Los mexicanos estamos tan habituados a la desgracia que ojalá pudiéramos elegir nuestros fracasos. Como esto es imposible, debemos aceptar el repertorio de tragedias con que nos favorece el destino.
De pronto, un marchista mexicano se acerca al estadio donde ganará el oro pero es eliminado en el callejón de entrada. Las cámaras no captan ese momento que en nuestra mente adquiere incontrovertible nitidez: un árbitro aprovechó “lo oscurito” para perjudicarnos.
¿Y qué decir de los agravios sufridos en el futbol? El penal ficticio que nos impidió eliminar a Holanda en el Mundial de Brasil, en 2014, parecía el grado más alto de la ignominia. Pero entonces no existía un aparato capaz de refinar los daños que el destino nos tiene reservados. El domingo fuimos ultimados por televisión. México ganaba 1-0 a Brasil y se disponía a conquistar su tercer Mundial Sub-17. En el minuto 82, un zaguero se barrió sobre un delantero brasileño, el árbitro no advirtió nada ilegal y nadie protestó la jugada. Pero el silbante Andris Treimanis, de Letonia, recibió un mensaje del videoárbitro holandés Dennis Johan Higler. Lo que no fue delictivo en el mundo de los hechos recibió otra sanción en la realidad virtual de la pantalla. Así se decretó un penalti incorpóreo, concebido por la imagen.
El VAR (Video Assistant Referee) no es ajeno a la política. En 2015 el FBI reveló el entramado de corrupción de la FIFA que llevó a la destitución de Joseph Blatter. En respuesta, el consorcio multimillonario que se presenta como “asociación no lucrativa”, inició una campaña de lavado de imagen y cedió a una propuesta del más poderoso de sus socios. Desde hace años, las televisoras pedían que el video se convirtiera en la Suprema Corte del juego. La razón es obvia: con esa medida el futbol importa más en la pantalla que en la cancha y el replay adquiere rango jurídico, reforzando el poder de las transmisiones.
En vez de transparentar sus finanzas y acabar con el tráfico de influencias que hará que el próximo Mundial se celebre en el delirante escenario de Qatar, la FIFA promueve el VAR. De ese modo anuncia su interés por la justicia (no la que tiene que ver con las auditorías, sino la que vigila jugadores en cámara lenta). Pero su uso puede ser político. En la pasada Copa América, celebrada en Brasil, los anfitriones disputaron la semifinal contra Argentina. De acuerdo con el portal Globoesporte.com, la frecuencia por la que el árbitro ecuatoriano Roddy Zambrano se comunicaba con sus auxiliares y con el VAR era la misma que usaba el equipo de seguridad del mandatario Jair Bolsonaro, presente en el estadio de Belo Horizonte. Los argentinos reclamaron dos penales, pero el colegiado se negó a utilizar el VAR. Bolsonaro había pisado el campo para saludar a la multitud y acaso contribuyó al desenlace con la complicidad de la muy cuestionada Conmebol. Por comparación, las Olimpiadas de Berlín en las que el atleta negro Jesse Owens le arruinó la fiesta a Hitler parecen un modelo de fair play.
El uso del VAR es discrecional. En el reciente partido entre el Liverpool y el Manchester City, clave para la Premier League, hubo dos manos dentro del área del equipo rojo, pero el VAR no fue utilizado. Resulta difícil saber si eso se debió a algo intencional. En América Latina, las causas suelen ser más explorables.
La muerte por video del domingo pasado despierta sospechas. Sabemos que el destino la trae contra nosotros y que Brasil no parece dispuesto a aceptar una derrota en su propia casa. Además, el encargado del VAR era holandés y en la semifinal México había derrotado en penales a la selección de ese país. ¿Estaba ardido? ¿Quería superar la treta de Arjen Robben, que se lanzó de clavado en el Mundial de 2014? Lo cierto es que la nación que le gana terreno al mar crea realidades imaginarias en el futbol.
Estamos ante un nuevo drama de la sociedad del espectáculo: un televidente puede decidir el desenlace de un partido que interesa a millones de personas. El fervor tecnológico quiere acabar con el error humano, pero los aparatos son usados por humanos. El árbitro que ejerce su criterio a riesgo de que le recuerden la mala reputación de su madre es mucho más digno que el burócrata invisible que condena a control remoto.
La magia del futbol está en el césped. También ahí debería estar la justicia.
Este artículo fue publicado en Reforma el 22 de noviembre de 2019, agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.