Esta semana que termina resultó especialmente dura en lo que respecta a la emergencia sanitaria: el martes 424 fallecimientos en solo 24 horas.
Los contagios y las muertes se aceleraron, haciendo saltar por los aires las estimaciones optimistas y dificultado el establecimiento de medidas para el retorno paulatino a la “nueva normalidad”.
El Covid-19 abrió la puerta de la incertidumbre y por ahí se coló, como una serpiente la demagogia, el discurso técnico se volvió un ariete de los afanes políticos y eso añadió brumas a una situación en curso, a una crisis que requiere de estudio y reflexión, a la vez de acciones con resultados.
Hugo López Gatell cayó en la trampa de los reflectores y escuchó el canto de las sirenas. Vocero de la contingencia sanitaria, con habilidades de comunicación y técnicas, descuidó su propia tarea de informar con la verdad, por brutal que fuera, y trató de navegar para no contradecir los deseos de Palacio Nacional, primero negacionistas del poder letal del coronavirus y luego displicentes con las medidas de seguridad e higiene.
Caminó por un terreno minado que empezó a estallar cuando confesó que los datos de la vigilancia centinela no eran los reales y que había que multiplicarlos por ocho veces para conocer un estimado más aproximado a los contagios del Covid-19. Matemáticos como Arturo Erderly, señalaron que, de acuerdo a los propios datos oficiales, la multiplicación tendría que ser por 30 veces. Raúl Rojas, por su parte, explicó que los modelos de López Gatell dejan mucho que desear y no ayudan a la comprensión de un fenómeno como el Covid-19.
López Gatell ajustó su versión a una especie de matemáticas imaginarias y de modelos de recuperación, que no contradijeran la historia que se cuenta desde Palacio Nacional, donde no diagnostican los problemas y mucho menos se reconocen los errores.
Acaso por ello, lo que ha imperado es la bruma y no la claridad, al grado de que la negativa de ajustar los datos y realizar más pruebas para detectar casos de Covid-19, ahora dificultan la vuelta a las actividades por senderos más o menos seguros y estudiados.
Por eso se perdió en la defensa de una curva que no se aplanó, porque en ese momento resultaba imposible que así ocurriera, y trató de ajustar la comunicación a la supuesta contención de la pandemia.
El problema de fondo, lo saben López Gatell y su grupo de expertos, es que no estaremos seguros hasta que exista una vacuna y ello puede demorar años.
Los tiempos de la ciencia no suelen congeniar con los de la política y por eso los mandatarios de diversos países presionan a sus áreas de salud para que hagan anuncios que permitan terminar o atenuar el confinamiento.
Hace unas semanas, Anthony Fauci, el encargado de atender lap en Estados Unidos tuvo que apoyar los supuestos “beneficios” del Remdesivir, aunque estos no sean concluyentes y hasta existan alarmas de daños colaterales.
Fauci habló del tema en la Casa Blanca y tenía un poderoso incentivo para enfocarse en las buenas noticias: Donald Trump frente a él. Fauci es uno de los pocos equilibrios que existen y que limitan las ideas estrafalarias del presidente, pero hay ocasiones en que tiene que ceder.
López Gatell, por las mañanas algunas veces, y todos los días por las tares, optó por ajustar el conocimiento técnico a la política y ello, era evidente, tenía que salir mal, aunque esta semana triste de abril sea solo el preludio de otras todavía más oscuras.