaricia, me condena, me conforta y me entristece, por fortuna y como un abanico se repliega para permitir que el ojo del futuro me permita posar la vista en el horizonte de una vejez mía, nueva, repleta de nuevas historias.

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