José Luis Guerin y Jonas Mekas son creadores comprometidos con el cine. Mekas (1922-2019) no filmaba para inscribir sus películas, ni a sí mismo, en alguna causa fuera del cine —por más popular o acertada que fuera. Guerin (1960) tampoco parece tener en mente las cuestiones que llaman la atención e incluso garantizan la aprobación de críticos y académicos. Entre noviembre de 2009 y abril de 2011, los dos cineastas intercambiaron nueve mensajes audiovisuales que constituyen la película Correspondencia: Mekas-J.L. Guerin (2011). En ella, como en el resto de sus filmografías, lejos de lanzar anzuelos para esos públicos, Guerin y Mekas se preocupan por las imágenes y el acto mismo de filmar. Sus cartas son poéticas del cine y de aspectos de la vida: desde el derecho a contemplar mujeres hasta la adivinación de la vida interior de los árboles.
Entre octubre de 2011 y febrero de 2012 el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona presentó, como exposición curada por Jordi Balló y coproducida con otras instituciones, Todas las cartas. Correspondencias fílmicas. El proyecto había iniciado con intercambios entre Víctor Erice y Abbas Kiarostami entre 2005 y 2007. El conjunto final abarca a doce cineastas —en México la exposición se presentó en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco en 2011 y la última vez que el proyecto se ha montado fue al final de 2018 y principio de 2019 en el Centro Georges Pompidou de París. Sería un apresuramiento suponer un nuevo género cinematográfico en estas misivas —aunque algunos comentaristas así lo afirman, acaso imitando la estrategia de quienes resaltan en exceso el arte postal. Además, cada pareja de directores adoptó distintas dinámicas. Más bien, en la correspondencia entre Mekas y Guerin hay un regreso a los orígenes del cine —con cámaras recorriendo la realidad sin angustias sobre un marco en que debieran encajar los resultados—, o de una reconexión con esa inocencia interesada que pueden alcanzar quienes encuentran el hechizo de capturar sonidos e imágenes de su entorno por primera vez.
Estas cartas filmadas no son diálogos en que se note el peso del público. Si bien Guerin alude a las “imágenes franciscanas del cine de Jonas Mekas”, los cineastas no se dedican a analizar mutuamente sus obras. Su correspondencia es una búsqueda de conversación: la que sucede cuando dos personalidades encuentran formas de superar los monólogos, escuchando y respondiendo al otro, al menos un poco. Así, Guerin le cuenta a Mekas cómo piensa la historia en términos de las películas que la gente de cada tiempo podría haber visto y de quienes “no conocieron el cine aún”. También encuentra la oportunidad de hablar del encuadre como “restricción”, de la misma forma en que lo serían el sonido y el color. Para Guerin este proceso es equivalente al del “artesano que tiene que dominar una técnica que aún se le subleva”. En la misma tesitura de trabajo material con el cine, ambos cineastas muestran sus contrastantes equipos de montaje.
Es perceptible que, por sus cámaras, los dos directores provocan cierta incomodidad en algunas personas, incluidos sus conocidos. Casi la totalidad de sus filmaciones parecen espontáneas. Pero cuando se descubren afinidades con quienes son filmados se alcanza la naturalidad. Guerin comparte imágenes de Nika Bohinc. Ella era una cineasta y cinéfila a quien conoció en un festival. Se comprende plenamente su fascinación, entre otras razones, por un acto excepcional en el común de las personas: se ve a Bohinc pensar antes de hablar. En palabras de Guerin, Bohinc —que moriría asesinada poco después—, tenía “una de esas miradas que nos ayudan a hacer películas, a hacer cine”. Los vislumbres que ayudan a vivir.
Los de Mekas no son movimientos de cámara cuidadosos, su guía no es el estilo entendido como artificio individual: la mano que conduce su cámara en Correspondencia es conducida por una mirada que busca. Le interesaba filmar “momentos de vida a mi alrededor”, fueran los muchos tomos de su The Oxford English Dictionary, los pepinillos que acompañaban al vodka o los árboles que él imaginaba vueltos locos por la primavera. La vida es buscar esos instantes a través de la cámara. Interesado en la distinción entre acetato y digital, decía: “Necesito grabar por alguna razón que no conozco”. Para Mekas el “significado” de las películas es “racionalización”, apenas un “juego de palabras”. En cambio, el azar y lo inesperado sí intervienen en su cine —algo paralelo a la suposición de Kiarostami, quien esperaba que se multiplicara el cine diferente con el fácil acceso a cámaras digitales: no para hacer el mismo tipo de películas con camaritas, o ahora teléfonos; sino para un cine distinto al de los profesionales que creen controlar el ambiente. Siguiendo una paloma, Mekas filma una pareja que decide sentarse a comer pizza en los escalones en que también comía la paloma. “En realidad, no hacen falta explicaciones”, dice Mekas. En efecto, entender no es tan complicado, en cambio, enfrentar el misterio requiere bastante más vitalidad.
Las posturas ante la creación de Mekas y Guerin reivindican el romanticismo. Ambos parecen asumir la plena existencia de las musas. Mekas descarta que en la realidad estén las soluciones, en cambio afirma: “Los sueños nos salvarán”. No obstante, ni uno ni otro niegan los hechos. Guerin parodia la necesidad de conflicto dramático en el cine, despidiéndose de la correspondencia con imágenes del cementerio en que reposa el cineasta Ozu —adonde va para renovar la botella de sake que había ofrendado un año antes. Guerin nos da la odisea de un par de hormigas que llevan consigo una brizna que las excede en peso y volumen. Tras intentos fallidos de subir por lo que para ellas representa un muro inmenso, y a pesar de aparatosas caídas, consiguen su objetivo con la intervención de una tercera hormiga. La aventura, las peripecias, se vuelven notas a pie de página en la tarea fundamental: explorar qué es filmar.