El Presidente va a enfrentar las consecuencias de su obsesiva personalización de su gobierno, mientras siga por ahí estará en rumbo de repetir todo lo que criticó sobre ello.
Todo gira en torno a lo que hace, lo que provoca que se diluya el sentido de proyecto de país, al final pareciera que todo se reduce a lo que haga o deje de hacer, su equipo sólo se mueve si él lo decide.
No suelta absolutamente nada quizá por desconfiado y porque tiene una tendencia a concentrar las decisiones, lo ha hecho como activista, opositor, dirigente de partido, candidato y como gobernante en la capital y ahora en el Gobierno federal.
Si el mandatario quiere llevar a cabo un proyecto transexenal no puede remitir todo a su persona. Si no logra crear bases para un futuro sensato e integral con el objetivo de crear nuevos equilibrios en todos los sentidos en cuanto termine su sexenio podría pasar de manera dramática al olvido y quizá al escarnio.
No es tan importante que sus críticos acaben teniendo la razón, lo importante son las secuelas que tendría que su proyecto fuera fallido y que la sociedad mexicana se enfrentara a una nueva “desilusión política”.
El Presidente debe recordar lo que un ciclista le dijo cuando se dirigía a su toma de posesión, “no nos vayas a fallar”.
En las elecciones del domingo podría estar en el imaginario colectivo la idea, reconociendo las particularidades locales, que lo que se juega es un proyecto de país y en su caso el fortalecimiento o no del Presidente.
Por ahora no se alcanza a apreciar del todo lo que el Presidente pretende hacer. Quizá en poco tiempo se puedan empezar a percibir de manera tangible los resultados de sus políticas públicas, pero por ahora no se aprecia lo que el Presidente prometió y pondera sin pasar por alto que seguimos en medio de una brutal pandemia, de la cual peyorativamente dijo que “nos venía como anillo al dedo”.
El gran reto de López Obrador está en que el tiempo cada vez corre en su contra. Los altos niveles de popularidad que tiene no son acumulativos, como llegan se pueden ir.
Podrá estarle respondiendo en el día con día a sus “adversarios”, pero eso no le da fortaleza real a su proyecto, más bien lo que hace es estar a menudo en peleas de callejón con periodistas, intelectuales, académicos, especialistas y con quienes piensan diferente.
Si bien es entendible la importancia que esto eventualmente puede tener, en función de su señalado pasado político y su presente, el no dejar pasar la crítica, sea válida o no, en muchas ocasiones lo que acaba provocando es mayor polarización.
Esta estrategia, al paso del tiempo, se puede revertir por más que el Presidente por ahora lo vea con buenos ojos y sistemáticamente lo aliente.
Para López Obrador no pareciera ser importante el gobernar para todo el país, lo que incluye a quienes son sus “adversarios”. Si el Presidente se mete indebidamente en las elecciones y busca a toda costa quedarse con el Congreso tendría que ser más enfático en mostrar las bondades de su proyecto de gobierno, las cuales por ahora no se alcanzan a ver del todo.
Por más que apele a que tiene derecho a denunciar y decir lo que piensa, debe quedar claro que es el Presidente de todo México. Violar la ley para denunciar a quienes violan la ley crea un estado de las cosas que puede llevar a una ley de la selva posterior al proceso electoral.
La cita del domingo es por muchos motivos importante y atractiva para los ciudadanos. Hay muchos problemas, los cuales no se resuelven con unas elecciones, pero sí son el momento en que los ciudadanos pueden decir con el voto lo que quieren y piensan; de eso se trata el domingo.
RESQUICIOS
La portada y reportaje de The Economist tienen una alta dosis de maniqueísmo. El tema le sirvió al Presidente para darle con todo a la revista y a sus “adversarios”, en tanto que en el círculo rojo hubo jolgorio también con su dosis de maniqueísmo; en éstas andamos.
Este artículo fue publicado en La Razón el 31 de mayo de 2021. Agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.