Antes que nada, María Esperanza, le pido a usted que tenga la bondad de disculparme por escribir esta carta a máquina y no a mano como es debido. Elegí esta vía porque mi caligrafía no es diáfana ni firme y me frustraría que, por esas limitaciones mías, usted desistiera de leerla. Agradeciendo entonces de antemano su gentileza voy al grano: me gustaría que usted me concediera una entrevista para la revista Jueves de Excélsior que dirige Gonzalo Espinosa quien, a través mío, también le presenta sus respetos.
¿Sabe?, somos contemporáneos -nací en el Distrito Federal y usted en Villahermosa-, y siempre nos animó el teatro, a mí como expectador y a usted, desde muy niña apenas cumpliendo los nueve años, en los tablados del canto, el baile y la actuación. Yo no la conocí en aquellas mocedades, en la compañía de teatro infantil de Austri y Palacios representando “Las campanas del Carreón”, “Marina” y “Chataeu Margaux” donde actuó y bailó durante cinco años. Yo le conocí cuando usted tenía 18 años y participó en la obra “La cuarta plana” -la primera zarzuela en tener 100 representaciónes- en el Teatro Principal. Qué fabuloso cartel logró, tanto que la condujo a Brasil, donde la nombraron “La reina de la opereta” y “Emperatriz de la gracia”, pero su fama llegó a la cima cuando Alfonso XIII, que la vio actuar y cantar desde su palco, la condecoró en España para orgullo nuestro. El quid, señora mía, es que por esta, mi condición prácticamente anónima, mi fecha de nacimiento tiene nimio interés no así la suya para el saber de sus admiradores que, desde aquellos avatares de la infancia la fraguaron como la principal exponente de la opereta en habla hispana y la primera tiple mexicana en grabar un disco con canciones de zarzuela y revista. Usted nació el 30 de marzo de 1884 y la registraron con el nombre de María de los Ángeles Estrella del Carmen Bonfil y Ferrer. Seguro estoy de que la efeméride trascenderá en la historia del teatro en México.
Comprendería que usted no tuviera ánimo para la entrevista que, por cierto, le propongo discurra en el teatro que lleva su nombre, el “Gran Teatro esperanza Iris”, cuando compró el recinto de Xicotencatl en 1918. ¡Ah!, aún recuerdo la pompa de su inauguración que, además, contó con la distinguida presencia del entonces presidente Don Venustiano Carranza, que decir de la presencia centelleante de Enrico Caruso y Arthur Rubinstein. Digo, comprendería su desgano porque sabemos que don Francisco Sierra Cordero, su tercer esposo, está preso injustamente en Lecumberri, acusado de haber explotado un avión junto a don Emilio Arellano para supuestamente cobrar seis polizas de seguros. Ningún menester tiene de incurrir en tales villanías don Paco; hombre de bien, cantante de ópera como pocos, que cuenta con su infranqueable apoyo amoroso y material además de que, pese a su juventud -le lleva usted veinte años, es un hombre maduro y azaz reservado-. Y aquí no puedo dejar de anotar lo hermoso que ha sido mirarlos bailar el vals de “La viuda alegre”.
Quiero hablar de usted, mujer de ojos tristes y sonrisa deslumbrante. De su brillante trayectoria, su voz prodigiosa y sus ademanes graciosos adornados entre plumas en el sombrero y abanicos de olanes, en sus trajes de seda y sus labios carmesí. De su nariz de gancho que me tiene arrobado y su dentadura de marfil que destella en la oscuridad del escenario. Decírselo de frente aunque, claro está, mi pluma y mi libreta prontas están para trascender mi admiración y dibujarla mejor para solaz de su público. Yo creo que usted es a España lo que Adelita Trujillo ha sido para nosotros. Ella una tiple cómica, cantante y bailarina insustituible en la zarzuela de los años 30 y usted la primera figura notable de zarzuela y opereta que en el país ibérico ya la miran como si fuera de casa y por ello también forma parte de los anales en los tablados.
Además, quisiera que platicara a nuestros lectores sus experiencias en lejanas tierras, que presumo bastas y provechosas en virtud del prolífico periplo que la condujo a tantos sitios del mundo. Hasta dónde llevó las obras “La pesadilla de cantolla”, “Chin-Chun-Chan”, “El Conde de Luxemburgo” y “El soldado de Chocolate”, entre otras. Y acaso sobre todo saber qué piensa de ser un emblema desde aquel lejano 1910 cunaod presentó “La viuda alegre”, considerada por los expertos como su mejor hechura y que, a la sazón, fue su última representación teatral.
En particular quisiera hablar con usted, no sólo porque así me lo pidió mi director sino porque creo que fue una de sus mayores vivencias la que protagonizó en 1923, cuando estrenó en Valencia, España, “La niña Lupe” que escribió expresamente para usted el maestro Rivera Baz. El recibimiento del público fue estremecedor, como pocos se habían visto. Permítame por favor reproducir lo que entonces escribió mi compañero E. Marine para Jueves de Excélsior el 22 de febrero de 1923:
“La obra agradó al público valenciano y su prensa tuvo para el autor de la partitura, palabras de consideración y justos elogios; pero el éxito indiscutible fué para la genial y atrayente mejicana”.
En otros asuntos no menos relevantes, ¿recuerda cuando usted fue nombrada, en 1922, “Hija predilecta de México”? ¿Qué sentimientos experimenta cuando le dicen “La tiple de hierro” siendo que ha tenido pérdidas sentimentales que en la presente epístola desisto detallar? ¿Charlaríamos sobre su incursión en el cine en “Mater Nostra” y “Noche de gloria” que no fue tan afortunada como su presencia en el plató? Espero que no le incomode pero también me gustaría saber qué opina de la decandencia del teatro que lleva su nombre donde cada fin de semana se festeja la concupiscencia y la procacidad en contra de las buenas costumbres y la elegancia misma que usted representó en estas latitudes y allende las fronteras. Por último, y aunque entiendo muy bien sus prioridades por el arte y el impulso empresarial del teatro, me parece que hay temas de actualidad que a todo el mundo preocupan en estos días. Me refiero a la crisis de los misiles desatada por el bloqueo militar resuelto por el presidente Kenedy a la isla de Cuba y la respuesta de la Unión Soviética. Y es que, estoy seguro, el resquebrajamiento de la paz mundial nos aflige a todos.
Si tiene alguna objeción porque nuestro encuentro sea en el teatro de su propiedad, le propongo que suceda en el Café Tacuba, en la cafetería del Hotel Regis, o en el restaurante La Blanca donde las alegres cuchipandas no impediran nuestra conversación. Como sea, defina usted lugar, día y hora de este mes de octubre del año que corre.
Me despido deseándole salud y la prosperidad de siempre. Tenga la seguridad de mi admiración y mis más distinguidas consideraciones
México, Distrito Federal, 18 de octubre de 1962.