lunes 18 noviembre 2024

México: ¿En el umbral de la irrelevancia?

por María Cristina Rosas

En 1987, el historiador británico Paul Kennedy dio a conocer una obra cuya pertinencia perdura al día de hoy: Auge y caída de las grandes potencias. En ella, Kennedy hace un recorrido histórico en que analiza a grandes poderes que rigieron al mundo hasta llegar al siglo XX, señalando, hacia el final de la obra, que el poder económico es el sustento del poder político y que cuando el primero declina, las capacidades políticas y diplomáticas de las naciones, tienden igualmente a decaer.

Tras la publicación del libro de Kennedy se suscitó un debate por demás interesante. Había quienes coincidían con él y otros que no. Joseph S. Nye Jr., por ejemplo, planteó que el análisis debía dirigirse a entender la naturaleza cambiante del poder. Explicaba que tener recursos militares era insuficiente para que un país pudiera obtener de los demás lo que deseaba. El poder, en palabras de Nye, se reconfiguraba y por ello no era sostenible la tesis de que Estados Unidos cumpliría un ciclo, similar al de las potencias que le antecedieron, declinando como potencia mundial. Nye fue más lejos al señalar que ninguno de los países o conglomerados de naciones citados por Nye como posibles potencias en ascenso y eventuales reemplazos de la Unión Americana, contaban con las bases de poder para liderar. Insistía en que el único que calificaba para ser siendo el líder del mundo, era el vecino país del norte.

Tal parece, sin embargo, que la historia reciente le ha dado la razón a Kennedy. Una mirada a los recursos de poder “duro”, especialmente el económico de los países o conglomerados de naciones a quienes tradicionalmente se ha identificado como grandes poderes en la escena mundial, revela que efectivamente hay una nueva configuración del poder mundial. Barack Obama, a lo largo de su mandato como Presidente de EEUU parecía entenderlo cuando afirmaba que el vecino país del norte debía concertar con otras naciones, la gestión de los asuntos globales. Estados Unidos, concedía Obama, era un socio fundamental, pero no el único que podía conducir al mundo por los senderos de la paz y la prosperidad. Convocaba a otras naciones a asumir la responsabilidad que les correspondiera en función de las capacidades y recursos de poder que poseyeran -este mensaje llevaba una dedicatoria especial a la República Popular China (RP China).

Conforme a los datos del Banco Mundial, la RP China se ha convertido en la principal economía mundial, con un producto nacional bruto (PNB) -medido en términos del poder adquisitivo- de 23 billones -o trillones en inglés- de dólares. La segunda posición recae, todavía, en la vapuleada Unión Europea, que, con sus aun 28 miembros, reúne un PNB combinado de 21 billones de dólares -esta cifra seguramente se reducirá en el momento en que el Reino Unido se retire de la Europa comunitaria en marzo de 2019 -el PNB británico es de 2. 8 billones. Estados Unidos, en contraste, se encuentra en el tercer lugar, con 18. 5 billones.

Para poner en contexto estos números, imagine el lector que EEUU finalmente se convence de que necesita de México y Canadá para mejorar su posición en el mundo y que, por ello, necesita avanzar en una integración económica. Si así ocurriera, a los 18. 5 billones de su PNB, se sumarían 1. 5 billones correspondientes al PNB de Canadá y 1 billón más del PNB de México. La suma de los tres, no alcanzaría ni para igualar al PNB combinado de la Unión Europea, y mucho menos al de la RP China. De Japón hay poco qué decir. Su PNB es de 4. 8 billones -inferior al de Alemania, que supera los 4 billones y equivalente a la mitad del de India -10 billones.

La geopolítica mundial ha cambiado muy rápido. Quizá ello explica la retórica de Donald Trump, quien llegó a la presidencia estadunidense afirmando que había que hacer que “Estados Unidos sea grande otra vez.” Por supuesto que sería imprudente negar el poder económico, militar y diplomático que posee el vecino país del norte, pero si la idea es “hacer grande” otra vez a ese país, evidentemente se requiere, en primer lugar, entender que tan importante es lo que haga y/o debe de hacer Washington como también lo que hacen y/o dejan de hacer los demás. Y entre esos “demás”, la RP China ha logrado empoderarse de una manera que pocos habrían imaginado en los tiempos en que Kennedy publicó su debatido libro.

Nye ha enfatizado la importancia del poder suave como un recurso de singular valor mediante el cual las naciones pueden proyectar sus intereses en el mundo de hoy. Esto es parcialmente cierto. Es verdad que, en el caso de Estados Unidos, el poder suave que posee ese país en la forma de su diplomacia, de sus industrias culturales, etcétera, es formidable. Aun así, el camino para que Washington sea el líder del mundo, se antoja, para decir lo menos, sinuoso. Eliot Cohen ha señalado que, si bien el poder suave es importante, es su combinación con el poder duro -i. e. el económico y el militar- lo que puede generar esa capacidad para que un Estado logre que otros hagan lo que éste desea. Cohen va todavía más lejos al afirmar que las naciones cuyo poder suave destaca a nivel planetario, son aquellas que poseen una base de poder duro significativa.

