El presidente López Obrador está frente a un dilema: institucionalizar a Morena o mantenerlo como un movimiento popular caudillista indisolublemente atado a su figura. Ambas tienen ventajas y desventajas para él y sus alfiles, así como ventajas y desventajas para la democracia mexicana.
La ventaja de institucionalizar a Morena es que verdaderamente podría trascender como hegemonía transexenal. La clave de las hegemonías políticas reside en la sucesión, en cómo transmitir el poder de generación en generación sin violencia ni ruptura. El PRI lo logró durante 66 años mediante un presidente rotativo, lo cual creaba una sensación de alternancia. Vargas Llosa bautizó a ese arreglo como “la dictadura perfecta”. No da la misma sensación un autócrata durante 34 años (Porfirio Díaz), que 11 reyezuelos durante seis décadas (de Cárdenas a Zedillo). Sin embargo, este arreglo implica que el caudillo tiene que ceder el poder. Así, López Obrador intentaría aspirar a ser –en los arquetipos de monografía que le gustan– una suerte de Lázaro Cárdenas, el verdadero creador de la hegemonía priista y sus reglas de sucesión.
En cambio, la ventaja de mantener a Morena como movimiento popular caudillista es que le permite a López Obrador fincar el poder en él, administrando corcholatas, gobernando tras bambalinas en una reedición del Maximato callista. El problema es que, sin institucionalizarse, el movimiento seguiría la suerte política y vital del caudillo.
En pocas palabras: López Obrador podría institucionalizar a Morena para fraguar un régimen longevo, pero a costa de ceder su poder; o puede mantener todo el poder, pero debilitando a Morena a largo plazo. A juzgar por su biografía, es más probable que opte por lo segundo.
Ninguna vía es buena para la democracia mexicana. Sin embargo, la segunda es acaso la menos peor. Parto del hecho inobjetable de que el obradorismo está destruyendo al país en todos los rubros medibles. En ese sentido, es preferible un movimiento caudillista efímero, de dos o tres sexenios –considerando que López Obrador ya está viejo–, a una maquinaria transexenal de múltiples décadas. Así, mejor que Morena se canibalice, a tener un monolito perfectamente disciplinado, vertical y uniforme que arruine a México, como lo hizo el PRI, durante un siglo entero. Lo mejor para México es que Morena no termine de cuajar.