Esta es la historia olvidada de un hombre sin nombre. Sólo se sabe que fue un historiador respetado por su erudición y que, un día, súbitamente sintió que no había recibido el reconocimiento que merecía. Los fantasmas de la inseguridad le hacían creer que sus colegas no lo consideraban entre los grandes estudiosos y que su trabajo pasaba desapercibido.
Llamémosle Teodoro Meyer a este viejo de 82 años de escaso cabello y barbas con bigotes ralos. O Lorenzo Cossio, como sea. Incluso Lorenzo Meyer. Es un sujeto de voz delgada, resentido e incapaz de comprender las enseñanzas de la Historia que él mismo prodigó en el Colegio de México y los medios de comunicación, donde cobró casi un millón de pesos al año. Es decir, durante su carrera Meyer registró al caudillismo como una tradición contraria a la democracia y al nacionalismo como el canto de las sirenas contra la globalización pero en el ocaso de su vida se dedica a defender a un caudillo y su égida nacionalista.
En la primavera de 2016 algún mensajero le informó al tirano de Macuspana de la existencia de aquel académico ansioso que, si recibiera buen trato, podría ofrecerle la patina intelectual de la que carecía el movimiento que éste encabezaba. Lorenzo tendría el reconocimiento del poder, los aplausos del pueblo que encumbra al tirano y, además, su hijo sería funcionario de su gobierno. Qué más le podría pedir a la vida. Cossio abandonó las aulas y, vaya ironía, se convirtió en el historiador oficial de la nueva era encabezada por el caudillo Andrés Manuel López Obrador autonombrada “Cuarta Transformación” a la que equiparó no sólo con la Revolución Bolchevique sino con algo más sublime para la construcción civilizatoria de la humanidad como la Revolución Francesa.
Teodoro afiló más su pluma pero esta vez para cortar con sus viejos colegas con quienes compartió la certidumbre de una transición democrática que ahora a él le parecía una farsa porque la verdadera ruta de la democracia es la que define López Obrador, sobre todo cuando pretendió aplastar la disidencia y destruir el andamiaje intitucional y legal que se comenzó a contruir con la reforma de 1977 que abrió paso por primera vez a la existencia de otras opciones políticas. Dejó el análisis para elaborar panfletos y, con proclamas de supuesto historiador, acusó a los españoles de portar la corrupción en México. O sea, Meyer acudió al tierno recurso de asignar la pureza a los indígenas e inmediatamente después alabó a su nuevo jefe porque busca rescatar la esencia de esas almas inocentes y castas. Ahora, igual que el caudillo que se cree único en el mundo, Lorenzo se cree el único historiador verdaderamente digno de reconomiento.
Cada que Teodoro se sumergía en su nuevo papel perdía su dignidad. Sus escritos fueron cada vez más serviles y propagandísticos. Sus antiguos amigos y colegas lo evitaban, sus estudiantes sentían pena por él y uno que otro le recordaba algunos pasajes de sus libros, cuando era un historiador serio. El último clavo en su reputación académica fue cuando aseguró que el presidente le había ganado en buena lid a sus opositores en el proceso electoral federal de 2024. Lorenzo Cossio no vio el operativo de Estado de López Obrador ni las irregularidades ocurridas durante la jornada del 2 de junio impulsados para sentar como fuera a Claudia Sheinbaum en la silla presidencial. Menos podría encontrar la pretensión de un Maximato como el que tanto dañó al país debido a la voracidad de Plutarco Elias Calles que buscó una mayor trascendencia a través de otros. No, Lorenzo Meyer ahora es un dócil pregonero del gobierno.
Por ese abandono de la inteligencia, este hombre viejo de barbas y bigotes ralos perdió su legado y con ello también extravió su nombre en medio de una paradoja porque, eso sí, tiene el reconocimiento de la tiranía mexicana.
