A nadie sorprenden las escaramuzas que ocurren dentro del PAN ni entre su dirigencia y el equipo de campaña de Xóchitl Gálvez. Entre otros efectos, la derrota conlleva el riesgo de una mayor degradación (no solo dentro de Acción Nacional, sino dentro del PRI y el PRD).
Los señalamientos de Max Cortazar a Marko Cortés y el revire que este le dio a aquel, en el programa que conduce Ciro Gómez Leyva, podrá ser entretenido y hasta tragicómico, pero aunque resulte entretenido el enfado del dirigente nacional con Xóchitl Gálvez porque ella reconoció su derrota o las denuncias de Cortazar porque le cerraron los recursos, ahí no se encuentra la central. La miga de la reflexión no solo está en la ausencia de una dirección inteligente y sensible a las pulsiones sociales ni está en revisar los entretelones de una campaña que jamás debió coordinar Santiago Creel o en los apoyos de dientes para afuera de varios personajes políticos a quienes nunca les gustó la candidatura presidencial e incluso no se halla en los cándidos devaneos de la propia Xóchitl Gálvez que, pese a su admirable esfuerzo, no pudo afianzar una identidad y un discurso que fuera más allá de la denuncia de las desastrosas políticas públicas del gobierno federal (o de su origen vendiendo gelatinas).
El quid no es que Marko Cortés renuncie hoy ni que se revisen las finanzas del partido (cosa que debe ocurrir; en varios estados, como Tabasco, fue ostensible la falta de recursos).
(Siempre teniendo en cuenta la elección de Estado que hubo en el país) El tema central es que la dirigencia del PAN está desfasada, y eso tiene larga data, de las expectativas sociales, como queda claro con los resultados electorales que ha obtenido desde hace poco más de una década. Su discurso es vetusto y acartonado y si a eso agregamos las componendas políticas que rozan o de plano se fusionan con la corrupción, el asunto se complica más.
Tienen razón los ex gobernadores panistas cuando señalan que la renuncia de Marko Cortés no debe ser precipitada. De acuerdo con los estatutos, esta debe suceder en octubre, lo que implica un trayecto de discusión interna que podría ser provechoso porque, como ha dicho Adriana Dávila, lo que importa ahora, más que los nombres, es acordar el rumbo del Acción Nacional.
El tema no es menor ni incumbe solo a los panistas. Nuestra frágil democracia se construyó mediante un sistema de partidos que, ahora, se encuentran en crisis e incluso en el riesgo de la desaparición. ¿El PAN se abrirá a la sociedad para decidir el cambio de su dirigencia?
La historia del PAN es inherente a las luchas democráticas del país. Esperemos que sus militantes honren esas gestas tanto como aquellos que, desde la izquierda democrática, hemos visto desaparecer al PRD. La otra vertiente de reflexión está en el PRI y mucho de lo que haga o deje de hacer determinará la fuerza partidista con la que podría haber contrapesos al proyecto de fundación de un régimen autoritario encabezado por la 4T.
(Tema aparte es la ruta que tomará la llamada Marea Rosa dentro de nuestro alicaído sistema de partidos).
Por ahora, PAN, PRI y PRD están cosechando las tempestades que sembraron durante tantos años y eso se ha constituido como un aliado (involuntario pero aliado al fin) del populismo autoritario.
No soy optimista.