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Cierto sector de analistas políticos han asegurado dos cosas que pudieran resultar inverosímiles con relación a Andrés Manuel López Obrador: por una parte, afirman que pudiera ganar para su partido Morena, las contiendas de este 2021, por la gran experiencia que tiene en el ejercicio del proselitismo; y por otra, que a pesar de sus gravísimos errores, que tienen hundido a México, su popularidad está en buen nivel… de acuerdo a las encuestas “oficiales”.

Esto, al margen de que, lamentablemente, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en una amañada votación, le ha permitido ejercer el proselitismo desde el púlpito presidencial.

Surge de inmediato presurosa la primera pregunta: ¿En realidad AMLO es un gran estratega como proselitista?

La realidad nos demuestra que no.

Algo que no se debe olvidar es que un producto puede asociarse con otro y ser mutuamente dependientes. Los políticos también son productos que pueden ser vendibles en un mercado determinado por sus acciones.

AMLO y Morena son dos marcas fácilmente identificables y mutuamente dependientes. Por ello, si alguien piensa en Morena, se remite inmediatamente, sin meditar ni reflexionar, al producto que la creó: AMLO. De esta forma, todos los aciertos o errores quedan inmediatamente asociados en ambos productos.

Pero, lector amigo, le pido por favor que lea mi tesis que sostiene que AMLO no es un buen proselitista.

AMLO tardó más de 18 años en llegar a la presidencia y lo consiguió más por las circunstancias externas que por su capacidad de convocatoria y convencimiento. Veamos:

En las elecciones del 2006, Felipe Calderón, del PAN obtuvo 15 000 284 votos; mientras López, del PRD, sumó 14 756 350. La diferencia fue a favor de Calderón: 243 934 votos.

En las elecciones del 2012, Enrique Peña Nieto del PRI llegó a tener la confianza de 19 219 139 de votantes; mientras que López —todavía del PRD— subió sólo un poco con relación a los comicios de 6 años antes y obtuvo 15 848 827 votos.

La diferencia a favor de Peña fue de 3 370 312.

Esto es, entre la primera contienda por la presidencia contra Calderón y la segunda, contra Peña Nieto, de 2006 a 2012, López, a pesar de todos sus interminables viajes por toda la República, sólo pudo sumar a sus votantes a 1 092 477 de personas más.

Para el 2018, AMLO, tuvo el triunfo en sus manos. Logró sumar 30 113,483 votos.

De esa cantidad, 15 millones constituían su base electoral. Los otros 15 millones fueron el voto de castigo o del hartazgo, en donde AMLO resultó la última opción de la última opción.

¿De dónde viene el dato de que su base electoral constaba de 15 millones de personas?

De promediar los votos que obtuvo en su primera votación presidencial contra Calderón y en la segunda contra Peña. Así de simple. 

Pero, ¿por qué acabó ganando en las elecciones del 2018, cuando Ricardo Anaya del PAN estaba dado fiera batalla y había convencido a un gran número de posibles votantes?

Gracias a su discurso, quien efectivamente estaba convenciendo a los electores era el panista Ricardo Anaya. Hablaba de combate a la corrupción y de dar una mejor y mayor proyección a México, para seguir creciendo a un porcentaje superior al que había conseguido Peña, 2.4%.

Anaya, cuando sintió que todo estaba ya consolidado, tuvo la nada afortunada ocurrencia de declarar en los debates que, una vez que ganara los comicios, investigaría a fondo a Enrique Peña Nieto, llegaría hasta las últimas consecuencias y si la cárcel era esa consecuencia, esa sería.

De pronto aparecieron acusaciones de corrupción contra él en relación a supuestos ilícitos con respecto a algunos inmuebles en Querétaro y hasta por narcotráfico.

La Procuraduría General de la República informó en su momento que Anaya no era considerado acusado, sino que simplemente era investigado.

El gran golpe mediático se multiplicó en proporciones geométricas, hasta provocar el consecuente descrédito que logró que no pudiera llegar a la presidencia.

Justamente fue en ese momento en el que esos 15 millones del voto del hartazgo —una especie de desesperada población flotante electoral— que habían visto una opción de renovación en Anaya por todo lo que estaba prometiendo, al verle inmerso, supuestamente, en el fango de la corrupción, le abandonaron buscando en López la última de la última opción; ya que a pesar de que José Antonio Meade era para muchos el mejor candidato, estaba en el partido equivocado.

Cosas de la vida: una vez que pasaron las elecciones, se exoneró a Ricardo Anaya, porque nunca se le encontró nada. A decir de muchos, todo fue planeado desde Los Pinos, en donde se consumó un pacto de impunidad entre Peña y López.

