sábado 06 julio 2024

Kundera y el totalitarismo

por Pedro Arturo Aguirre

La magnífica obra literaria de Milan Kundera fue profundamente marcada por el totalitarismo comunista imperante en su natal Checoslovaquia. Nacido en 1929, comenzó escribiendo poemas y cuentos. No se decantó por la novela hasta los años sesenta, cuando Checoslovaquia vivía una etapa de deshielo y se hablaba del comunismo con “rostro humano”. Kundera publicó La Broma en 1967, la cual se agotó a los pocos días de llegar a las librarías. Es un libro imprescindible. Se ha leído como la obra más “política” de su autor por implicar una crítica al stalinismo y una disertación sobre la sociedad comunista, pero el autor nunca la vio así. Alguna vez declaró al respecto: “Siempre pensé en haber escrito con La Broma una historia de amor. Desafortunadamente, y sobre todo en el extranjero, este libro se considera una novela política, pero, eso es completamente falso. Es una historia sobre los malentendidos entre seres humanos defectuosos, quienes se afanan en encontrar significado vital, amor y redención a través de los prismas de sus propias verdades”. También advirtió: “Los novelistas no tienen porque ser ni historiadores ni profetas. Son, sobre todo, exploradores de la existencia”.

Aun así, toda la obra de Kundera está impregnada de historia, filosofía y política. De joven fue un ardiente comunista. Arribó a la mayoría de edad durante la Segunda Guerra Mundial, cuando toda su generación se sentía para entonces decepcionada por el sistema democrático liberal imperante en Checoslovaquia desde la formación del país en 1919. Tras el final de la ocupación nazi los checos también quedaron horrorizados por tanta barbarie, por eso se sintieron atraídos por el sistema político de sus supuestos libertadores: los soviéticos. Muchos jóvenes idealistas y educados se volvieron comunistas, y Milan Kundera estaba resueltamente entre ellos. Muy pronto serían rotundamente desilusionados. Cuando en 1948 los comunistas se apoderaron del gobierno tenían una fuerte influencia de la Unión Soviética. Fue uno de los satélites de la URSS más represivos, con sus métodos brutales, asesinatos judiciales y extrajudiciales, campos de trabajo forzado en minas de uranio, uso generalizado de la tortura, prohibición de viajar al extranjero, persecución religiosa, proscripción de los artistas y literatos disidentes, ideologización extrema en los institutos de educación, censura extensiva, colectivización agraria, etc.

Klement Gottwald, el primer líder comunista checo de la posguerra, era más stalinista que Stalin. Cuando en 1953 murió su ídolo él falleció por haber asistido al funeral no lo suficientemente abrigado en un día extremadamente frío. Sin embargo, ni la muerte de Stalin y de Gottwald evitaron la consolidación de una obtusa tiranía stalinista en los años 50. Pero hacia finales de la década el proceso de destalinización comenzó, por fin, Checoslovaquia. Entonces cundió la desilusión ante la dureza y el fracaso del régimen. Kundera y otros comunistas empezaron a darse cuenta de su error. La Primavera de Praga en 1968 y el subsiguiente período de liberalización ofrecieron a Kundera y a los otros reformistas expresar libremente sus ideas. Alexander Dubček, el nuevo líder del gobierno checo, tenía como objetivo instituir un “socialismo con rostro humano”, lo cual el escritor apoyó firmemente. La Primavera de Praga fue una época de gran optimismo, un sueño hecho realidad. Uno de los inicios de la Primavera de Praga fue,  de hecho, el Congreso de Escritores de 1967, donde, en cierto modo, los escritores encabezaron el movimiento de reforma. Pero fue un sueño efímero. En el año axial de 1968 los tanques rusos intervinieron para ponerle fin a sangre y fuego.

Fue en el ambiente de la Primavera de Praga cuando Kundera publicó (a los 33 años) su primera novela: La Broma, libro -sin duda- políticamente provocativo. Fue una sensación en Checoslovaquia cuando salió a la luz. El personaje más importante de la obra, Ludvik, es un librepensador expulsado del Partido Comunista y la universidad en la década de los 50 y obligado a trabajar en las minas durante más de una década. Su crimen fue haber escrito una broma en una postal a su novia: “¡El optimismo es el opio de la gente! ¡Una atmósfera saludable apesta a estupidez! ¡Viva Trotsky!” Ya en esta su primera novela se aprecian temas básicos del escritor como la atemporalidad del amor y la lujuria y los misterios del destino, pero también como las utopías (políticas, espirituales) no conducen al paraíso, sino al purgatorio.

La esperanza generada por la Primavera de Praga fue reemplazada gradualmente por el cinismo. Kundera no abandonó el país hasta siete años después de la invasión, en 1975. Tanto la Primavera de Praga como la invasión aparecen en sus obras más famosas, La Insoportable Levedad del Ser y El Libro de la Risa y el Olvido como puntos de inflexión relevantes. Precisamente con La Insoportable Levedad del Ser (1984) Kundera se convirtió en un éxito de ventas internacional y le hizo conocido en todo el mundo. Plantea aquí el novelista (quien pertenece a la larga lista de geniales escritores jamás premiados con el Nobel) la dicotomía entre lo individual y lo colectivo a través de la historia de Tomás, un médico quien antes de la Primavera de Praga trataba de ser feliz sin verse afectado por el entorno político e histórico. La novela fue llevada al cine en 1987 por Philip Kaufman en una película del mismo título muy bien lograda con Daniel Day-Lewis y Juliette Binoche como protagonistas.

Ya famoso, Kundera nunca se cansó de reiterar su aversión a ser considerado un “escritor político”. Nunca se consideró un artista “disidente”. Más bien se consideraba “subversivo”, (como lo dijo alguna vez) en el sentido de quien plantea cuestiones de incertidumbre moral y social, ciertamente anatema para los fieles ideológicos de cualquier tipo. Pero, sobre todo, subversivo como de quien percibe a sus novelas como una investigación sobre lados desconocidos de la existencia humana desde ángulos inexplorados: “La novela como una exploración de verdades relativas, con ninguna de las cuales el autor se identifica ni moral ni emocionalmente, pero trata de entender”. Y también advirtió: “las novelas verdaderamente grandes nacen de eventos históricos. Piénsese, por ejemplo, en la Guerra y la Paz. Arrojan a las personas a situaciones destinadas a desenmascarar sus defectos, a revelar su verdadero carácter y a evidenciar lo absurdo de cualquier certeza existencial o moral”.

 

También te puede interesar