En este espacio ya antes he tratado el tema de un debate durante una campaña electoral, he explicado cómo el concepto de “ganar” el debate no tiene nada que ver con el comportamiento durante él, sino con el resultado posterior al debate en el que algún candidato o candidata incrementan a sus seguidores. Sabemos que todo candidato va preparado para tratar de imponer agenda y que raramente responde a los demás; es decir, más que un debate es una pelea por imponer agenda. Sé que los puristas siempre critican a los debates por su formato, por la falta de propuestas reales, por la carga de negatividad y ataques, etcétera, etcétera, pero se les olvida que lo que ven es lo mismo que ven en toda la campaña, los 90 o 120 minutos que dura un debate es sólo una campaña sintetizada.
Partamos de un hecho indiscutible, un debate es un momento de alto riesgo para algunos de los candidatos, por lo que su equipo tratará siempre de disminuir esos riesgos para lo cual tiene muchos métodos, pero el principal es haciéndolo aburrido, con poca difusión, en horarios y días poco atractivos, con participaciones largas que aburren a los ciudadanos, con el mayor número de participantes para evitar intercambios directos y continuos entre adversarios directos, con restricciones a las tomas de cámara para no captar momentos de distracción o preocupación, etcétera. Hay muchas formas y los políticos se las saben todas. Cada candidato toma estrategias dependiendo de su posición en las encuestas, las que no sirven para pronosticar como ya lo hemos dicho hasta el cansancio pero sí para el diseño de estrategias, y en un debate son más que evidentes.
A. Para los punteros, para quienes realmente están peleando con mayores posibilidades, que puede ser uno solo o más, el debate se puede volver su perdición. En México en el 2000 así le pasó a Francisco Labastida. Un mal desempeño puede cambiar el ambiente de la campaña y reiniciarse a partir de ese error, por ello los punteros son los que más pelean para imponer las reglas del debate, son los que menos quieren arriesgar y para ellos, para los punteros, a veces no se trata de ganar sino de “sobrevivir” sin mayor daño.
B. Los candidatos que sin ser punteros sí esperan alguna sorpresa generalmente pertenecen a partidos poderosos que ya han mostrado fuerza anteriormente pero que sus simpatizantes están apoyando a otra fuerza. Estos candidatos son los que más arriesgan, para ellos esas son prácticamente sus únicas oportunidades de salirse de la campaña tradicional y mostrarse agresivos y propositivos al mismo tiempo, saben que los ataques contra ellos serán pocos porque no van de punteros y aprovechando esa situación tratan de golpear donde más les duela a los punteros. Para un observador no involucrado en las campañas a veces parecen ganadores porque pegan, proponen, pero en la lógica de las campañas no lo son si no logran recuperar militantes o si no dañan de fondo a los punteros, los cuales tratarán de no responderles en demasía para no incluirlas en la pelea.
C. Siempre habrá candidatos “testimoniales” que serán a veces atractivos pero no se ven con posibilidades de ganar. Éstos son los que más oportunidad tienen de ganar algo porque un debate los “iguala” en tiempo y formato con los punteros, difícilmente serán atacados por lo que en el diseño del debate no tienen que estar cuidando la forma de responder o cambiar esos temas. El caso es que estos candidatos normalmente son los que más proponen, los más ocurrentes, a veces los más agresivos, pero al final son a los que menos atención le ponen los analistas, que se centran en los que pueden ganar.
Como ven, un debate se analiza en las estrategias y no en las propuestas, no en los ganadores sino en los perdedores, y un debate no inicia ni termina durante su desarrollo, inicia días antes en los que los candidatos tratan de poner en la agenda los temas que deben ser tratados (la corrupción de alguno, las mentiras en campaña, los escándalos familiares) y termina días después en el que todos se declararán ganadores, todos tratarán de decirnos que hicieron más propuestas, que no les respondieron, etcétera, etcétera. Quien no lo haga es que no se rodeó de un buen equipo de campaña.
Así que de nuevo, a los puristas, entre los que a veces me ubico, no les debe sorprender el bajo nivel de un debate; mientras sigamos dejando su diseño a los caprichos de los partidos así seguirán. Cuando la sociedad, ya sea por los medios o por otras vías no sea la que diseñe los debates éstos nos seguirán decepcionando. Por lo pronto es lo que tenemos y tengamos cuidado al declarar ganadores, gana quien supera expectativas, gana quien hace caer en errores graves a los punteros, gana quien impone su agenda a los demás y sobre todo gana quien incrementa de manera importante del número de ciudadanos dispuestos a votar por su opción política.
Este artículo fue publicado en El Economista el 09 de mayo de 2017, agradecemos a Roy Campos su autorización para publicarlo en nuestra página.