Independientemente de la infinidad de estereotipos y lugares comunes que hay sobre el estado de las cárceles en el país, es evidente que la mayoría de los casos son una auténtica pesadilla.
Con todo y que existen innumerables motivos por los que muchas personas están en la cárcel y que hayan pasado por juicios que las llevaron a ser sentenciadas, es evidente que dentro de las prisiones se vive una pesadilla interminable. Los presos están siendo castigados por lo que hicieron, pero ellos, dentro de los penales, también tienen respetables derechos.
Pensemos en quienes están en la cárcel por delitos menores o porque fueron detenidos como presuntos responsables sin que se les haya comprobado nada. Están en medio del burocratismo del aparato judicial, de la falta de recursos, léase “influencias”, y la consistente impunidad, a lo que se suma la eventualidad de que al paso del tiempo les llegue el olvido de familiares y del entorno en que viven.
Ahora pensemos en lo que le puede estar pasando a muchos jóvenes que se encuentran detenidos por delitos menores o por razones que ni ellos mismos entienden. Jóvenes que robaron, por ejemplo, un paquete de cervezas y llevan en la cárcel dos años o más.
Los registros muestran que no son pocos estos casos. Lo que a menudo sucede es que las policías detienen a los muchachos, los chantajean y en ocasiones los golpean; y si no consiguen lo que quieren, los llevan al Ministerio Público y de ahí a la cárcel, sólo por robarse unas chelas en el Oxxo.
Un dato que merece atención es que cerca de 90 por ciento de las personas que está en la cárcel se debe a que cometió delitos del orden común. Esto deja un 10 por ciento, más o menos, de detenidos por delitos mayores o por pertenecer a la delincuencia organizada. Lo que empieza a ser una constante es el ingreso de jóvenes a las cárceles.
Las razones son multifactoriales. Los jóvenes están sometidos por profundas condiciones de desigualdad, por la falta de oportunidades laborales y, en muchos casos, son afectados por descomposiciones familiares. Una variable más es que se les hace sentir ajenos a la sociedad en la que viven y a la que pertenecen.
A estas consideraciones sumemos que muchos de ellos, con sobrada razón, ven su futuro incierto, al igual que lo aprecian con enorme preocupación sus padres. Estamos todos metidos en un galimatías, en donde si alguien lleva mano son los jóvenes.
No tiene mucho sentido colocarse como juez y cuestionar a algunos jóvenes por tomar la decisión de integrarse a la delincuencia organizada.
Es probable que muchos de ellos tengan claro lo que hacen y en lo que se meten. Como sea, en lo inmediato, por más efímero y riesgoso que sea lo que eventualmente hagan, de la noche a la mañana se convierten en “alguien” y se hacen de dinero por el cual no se preguntan su origen, lo importante es que les ofrece salidas a ellos y particularmente a sus familias.
No hay gobierno que no presuma de trabajar y preocuparse por los jóvenes, es como una cantaleta constante y el actual no es la excepción.
Habrá que reconocer que en estos meses se han echado a andar proyectos que van teniendo un impacto inicial; sólo el tiempo podrá confirmar su efectividad y trascendencia.
La semana pasada se presentó una propuesta gubernamental que debe merecer todo tipo de atenciones. Es un proyecto de amnistía para liberar a tres mil 500 jóvenes detenidos por delitos menores.
Sin duda, la amnistía abona a la creación de mejores condiciones para la vida de los jóvenes y también para los estados de ánimo colectivos.
Andan trabajando en ello.
RESQUICIOS.
De manera brillante terminó el Mundial de Futbol Femenil. No hay quien le gane a EU. Juega bien, tiene un amplio sentido del juego y tiene en Megan Rapinoe, su capitana, una espectacular futbolista que además se le pone enfrente a Donald Trump y no canta el himno de su país como acto de protesta.
Este artículo fue publicado en La Razón el 8 de julio de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.