En Camino de Guanajuato, José Alfredo Jiménez canta: “La vida no vale nada”. Ahora, en su entidad natal, la muerte vale mucho.
A principios de la pandemia escribí el artículo “Faltan momias”. Ahí hablaba de la sospechosa desaparición de varios miembros del elenco guanajuatense de 117 momias naturales, el más grande del mundo. Abordo en esta ocasión otro episodio de ultratumba.
Un significativo recurso no renovable de la ciudad de Guanajuato son los cuerpos embalsamados por accidente. Más de cien familias viven del legado del más allá que ha producido, entre otros asombros, los dulces cadáveres de charamusca.
Pero el principal beneficiario de las momias es el ayuntamiento. El Museo que les da cobijo recibe el diez por ciento de las entradas; el resto va a dar a las arcas municipales, que así obtienen su segunda fuente de ingresos, sólo superada por el predial. ¿A qué se destinan los réditos de los muertos? La desatención de las momias revela que no cobran derechos de autor.
El “turismo oscuro” muestra aspectos no siempre encomiables de la conducta humana. Las momias son visitadas por el curioso placer de sentir miedo y han inspirado películas del cine de luchadores y leyendas de escalofrío. Sin embargo, también son parte de un acervo antropológico y cultural que debe ser resguardado y exhibido en un contexto que explique cabalmente su origen y su inusual estado de conservación. Así lo asentó la Comisión Nacional de Bioética, de la Secretaría de Salud, el 12 de junio de 2020, al responder la solicitud ciudadana de cómo tratar los restos humanos en el Museo de las Momias.
Diversos colectivos han manifestado su preocupación por las momias que han salido de gira al estilo de las populares estudiantinas guanajuatenses. Convertidas en atracción de feria, han ido a León, al Rally México y a un pasaje subterráneo junto a una cata de bebidas. “Se les sigue exhibiendo sin información, sin explicar el bien cultural que representan, con cosificación y morbo”, escribió hace un año Héctor de Mauleón en El Universal.
Esta itinerancia ha sido posible porque en octubre de 2019 el ayuntamiento renunció a sus propias facultades de custodia y dispuso que viajaran “con fines de promoción cultural y turística”, modificando el acuerdo de 2008 que las consideraba parte inamovible del patrimonio.
Todo empezó el 23 de junio de 1870. El cuerpo incorrupto del médico francés Remigio Leroy fue exhumado en el Panteón de Santa Paula porque su viuda no pagó los derechos de sepultura. Las condiciones minerales del terreno favorecieron su estado de conservación. Curiosamente, ese cadáver endeudado daría mucho dinero. Los enterradores revirtieron su oficio y hallaron a las demás momias que hoy acompañan al doctor Leroy.
El Museo de las Momias es el tercero más visitado del país, después del de Antropología e Historia y del Papalote (que carece de acervo y en rigor es una muy disfrutable ludoteca). En 2018, el ayuntamiento subió el precio del boleto en 42 por ciento, recaudando 5 millones 500 mil pesos adicionales. El presidente municipal panista, Alejandro Navarro Saldaña, aseguró que esa cantidad se destinaría a la conservación de las momias. La ex directora del Museo, Paloma Robles Lacayo, asegura que no ha sido así. El 10 de febrero de 2020, Carmen Pizano escribió en el portal POPLab: “A pesar de que existió el compromiso del gobierno de Navarro para invertir en la mejora del museo, en respuestas de acceso la Tesorería Municipal detalló que el dinero que se ha destinado a las momias es para gasto corriente, sin destinar los recursos para la conservación prometida”.
Hace poco, el ayuntamiento logró que los ediles aprobaran un endeudamiento público de 70 millones de pesos para construir un Nuevo Museo de las Momias. Esto aún debe ser ratificado por el Congreso local, que ya en diciembre de 2020 desechó una petición de 66 millones 498 mil pesos con el mismo fin. El 31 de agosto, el Congreso escuchará a los grupos ciudadanos que se oponen a la explotación comercial de las momias, que sin duda pueden ser tratadas de otro modo.
En Aguascalientes, el Museo de la Muerte opera con fines culturales y pone en valor los ritos funerarios del mundo prehispánico, la Colonia y el México contemporáneo, un ejemplo de que la dignidad que no siempre se obtiene en vida puede ser, al menos, una condición póstuma.
Este artículo fue publicado en Reforma el 27 de agosto de 2021. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.