En Felicia (Fondo Editorial La Rumorosa, Secretaría de Cultura de Baja California) Ruth Vargas Leyva ha logrado una novela en la que se combinan muy afortunadamente la memoria familiar, la historia de Baja California, la poesía, el sueño, la geografía y una búsqueda de la identidad que llega hasta “el límite del mundo. El fin de la tierra”.
Sobre su más reciente libro conversamos con Vargas Leyva (Culiacán, Sinaloa, 1946), quien es economista por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC) y doctora en Educación por la Universidad Autónoma de Aguascalientes, además de profesora en el Instituto Tecnológico de Tijuana. Becaria del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y de la Fundación Ford. Fundadora del taller de poesía de la UABC, ha publicado al menos seis libros de poesía y ha colaborado en publicaciones como Amerindia y Hojas, de la que también fue directora.
Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué hoy una novela como Felicia? Usted se había desenvuelto más en los campos de la poesía y el ensayo.
Ruth Vargas Leyva (RVL): Durante muchos años tuve el deseo de escribir ese texto. En primer lugar es una novela que habla sobre Baja California durante un periodo crucial: cuando se empezó a colonizar a través de las compañías deslindadoras de la década de 1880 en adelante.
La segunda razón es que es una historia familiar: es la vida novelada de mi tatarabuela.
AR: En ese sentido, ¿qué tanto tiene de memoria esta novela? En él hay un tono entrañable.
RVL: Es una memoria que rescato de mis tíos abuelos. En casa siempre escuché esta historia porque mi abuela vivió con nosotros toda la vida. Era nostalgia porque para ellos el personaje era su abuela, a quien no llegaron a conocer pero del cual siempre oyeron hablar.
Entonces lo que narro en la novela es cierto, y fue una historia escuchada gracias a la memoria de mis tíos, de mis tíos abuelos, de mi propia abuela. Yo también tenía nostalgia por esa mujer, y mis parientes querían saber de dónde provengo, cuál es mi origen. Es la curiosidad que tenemos muchos.
Entonces sí es muy entrañable para mí este texto.

AR: Usted tiene formación académica en los ámbitos de la economía y de la educación. ¿Cómo combina esa parte más enfocada a las ciencias sociales con su labor literaria?
RVL: Pertenezco al movimiento literario de Baja California desde la década de los setenta. En 1974 se publicó un libro muy famoso que es un hito en la literatura de Baja California, titulado Siete poetas jóvenes de Tijuana. Entre los que aparecemos en él están Eduardo Hurtado, Luis Cortés Bargalló, Alfonso René Gutiérrez, Víctor Soto Ferrer, Felipe Almada y yo, que fui la única mujer en ese libro.
Desde muy jovencita escribo poesía y me he mantenido en las series de literatura. Todos mis libros son de ese género.
Pero, por otro lado, debo tener una vida académica porque enviudé muy joven. Entonces vivo de mi profesión. Mi tesis doctoral, que se llama Reestructuración industrial. Formación de ingenieros, obtuvo el premio de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) en 1998. Allí analicé la práctica profesional de los ingenieros en las maquilas de Tijuana y los esquemas de innovación, y propuse cambios en el currículum.
Me he mantenido en esa línea. Ahora estoy trabajando sobre la industria aeroespacial. Mi educación generalmente va dirigida a los impactos que los cambios tecnológicos en las empresas tienen sobre la formación de los ingenieros.
Para mí es como cambiarme el chip; una amiga dice que es como si me pusiera una memoria en la cabeza y trabajo temas académicos, y luego me pongo otra y abordo temas poéticos, aunque también escribo algunos cuentos, poesía, ensayo y ahora esta novela.
Pero no te sé decir cómo se dan esas memorias distintas y las diferentes formas de expresión, porque la poesía es también un lenguaje.
AR: La novela también tiene un trabajo histórico muy interesante sobre las Californias, cuando menos desde La Paz hasta San Diego, con menciones desde finales del siglo XIX hasta la posguerra. Vincula el desarrollo de Baja California con su historia familiar.
RVL: Durante 20 años estuve rastreando datos en los libros de historia, en archivos, ponencias y muchos otros documentos, e incluso rastreé actas de nacimiento en varios lugares. Pero tienes razón: algo valioso de esta novela es la descripción del desarrollo de una zona durante un periodo histórico de Baja California del que muy poca gente sabe; incluso las personas que han nacido allí desconocen esa historia.
