Para Rosario, mi madre, con amor y gran respeto.
Por lo general, los varones ocupan un lugar preponderante en la historia oficial. Existen casos, por supuesto, de mujeres que han sido reconocidas por su entrega; sin embargo, salvo excepciones, persiste la idea soterrada de nuestro papel secundario. Desde todas las trincheras de la vida nacional, el universo de las mujeres ha sido más que un complemento, es parte fundamental en la construcción de la patria; por tanto, no es casual que la patria sea mujer, aunque el encajonamiento en el estereotipo de la maternidad haya sido rebasado, desde hace mucho, por las propias mujeres.
La imagen más recordada de la patria es el rostro idealizado de Victoria Dornelas, pintada por el artista Jorge González Camarena; inmortalizada como la mujer mexicana de ojos profundos, cabellera azabache, piel morena, segura de sí misma y majestuosa. Victoria nos regaló su imagen que durante mucho tiempo estuvo plasmada en las portadas de los libros de texto, como referente de la esencia nacional.
Sería injusto mencionar sólo algunos nombres de mujeres en este texto, porque las mexicanas hemos construido un todo integrado con un núcleo sólido, templado bajo el fuego de la discriminación histórica, del papel limitado que durante siglos nos encasilló, casi como una dádiva. Parece que hemos sido las incómodas históricas. Transitamos como fantasmas sumisos, peleando en las mismas trincheras que los hombres, por las mismas causas, pero relegadas al segundo plano por la conveniencia de aquellos que siempre han sabido de nuestra fuerza y coraje. No se puede escribir la historia sin la participación femenina; por definición, activa, decidida y comprometida a perpetuidad. Aunque es inocultable que, sistemáticamente, nos sigue siendo arrebatado el lugar histórico que nos regatean.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo-Nueva Edición, del INEGI, en el tercer trimestre de 2021, se estimó que 127.8 millones de personas habitaban en México. De ellas, el 52% (66.2 millones) eran mujeres. 51.7 millones tenían 15 años o más de edad, y cuatro de cada diez (22.8 millones) formaban parte de la Población Económicamente Activa.
En el mismo sentido, los Censos Económicos nos dicen que en 2018 había en México 1.6 millones de micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYMES), que eran propiedad de mujeres, y empleaban a 2.9 millones de personas. Y en 2020, por cada tres hombres, una mujer presidía las administraciones públicas municipales.
Ahora, un dato no menos revelador: El delito de violencia familiar aumentó 5.3% entre 2019 y 2020, según el Censo Nacional de Procuración de Justicia Estatal. En este mismo espacio hemos hablado de los niveles de violencia en el país, particularmente, la violencia que padecemos las mujeres.
Nuestro papel es diverso, no es producto de ninguna concesión, porque lo hemos obtenido por convicción, a veces empujadas por la necesidad. Desde aquella que elige ser ama de casa y entregarse de lleno a su vocación, hasta la mujer profesionista, empresaria o luchadora social, por mencionar algunas, siempre dejamos nuestra propia huella. No olvidamos, en ninguna circunstancia, arrancarnos la condición histórica a la que quieren someternos, como si de una camisa de fuerza se tratara.
La rebeldía femenina no se generó espontáneamente. A diario hemos batallado, desde siempre, contra los estereotipos, contra las vejaciones, contra la muerte que nos acecha en el camino hacia nuestras ocupaciones diarias, en nuestros propios hogares. Porque somos proveedoras, educadoras, pilares familiares que hemos sabido superar la adversidad, aun sin el apoyo de un varón.
Porque nos negamos rotundamente al papel de sumisas y abnegadas; aunque se nos quiera catalogar como la encarnación del mal, y se nos haya estereotipado para, a partir de ello, condenarnos con raseros perversos recargados de moralidad propagandística, totalmente ajenos a un estado de derecho.
Hoy día, muchas mujeres sin apoyo familiar —o con él— crían a sus hijos en un penal o sufren una doble condena al saber que carecen de una defensa legal efectiva que les permita demostrar su inocencia o cumplir su sentencia; ellas son las olvidadas de un sistema opresor que las prefiere enjauladas cual bestias. Porque para amplios sectores sociales, los tribunales públicos son más efectivos, cuando de condenar a una mujer se trata, más que la propia legalidad a la que todos por igual —se supone— tenemos derecho. Es inocultable la intención opresora de mantener la bota sobre el cuello de las mujeres en prisión; es la paranoia de estos tiempos: un gobierno que teme a las mujeres, a su voz, a su trayectoria, a su rebeldía. La justicia no aplica para las mujeres.
Por eso seguimos siendo asesinadas, violadas, señaladas, vistas como seres humanos de segunda por los que quieren perpetuar su anacronismo: ellos pretenden seguir ignorándonos en la búsqueda de nuestros hijos desaparecidos, en nuestra absurda pretensión de justicia para nuestros familiares asesinados. Para ellos, es impensable que tengamos el descaro de buscar mejores oportunidades para aportar lo mejor de nosotros a nuestra sociedad. No tenemos derecho a educarnos: hoy parece retomar vigencia aquella frase machista que quería a las mujeres “cargadas y en un rincón”, como las escopetas.
Por eso, para ellos, es mejor acallar las voces femeninas que se niegan a la genuflexión humillante, al servilismo conveniente. Hoy, tristemente, la perspectiva de género sufre un extravío en las mujeres del poder. Porque al que se pregona feminista, nada le incomoda más que las propias mujeres; ellas lo saben, pero prefieren ignorarlo convenientemente. Porque para él, la venganza es la justicia en su propio mundo limitado y conveniente: el terror se apoderó de sus pensamientos, y desde esa soledad le dicta los términos torcidos de su propia justicia, la que acomoda a sus propios intereses, la que le permite deshacerse de quienes le incomodan.
Por eso, para nosotras las mujeres, todas, no existen fechas específicas para confirmar nuestra vocación: somos luchadoras por naturaleza, no nacimos para ser víctimas. Porque todos los días son de batalla, porque aprendimos a pelear en la oscuridad hasta que las sombras fueron nuestras aliadas, porque nuestra vida seguirá dependiendo de nuestra rebeldía. Porque ninguna de las cárceles construidas deliberadamente para nosotras podrá contenernos, podrá sofocar nuestra naturaleza. El gobierno seguirá regateando nuestros derechos, porque así le conviene, pero nosotras seguiremos peleando, porque ni la misma tumba será capaz de callar nuestras voces. Somos mujeres, siempre mujeres.