La violencia sexual contra mujeres en conflictos armados no es nueva, existe desde hace miles de años, aunque se acentuó en el siglo XX, cuando se extendió a lo largo y ancho del planeta, hasta la aparición de tribunales penales internacionales en la ex Yugoslavia y Ruanda donde se propuso tipificar esos delitos como crímenes de guerra y de lesa humanidad.
En las dos últimas décadas el derecho internacional humanitario ha profundizado en la tipificación y la máxima punibilidad para este tipo de delitos, en el marco de los referidos tribunales internacionales, así como en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. No obstante, las dificultades para su aplicación son muchas, dados los mecanismos jurisdiccionales nacionales, las barreras políticas y la falta de medidas por parte de los Estados, todo lo cual, en conjunto, tiende a desincentivar la persecución y tipificación de la violencia sexual en el marco de conflictos armados.
Con la llegada del Talibán al gobierno de Afganistán, la discusión sobre la violencia de guerra contra mujeres surge nuevamente, dado que se trata de uno de los regímenes más conservadores y violatorios de derechos de las mujeres, por lo que no podemos quedar al margen de este tema.

Desde hace semana y media hemos visto cómo las mujeres huyen de territorio afgano. Incluso México ya recibió a dos grupos de mujeres y familias, aunque sobre la violencia o crímenes de guerra, por el momento, sabemos poco. La información será más difícil de obtener una vez que la presencia occidental salga de aquel territorio.
Desde la Segunda Guerra Mundial se tienen documentados casos de violencia sexual contra las mujeres, quienes han sido esclavizadas, asesinadas y violadas en Japón, Polonia, Europa Oriental, Francia, Inglaterra y Alemania. Lo mismo que en India y Pakistán, o en los conflictos en Blangladesh, Bosnia, Congo, Dafur, Sudán, Libia, Irak, Siria o Nigeria, entre otros.
En todos esos casos el cuerpo de la mujer se ha convertido en botín de guerra, promoviendo la cosificación, dominación y odio, proyectando terror sobre la mujer y la sociedad.
Ante este panorama, las expectativas para las mujeres de Afganistán no son nada buenas, pues mundialmente es sabida la manera en que los talibanes tratan a las mujeres, reduciendo sus derechos. En apenas una semana y media hemos visto luces de lo que será la anulación de las mujeres y sus derechos en aquella nación.
Por desgracia, en los casos de violencia denunciados a lo largo de décadas no se ha sancionado a nadie, lo que refleja que el patriarcado domina las instancias jurisdiccionales, y que difícilmente se se tendrá justicia para las victimas. El derecho internacional, si bien protege a las mujeres contra delitos de guerra, como abuso, trata, esclavitud, violación y aborto obligatorio, en la realidad no se ha logrado poner en práctica, por lo que ahora es necesario conformar tribunales con perspectiva de género que permitan la aplicación de la ley.
Hoy las organizaciones internacionales deben tener sus exigencias puestas en este tema, o de lo contrario lo que veremos será una nueva tragedia contra las mujeres. Por eso hoy nuestra batalla será doble: por las mexicanas y por las afganas.