En la novela se aprecia cómo en la época de 1880 entró una primera compañía deslindadora americana, que fracasó. Entonces llegó la llamada Compañía Inglesa, que tuvo mucho peso porque prácticamente con ella se dio el desarrollo inicial de Ensenada y fundó San Quintín como una colonia. En esa época, por la razón de que habíamos perdido el norte de México, las compañías deslindadoras tenían casi instrucciones del gobierno de que la migración fuera europea. Así, en Ensenada hay una zona que se llama Punta Colonet que fue fundada por noruegos, pero también había ingleses, alemanes, suecos, una migración muy importante sobre todo en los lugares del norte de Baja California. Ellos fueron quienes fundaron fábricas y hasta eran médicos. Incluso el primer gobernador del territorio norte fue Clemente Rojo, un peruano que fue iniciador del sistema educativo.
Entonces fue un periodo de la historia en el que se observa el ambiente anglosajón de Ensenada y el crecimiento que tenía la ciudad, así como los problemas de las aduanas. El esposo de Felicia se movía en ese ambiente, y también era una zona peligrosa porque incluso los que trabajaban en ellas eran asesinados. Ya había mucho tráfico de materiales, además de que la zona de Tijuana se empezó a desarrollar como rancherías, pero Ensenada era la ciudad importante.
La capital de Baja California se ha movido en varias ocasiones: primero fue Santo Tomás, que, con 400 habitantes, era el pueblo más grande; luego, cuando creció el desarrollo minero, se trasladó a Real del Castillo, donde había más de 2 mil trabajadores. Cuando decreció esa actividad Ensenada, donde se había establecido una base militar, se convirtió en la capital. Y hubo un plan de que se viniera a Tijuana, pero finalmente, con el desarrollo de la agricultura y la siembra del algodón en Mexicali, se quedó en este lugar.
Pero es un estado que ha tenido cambios históricos muy interesantes y que son poco conocidos. Cada dato que se puede ver en la novela es real: lo puedes localizar en un libro de historia.
AR: En el aspecto literario, el libro es poético, con un intenso aspecto onírico; incluso Felicia llega a hablar de un mundo paralelo. ¿Cómo creó este otro mundo?
RVL: Tengo un libro previo que fue publicado unos años antes, Ciudades visibles, que es un texto que sigue la estructura de Ciudades invisibles, de Italo Calvino. Si en este último libro el que narra es Marco Polo, aquí es Felicia, quien está a punto de morir. Entonces apareció este personaje que va relatando las ciudades; su nieta le dice: “Descríbeme las ciudades que ves”, y le describe la Tijuana de ahora con muchas visiones.
A ella no la podía recrear sino desde el sueño, desde un duermevela. Ella recuerda, a punto de morir, esa historia que la marcó, que la hizo desprenderse de sus raíces, de sus hijos, y a que nombre sus raíces en Sinaloa, aunque no habla mucho de ese estado, de Mazatlán, y se traslada a otro mundo, uno más sofisticado, donde tiene otro tipo de experiencia. Y termina por morir en San Diego.
Entonces ella terminó de vivir en una ciudad importante en Sinaloa y pasó a ser una mujer con cierto prestigio social, que fue su estatus tanto en Ensenada como en San Diego.
Peor la historia es real. Yo, muy pequeña, llegué a conocer a los hijos de Felicia: muy pequeña nos llevaron mi padre y mi madre a conocerlos.
AR: Como se relata, el origen de Felicia estuvo en Sinaloa, en un lugar llamado La Tasajera, un mundo más bien rural. Pero después se fue a otro que estaba en cambio constante al que creo que no terminó por adaptarse. ¿No también es una manera de confrontar la tradición de Sinaloa con la modernidad del desarrollo de las Californias?
RVL: Claro, y sobre todo porque entonces San Diego era una ciudad importante. Yo cruzo a esa ciudad con frecuencia, la conozco bien, y allí están los edificios que probablemente ella conoció y que son de 1880.
Ella venía de un ambiente natural, se fue transformando y se convirtió en una mujer sofisticada que bebe y come sándwiches de tipo inglés, que pasea por la zona del parque Balboa en San Diego.