Por supuesto que esos 15 millones que beneficiaron a López, tras sus absurdas decisiones, comenzaron abandonarle. Por ejemplo: aún no había tomado protesta como presidente y ya estaba sepultando el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en Texcoco (NAIM), aduciendo falsamente corrupción y fallas estructurales.

López nunca ha podido demostrar que en ese proyecto hubo corrupción. Al proyecto se le hizo una exhaustiva auditoría y todo salió en orden. Con relación a las fallas de la estructura, los dictámenes ingenieriles demostraron que todo había sido correctamente diseñado.

El reconocido analista financiero Carlos López-Jones, dijo que “construir el NAIM les costaría a los usuarios 285 mil millones de pesos; cancelarlo nos costó a todos los mexicanos 331 mil millones de pesos”.

Con relación a su otra fantasía, que le llevó a inventar que ahí había un lago… bueno, fue cierto, pero 200 años atrás. Por eso se creó, a inicios de la década de los 80 y con el fin de equilibrar la ecología, el lago artificial Nabor Carrillo.

La realidad enseñó estentóreamente que, por su capricho, AMLO decidió cancelar la obra e inventó otra tan inútil como es el aeropuerto de Santa Lucía, sin pies ni cabeza, que (todo hace ver) nunca podrá ser útil para la vida aérea de México.

Los errores se siguieron sumando. Tras el primer gravísimo error del NAIM, los empresarios comenzaron a huir con sus inversiones, y justamente por eso, al final del año decrecimos -0.5%.

A principio del 2020 las calificadoras proyectaban que el decrecimiento continuaría y anunciaban un posible -3%, pero llegó la pandemia, mal conducida, con un inútil irresponsable al frente, Hugo López-Gatell, y todo se fue al abismo, decreciendo al final del 2020 al -8.5%.

En este contexto aparece la otra afirmación de ciertos analistas políticos: AMLO es el presidente más popular.

¿En verdad lo es?

En las encuestas “oficiales” podría ser, sólo que no se sabe si las muestras fueron bien diseñadas, si son confiables, y fundamentalmente, si los encuestados han declarado la verdad, porque en México, muy poca gente en las encuestas de políticos lo hace.

Recordemos el universo electoral en 2018 fue de 90 millones de personas. Esta cantidad representa el 100 %. De este universo:

Votaron en las elecciones del 2018: 56 611,027: 63 %

Votos para AMLO: 30 113 483: 33.3%

Votos para los demás partidos: 26 497 544: 29.4 %

*Abstención: 33,388,973 (que no creían en nadie, incluido López) *: 37 %

Es decir: si sumamos el abstencionismo con el voto a los otros partidos, nos dan 60 millones (67 %) que no creían en AMLO.

¿Si 60 millones no votaron por López porque no creían en él, porque no confiaban en él, cómo es posible que las encuestas “oficiales” nos hablen de un alto índice de popularidad?

¿Después de los gravísimos errores por los que tiene a México en el abismo, los 60 millones amanecieron un buen día y por un conjuro mágico cambiaron la pésima percepción que tienen de López y lo comenzaron a ver con ojos de piedad?

¡Por supuesto que no!

Sin embargo, hay que estudiar antropológicamente las encuestas de las redes sociales que hacen los líderes de opinión.

Desde que López cumplió tres meses en el poder, las encuestas han promediado 75% en contra de él. Esto, con todo y el ejército de bots que evidentemente habitan en las granjas de Palacio, con el firme objetivo de atacar a quienes no piensen como el presidente ordena y hacer creer que tiene un gran respaldo. Sólo que los bots son espectros, son “seres virtuales” porque no existen en la realidad.

Los bots no pueden votar ni opinar, su única función es sumar cantidades virtuales para atacar cibernéticamente a los adversarios “neoliberales”.

Cabe también meditar: si a 60 millones les sumamos los 15 millones del voto del hartazgo que ya abandonó a López por sus innumerables y gravísimos errores, todo hace ver que hay 75 millones que no creen en AMLO.

¿Cómo conseguir el necesario cambio que redireccione el rumbo del país?

La respuesta la tiene la auténtica unión opositora.

El reto está en que esos 15 millones del voto del hartazgo que abandonaron a López no se vayan al abstencionismo por la decepción; y al abstencionismo, motivarlo a que salga a ejercer su derecho al voto, al ofrecerle base sólidos candidatos que impacten a los votantes por sus argumentos y no por ser estrellitas de oropel.

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