El currículum es un género literario. En tanto tal, tanto aporta a su efecto lo que se incluye en él como lo que se omite. Cosas que suelo rasurar del mío: el infomercial que escribí para CV Directo, los discursos motivacionales que pergeñé para los encuentros de ventas de una empresa de botanas (aun si me siento particularmente orgulloso de mi uso de la expresión “ganarnos la papa” como leitmotiv de alguno). Cosa que nunca dejo de consignar: mi paso profesional y político por Democracia Social.
Un halo romántico rodea el nombre de ese desaparecido partido político. Por su compromiso con una sociedad de ciudadanos, una política ajena a las prácticas clientelares y corporativas y una idea urgente entonces –y otra vez ahora – de fortalecimiento y construcción institucional. Por haber puesto en el mapa la agenda de género y la de las minorías políticas. Por los tantos cuadros políticos, sociales y/o intelectuales que atrajo de otros universos, o que formó o acabó de formar. Y, desde luego, por la figura central de Gilberto Rincón Gallardo, una de las pocas más o menos incontrovertibles de la política mexicana, icono no sólo de la vieja izquierda comunista sino de una posterior y mejor: socialdemócrata y comprometida con la diversidad. Por todo eso, hoy suena muy bien decir que uno formó parte de ese proyecto. No era el caso hace 20 años, cuando existía y luchaba por sobrevivir.
Fue después de que Democracia Social asomara la cabeza que comenzó la embestida: habíamos sido creados desde una Secretaría de Estado –a veces era Gobernación, a veces Sedesol–para quitarle votos al PRD –o, ya que la derrota de Cárdenas se reveló inevitable, al PAN– a fin de impedir la alternancia; o la versión amable: éramos encomiables y necesarios pero ése no era nuestro momento porque la prioridad era sacar al PRI de Los Pinos.
Nuestro argumento entonces era muy sencillo: instar a votar por un candidato presidencial con posibilidades reales de triunfo pero darnos un voto para llevar al Congreso causas que de otro modo no habrían podido llegar. El porcentaje de electores con tal grado de complejidad política fue grande pero insuficiente: Democracia Social se quedó a tres centésimas de la votación necesaria para refrendar su registro; como resultado, el país perdió una década o más en la construcción de una agenda de libertades.
La histeria se repite. Hoy, ante la llegada al poder de un nuevo régimen autoritario –o el mismo revolcado, a saber– es Movimiento Ciudadano el partido al que se acusa de pretender obstaculizar la democracia por no haberse sumado a la alianza opositora. Si el argumento era cuando menos cuestionable en el caso en una elección presidencial, en una intermedia se revela de plano tramposo. Que MC es oposición es cosa que resulta evidente a partir de su actuación legislativa, que ha dado muchas más muestras que la del PRI de oponerse a la destrucción institucional que pretende Morena. (Otra cosa es que no sea una oposición perfecta –por algunas de sus prácticas estructurales, por algunas acciones de sus gobiernos, por algún candidato impresentable.) Que seguirá como oposición real y abanderará en el Congreso causas relevantes –en gran medida la agenda que Democracia Social no pudo cristalizar hace 20 años– es, por tanto, previsible. Y que una curul suya sumará tanto al contrapeso legislativo como una del PAN o del PRD –y más que una del PRI– es asunto de lógica elemental.
Hay entre los candidatos de MC personas a las que quiero y admiro pero éste no es un exhorto a votar por ellas. En una elección intermedia en un sistema que contempla la representación proporcional, útil es el voto que mejor representa nuestra visión de mundo. Y, a la larga, más útil es el voto que nos refrenda como ciudadanos con causas e ideas, ésas que nos blindan contra el efectismo redentorita que corteja nuestras emociones encendidas. El que se ejerce desde la razón es, pues, el verdadero voto útil.
IG: @nicolasalvaradolector