Ella se transformó en ese recorrido —al respecto, también creo que esa es una característica de un buen texto: que sus personajes cambien. Pero ella fue transformada también por su contexto, por esa ruta, porque ella siempre buscó el lugar al que la aventó su padre cuando la despidió: le dijo “vete al fin de la tierra”. Y ella lo buscó y nunca lo halló, pero al final de su vida se encontró a sí misma.
AR: De allí el asunto de la geografía, de la cartografía, que son un elemento muy importante de la novela. ¿Cómo ellas definen a Felicia? Ella va descubriendo el mar de Cortés, el golfo de California, por ejemplo.
RVL: Todos tenemos una cartografía personal. Podemos trazar la ruta: yo conozco todo el país, por ejemplo, por razones de trabajo con ANUIES, y he viajado y vivido fuera del país. Si yo hiciera una ruta tendría una cartografía, la que también va dejando huellas y marcas en la vida, reconstruye el mundo y nos da otra visión de la realidad.
Para ella la cartografía fue una realidad y una imaginación porque siempre esperó encontrar un sitio y una realidad porque la vivió. Estuvo en Sinaloa, con sus grandes cultivos de mango, con su calor, con su vegetación, el verdor, las lluvias intensas, y llegó después a Baja California, donde vio otros animales, otra flora, un desierto increíble, mares bellísimos como el de Cortés y el Pacífico, además de la zona de Tijuana y Ensenada.
Ella se enfrentó a otro mundo, a otra geografía, pero también a otra cartografía, la que estaba describiendo. En la historia cartográfica Baja California primero fue una isla, y después, muy tardíamente, fue considerada una península. Hasta la fecha hay lugares que yo creo que nadie ha pisado en este lugar: tiene secretos y muchos retos.
La cartografía es una parte esencial de la identidad de Felicia. Desde niña ella veía los mapas en la casa de su padre, y después siempre se preguntaba dónde está el fin del mundo. Yo pensaba primero ponerle a la novela Finis Terrae, pero ya había varios libros con ese nombre, y entonces opté por ponerle el nombre de ella: Felicia.
AR: Es también el asunto de la identidad: ella quería olvidar de donde vino, lugar del que salió sin nada, y al final no acaba de encontrarse en el mundo moderno. Sus hijos la buscan después de que los abandona, y uno de ellos la encuentra.
RVL: Ella era una mujer resiliente, como ahora se les llama. Había perdido a su primer esposo, a su familia, después a su otro esposo por un drama, y posteriormente a muchos nietos y hasta a hijos que se fueron a la guerra (ella vivió 102 años).
Fue una mujer que sobrevivió a todas esas pérdidas, y una mujer muy fuerte que supo afrontar la adversidad y que se fue reconstruyendo. Lo hizo para sobrevivir. Tuvo que hacer algo para poder mantenerse firme y generar esa manera de resistir la adversidad: se convirtió en otra persona.
La identidad es central porque se transformó, y también en el fondo de su memoria. Esta es lo que recordamos y lo que escondemos, lo que nunca queremos recordar. Ella tenía subyacente el abandono, los hijos que nunca volvió a ver.
AR: ¿Cómo funciona este ejercicio de memoria? Uno de los personajes dice que “la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”.
RVL: Es que hay cosas que queremos recordar siempre, pero todos tenemos algo que no queremos recordar nunca e incluso no lo hacemos, pero inconscientemente lo tenemos allí, subyacente, escondido.
Esa memoria es lo que nosotros queremos ser. Es también un refugio. Hace poco me hicieron una entrevista y me preguntaron: si tú pudieras volver al pasado, ¿qué recordarías? Y yo quiero recordar mi infancia porque es el momento más feliz de mi vida: yo no conocía el dolor ni tampoco las pérdidas de hijos, la pérdida amorosa, ni tuve fracasos ni otras cosas.
Lo de enfrentar la vida nos lleva a un espacio al que ya no podemos volver; no podemos reconstruir el pasado, pero podemos recordar: el paraíso de la memoria también nos permite inventar.