Más allá de debatir quién tiene o no la razón, los datos económicos anteriormente referidos dan cuenta de una nueva realidad mundial. El poder mundial ya no lo concentra un solo país -tal vez momentáneamente esto sí ocurrió cuando acabó la guerra fría y Estados Unidos se encontró, en ese contexto, sin un rival que pudiera neutralizarlo o competir con él. Hoy las circunstancias son distintas. Si bien la RP China enfrenta enormes desafíos y su población tiene grandes carencias -y otro tanto se podría decir de India- lo cierto es que es [son] un actor [es] difícil [es] de ignorar, dado que sus capacidades están dando pie a un cambio sistémico. Hoy ya nadie podría ningunear a la RP China a la hora de gestionar los asuntos globales. Claro, falta ver si Beijing está dispuesto a asumir el costo de ascender como poder dominante, cosa que, a la fecha, aun no se define.

Lo que es cierto es que el declive de Japón y la Unión Europea han ocurrido a la par del ascenso chino. A principios de la presente década, por ejemplo, la Europa comunitaria tenía como principal socio comercial a la Europa comunitaria: 75 por ciento de su comercio era realizado entre sus propios miembros. Hoy, el comercio intra-europeo apenas equivale al 50 por cientos de sus intercambios globales siendo la RP China su segundo destino extra-comunitario en términos de exportaciones y el principal origen -también, extra-comunitario- de sus importaciones. La estrategia china es clara: hacer al mundo más dependiente del país asiático: ¡y vaya que lo ha conseguido! Y conste que hoy el gigante de Asia no está creciendo a las tazas que solía hace una década. Si así fuera, el resto del mundo estaría en serios -o más serios- problemas.

La relevancia de este análisis, desde México, es clara. La economía nacional no pasa por su mejor momento. El PNB mexicano equivale a la tercera parte del de Brasil, la quinta del de Japón, la décima del de India y la 23ª del de la RP China. La pregunta obligada es, entonces, ¿qué puede o debe hacer México para evitar un mayor declive de cara a las tendencias globales descritas?

Paul Kennedy seguramente sugeriría mejorar la base económica nacional, lo cual implicaría, de entrada, una profunda reforma que enfatice una mejor distribución de la riqueza. Pese a que su PNB es muy menor a comparación del de los países o conglomerados de países ya citados, México es un país rico, aunque mal administrado. Junto con una profunda reforma económica sería menester mejorar la recaudación tributaria y, ciertamente, combatir a la delincuencia organizada, porque ella sustrae una parte importante de la riqueza nacional. Aun así, México tendría que echar mano, igualmente, del poder suave que posee.

Si bien hay indicios de que las autoridades nacionales reconocen el valor del poder suave mexicano, el desarrollo de políticas públicas a su favor aun es incipiente. México gasta muchos recursos para mejorar su imagen internacional, además de que promueve el turismo y las inversiones. El trabajo de PROMEXICO es loable, pero a todas luces, insuficiente. La diplomacia, la gastronomía, la música, la industria vitivinícola, los sitios arqueológicos, las playas, el doblaje y otros tantos rubros, podrían formar parte de una estrategia de poder suave encaminada a la promoción de los intereses nacionales en el mundo, pero también para edificar una sociedad más próspera y pacífica. Pero todo ello, debería ser parte de un proyecto nacional integral. Los esfuerzos aislados, está visto, pueden lograr muy poco.

En el mundo de hoy, los países, con la excepción de la RP China e India -y algunos de los anteriormente referidos- parecerían condenados a la irrelevancia. Aquí, quien no se mueve, no sale en la foto. Hace un par de décadas, pocos pensaban que Beijing pudiera estar en el lugar que ocupa hoy. Se le consideraba una nación de campesinos pobres. Hoy, la RP China, aun cuando posee una población rural considerable, ha logrado avanzar en su proceso de industrialización al punto de ser la fábrica mundial -todos manufacturan ahí-, con una clase media pujante, amén de haber llegado al espacio y de contar con una estrategia de diplomacia pública y de poder suave que día a día le permite ganar las mentes y los corazones de más y más personas en todo el orbe. La RP China usa su poder suave -respaldado por su formidable poder económico y militar- en la forma de su diplomacia del panda, de la difusión de su medicina tradicional, de los institutos Confucio -que impulsan el aprendizaje del mandarín en las más diversas latitudes- de su historia milenaria, de su promoción turística, de su industria de la animación, etcétera. A la RP China se le pueden criticar muchas cosas -como también se puede hacer el mismo ejercicio de enjuiciamiento con cada país del mundo- respecto a lo que le falta por hacer, pero en el análisis es muy importante entender lo que ha hecho bien, que no es poca cosa. En ese espíritu es que México debería hacer un profundo proceso de reflexión respecto al lugar en que se encuentra, los recursos con que cuenta -materiales y humanos- y lo que desea en el futuro cercano y lejano. Parece una misión imposible, pero de la RP China se decía lo mismo hasta no hace mucho.

La geopolítica mundial ha cambiado y lo sigue haciendo, al igual que el poder. El inmovilismo no es buen consejero. En la política, lo que alguien deja de hacer o el espacio que deja de ocupar, lo hace o lo ocupa otro que posee mayor visión. No es sólo un tema de recursos, sino de estrategia y, por supuesto, de voluntarismo. Al final del día, cada quien está donde quiere estar, de manera consciente o inconsciente. Pero el tiempo se agota.

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