Por María Montoya
Vivir en la época moderna es tener al alcance de nuestras manos la última información en las primeras horas de la mañana. Una persona apenas despierta y ya caen en alguno de sus sentidos las más terribles noticias, ya sea por las redes sociales, por los noticieros matutinos, por la radio del transporte público o particular, por cualquier medio, pero siempre llegan.
La situación es crítica, pero fácil de explicar: ser mujer en México y particularmente en la CDMX en 2019 significa vivir aterrorizada: un día despertamos y nos enteramos del asesinato de Dafne Michelle; otro día cae muerta Judith Abigail y nos enteramos de que la familia de Fátima Quintana está en pie de lucha tras su muerte; Otilia de 70 años falleció tras ser golpeada y violada; una joven de 17 años es violada por fuerzas policiales en la alcaldía de Azcapotzalco ¿Cuál es el común denominador de todos estos casos? Hombres fuera de los márgenes de la justicia.
Después de leer una noticia tras otra, una tras otra, el estómago se revuelve, el miedo, el enojo y la frustración se apoderan del cuerpo, muchas ocasiones dan ganas de apagar el teléfono, el televisor, la radio, cerrar puertas, ventanas y no volver a salir nunca más; pero si hacemos eso tendríamos en título una guerra perdida.
Es por eso que decidimos salir una vez más tras las palabras de Claudia Sheinbaum y de Jesús Orta, que se atrevieron a señalar como provocadoras a un grupo de mujeres que estaban, no sólo vulnerables, sino enojadas, frustradas, pero también decididas.
¿Qué les pareció “provocador”? ¿El “terrible” y “violento” “atentado” con brillantina rosa? ¿Por qué señalar a las mujeres de provocadoras? ¿A caso para ser violentadas? ¿Para ser reprimidas? ¿Para ser asesinadas?

Inaudito que el gobierno haya utilizado la misma palabra que ocupan nuestros agresores, los que nos secuestran, los que nos golpean, los que nos violan. Dicen que provocamos con nuestra ropa; dicen que provocamos con nuestras horas de llegada; dicen que provocamos con nuestro vocabulario; dicen que provocamos con nuestra actitud.
Pues aquí estamos las provocadoras, unidas, fuertes, sin miedo y resistentes; y no vamos a quitar el dedo del renglón hasta que se nos garantice seguridad y justicia.
Feministas radicales, hoy en día nos llaman así a todas por muchas razones; una de ellas es porque no dejamos a los hombres acercarse a nosotras en plena lucha, algunos de ellos lo miran como situación personal, como un ataque de odio, es ahí cuando comienza la demostración del ego masculino, el macho mexicano, el persistente falocéntrico.
Creo, como feminista, que habrá un día en el que podamos compartir nuestra lucha con el otro género, pero por el momento no nos pondremos a separar a los hombres conscientes de los hombres machistas, de los acosadores o los violentos. Esa es una tarea muy complicada de llevarse a cabo en medio de la lucha contra tanta violencia feminicida.
Además, incluso a los hombres conscientes aún les hace falta aprender del feminismo como nos hace falta a nosotras mismas, es por eso mismo que no nos expondremos a la posibilidad de recibir un acoso en una marcha anti-acoso; no nos expondremos a que nos toquen la cintura para pasar en medio de una multitud; no nos expondremos a que nos pidan el número de teléfono; no nos expondremos a que estén armados; NO NOS EXPONDREMOS y es por eso que no habrá hombres cerca del movimiento.
Nos llaman feministas radicales por los destrozos realizados en el Ángel de la Independencia, en el Metrobús de la Glorieta de Insurgentes y en edificios aledaños, pero muchas mujeres que no acudieron a la manifestación del viernes 16 de agosto estuvieron a favor de nuestra movilización y sus acciones.
Es importante que nos preguntemos ¿Por qué tantas mujeres estuvieron de acuerdo con estas actitudes? Tanto de aquellas que realizaron los destrozos, como de las que sólo veían o que no fueron a la manifestación, independientemente de si eran o no anarquistas o radicales.
Solamente hay una explicación. Se llama indignación, enojo, cansancio, sed de justicia y frustración.
Nos cuesta trabajo entender que haya quienes no compartan estos sentimientos. Cómo es que, al escuchar, leer o mirar una y otra vez noticias de mujeres violentadas por hombres impunes, no se les revuelve el estómago con ganas de vomitar, gritar, llorar, y hasta de vengar.
Ahora bien, reitero: no todas las feministas somos radicales, pero cualquier pueblo va a buscar la manera de ser escuchado si tiene un gobierno sordo; y mientras más se ensordezca más van a olvidar muchos habitantes lo que era sólo hablar para pedir justicia.
Las mujeres de la Ciudad de México nos despertamos todos los días preguntándonos qué significa ser mujer en este país, un país con tantos problemas de seguridad y de educación; nos preguntamos qué será adecuado vestir y a qué hora será oportuno regresar; nos preguntamos si queremos mirar las noticias o si mejor hoy no.
Porque ser mujer es dudar si irte de viaje con un hombre es sentirte más segura; es estar con pendiente, temerosa y angustiada, de si tus primas, tus tías y tu propia madre han llegado a casa con bien.
Pero hoy las cosas han cambiado. Después de la movilización de las mujeres, ya sabemos qué significa ser mujer. Significa no tener miedo.
Significa saber que si la seguridad pública no nos cuida nos cuidamos entre nosotras; ser mujer es querer vivir con plenitud; ser mujer es no basar nuestra seguridad en nadie y buscar estrategias de protección y defensa nuestra; ser mujer es saber que existe la sororidad, pero también es entender que no por eso dejaremos de exigirle al gobierno: gritaremos y gritaremos hasta que nos oigan.
Porque ser mujer es reafirmar que somos un símbolo de fuerza, lucha y justicia.
María Montoya escribe y estudia teatro en el INBA. Es una de las jóvenes feministas que participó en la marcha #NoMeCuidanMeViolan.