He visto entrevistas de gente que quiero mucho, y en ellas inventan su memoria: cuentan cosas que no son ciertas. Las ponen bonito: no dicen “mi papá me corrió de la casa”, sino “yo me fui”. ¿Por qué? Porque es el paraíso. Y termina por ser su verdad porque reconstruyen esa memoria en términos de lo que quieren ser. Es un paraíso en donde se refugian para recordar lo que quieres y olvidar lo que no quieres tener presente. No sé si totalmente se desaparezca, pero allí está.
La memoria es también lo que somos, es nuestra identidad; por eso, cuando una persona la pierde ya no es nadie: no puede recordar quién es. Somos lo que recordamos.
AR: En la novela también hay cierta apelación al olvido, a ciertos hechos del pasado de Felicia, que están ocultos y que tienen que ser investigados porque ella no los quiere rememorar. Incluso está vinculada con la búsqueda del fin del mundo.
RVL: Sí. Esa palabra fue para ella determinante; se le abrieron muchas rutas cuando su padre le dijo: “Vete a fin del mundo”. Felicia pensó que era un enunciado, pero a lo largo de la vida encuentra que es cierto, que lo que para ella sería el fin del mundo se transforma en seis rutas.
Viajó muy al norte y fue a San Diego, donde murió. Ella buscaba ese fin del mundo. Fue una pregunta intelectual que se hizo porque era una mujer que sabía leer, lo que para su tiempo era un mérito. Ella siempre tuvo una actitud intelectual, pero el contexto de la educación en esa época no le permitió acceder a otro desarrollo, aunque era muy curiosa y siempre tuvo la inquietud de encontrar rutas, de hallar el fin del mundo. Pero también en el mundo era un momento de olvido.
Era como llegar a un puerto, donde finalmente descansó; por eso la portada del libro es un muelle, porque ella terminó en uno, del que dice que es el fin del mundo. En esa muerte y en ese fin del mundo ella buscaba su identidad, pero también su paz, el reencuentro con su pasado.
AR: El amor: ella parece no haberlo culminado bien ni con Telémaco ni con Jesús, sus parejas. Su hija María Antonia tampoco es tan afortunada.
RVL: Ella realmente no estaba tan enamorada cuando se casó la primera vez, pero era la edad, era el momento, y por eso tuvo problemas cuando nacieron sus hijos. Pero cuando se casó con Jesús ama de otra manera, porque él era educado, inteligente, aunque nunca tiene la pasión.
María Antonia fue mi bisabuela, y la familia la recordaba porque decía: “Nuestra vida hubiera sido distinta si Felicia no se va, no nos abandona”. Entonces ella tampoco conoce el amor, más que nada por ese sello de no haberse casado con el hombre que quería, y finalmente terminó en una relación que le llena de hijos pero también de dolor, de pobreza, de trabajo porque ella era el sostén del hogar.
AR: Felicia es un trabajo literario pero también memorístico. ¿Se reconoce en Felicia?
RVL: La novela tuvo tres versiones. La primera era muy histórica; una amiga historiadora me lo dijo, y después me arrepentí. Luego la leyó otra amiga, escritora, y la novela empezaba: “Quisiera ser como tú, Felicia”, y ella me dijo “no puede ser como tú una mujer que abandona a sus hijos”. Pero yo me refería a que quisiera tener el coraje, el arrojo, la resiliencia que ella tuvo para sobrevivir a épocas distintas, porque ella nació en 1869.
Y mi amiga luego dijo que había que hacerle cambios, y entonces escribí este otro texto. Me centré mucho también en cómo debe empezar una novela. Entonces la frase con la que empieza la novela, “un día se conocerá tu historia” es lo que después se repite. Realmente sí, yo soy el testimonio de que un día se conoció su historia, y no sólo eso, sino que se noveló.
Algunas personas que han leído el libro me han hecho notar dos aspectos: primero, que es muy poético. Alguien dijo: “Es que eres una poeta y no podía escribir de otra manera”. Pero creo que logra, aun con ese énfasis que es parte del libro, ser como una novela versada, en la que a veces importa más cómo lo dice que lo que dice. Así es el estilo, que es importante.
El otro es que el lector debe tener un espacio para construir el texto; yo no lo puedo decir todo y él lector tiene que imaginar. Esa era la intención.
Es un libro sobre mi familia, mi origen; en la novela busco mis raíces, quién soy. Y es un testimonio de amor a mi abuela, la otra Felicia.