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martes 05 noviembre 2024

Meche Carreño

por Marco Levario Turcott

Hay varias maneras de registrar el deceso de Meche Carreño, informado hoy al mediodía por la prensa mexicana.

Podríamos evocar el cine de los años 60 y 70 del siglo pasado en nuestro país y recrear la nostalgia con Fanny Cano, Maricruz Olivier y la propia María Mercedes Carreño Nava. La primera fue símbolo de las telenovelas, sobre todo gracias a Yesenia; la segunda, de siniestra belleza, icono del cine comercial mientras la jarocha, actriz y productora de cine, tuvo relieve sobre todo tras aparecer en “La Choca”, cinta dirigida por Emilio Indio Fernandez.

Otra ruta implica la añoranza de las mujeres hermosas que colmaron el firmamento artístico de aquel entonces, como modelos, actrices y vedettes. De hecho, la mayoría de las estrellas de la pantalla grande y los cabarets iniciaron siendo modelos. Ahí están Olga Breeskin, Angélica Chain y Meche Carreño. El tema no es menor, aun con su manto de frivolidad. No lo es porque el fenómeno representa un lapso de festejo nacional, no exagero, por lo que se creyó como nuestro inevitable arribo a la modernidad y, en ese sentido, la belleza femenina fue asumida como la edecán de ese suceso nacional, digámoslo así: un objeto para disfrutar y presumir. El baño con champaña de la Princesa Lea en el Capri del Hotel Regis o su contoneo con abrigos de mink son la expresión más kitch de esa creencia generacional.

Una óptica más explica las dos vertientes antedichas: registra años de liberación femenina manifiestos en la píldora del día siguiente, la minifalda y el monokini, por ejemplo, y que ahora, amplias franjas de de jóvenes conservadores no lo comprenden como parte de los derechos de cada quien a hacer con su cuerpo lo que se quiera y vestirse o desvertirse si se quiere; en ese entorno, el desnudo fue transgresor:

En 1955 Ana Luisa Peluffo apareció parcialmente desnuda en la cinta “La fuerza del deseo” y la liga de la decencia estalló en intolerancia y barrió contra esas expresiones en el séptimo arte y la vida nocturna del país, gracias a un intolerante Uruchurtu, el regente de hierro del Distito Federal. Al finalizar los 60 y principiar los 70 el desnudo femenino significó cierta apertura y liberación de los atavismos aunque, claro está, la sociedad es diversa y compleja y no faltaron (como no faltan ahora) capas sociales que a regañadientes toleran esos derechos. Disfrutar las nalgas y el frenesí con que las movía la señora Lyn May o pasmarse frente a la belleza de Gloriella es una de las grandes epopeyas de la vida mexicana. También lo es aquella entrañable escena donde Meche Carreño, llena de fuego, le baila a Juan Gabriel mientras él canta “He venido a pedirte perdón”. Ya no necesitábamos el pretexto de las rumberas de los 50 que vendían caro su amor porque un padrote los explotaba o porque vivían en pecado. No, Rosy Mendoza o Amira Cruzat eran la encarnación del pecado. Lo mismo pasó con Meche Carreño: su cara era hermosa como un espejo de su figura calipigia y lo podíamos decir, hacerla nuestra y ella lo sabía.

Me quedo, sin embargo, con la ruta más sencilla: María de las Mercedes Carreño Nava es tan efímera e intrascendente como lo somos casi todos nosotros, un ser humano que a los 74 años murió víctima del cáncer de hígado. Su epónimo es otra cosa. Meche Carreño siempre será un símbolo sexual, es parte de la historia del cine y el teatro de nuestro país y también un referente infaltable en los deseos de quienes la amamos justo en el instante en que dejamos de ser niños. En tal ruta, su sonrisa es una de las más prometedoras mentiras con las que Meche Carreño alegró nuestras vidas y, estoy seguro, lo seguirá haciendo con quienes la miren: ya rebasó los límites del tiempo.

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