México felicitó ayer a Daniel Ortega por elegirse Presidente de Nicaragua como se eligió aquí José López Portillo hace 38 años: sin contendientes. Para más señas, Ortega designó vicepresidenta a su esposa, como López Portillo designó aquí en su gabinete a un hijo, dos hermanas, un primo…
Se entiende que México haya optado por una diplomacia inmovilista, con escasa exposición, y que cuando arriesgó algo fue de manera acelerada al invitar a Donald Trump, aunque eso, más que un error, se haya tratado de una apuesta por un contendiente en la elección de hoy en Estados Unidos.
Sin embargo, no por diplomática (Nicaragua es nuestro tercer socio comercial en Centroamérica) la felicitación a un dictador debe escapar a la crítica, porque Ortega declaró ilegal a la oposición, prohibió la presencia de observadores extranjeros y se reeligió sin siquiera tener que hacer campaña.
En Ortega se congratula a un autócrata que impuso su reelección eterna, nombró un muerto como actual líder del Parlamento y alista el traspaso de su dinastía a la esposa, Rosario Murillo, su “eternamente leal compañera” y quien lo liberó de toda culpa cuando su hija Zoilamérica lo acusó de violarla.
La enhorabuena es también para un hombre que representa un esperpento político, porque Ortega encabezó una rebelión que quitó el poder en 1979 al tirano Anastasio Somoza para instaurar otra dictadura por la vía de las armas hasta 1990, y recuperarla, otra vez, en 2006, pero por medio del voto.
Y sí, tienen algo de razón todos los que argumenten que si Ortega es un dictador de los nicaragüenses eso es problema de los nicaragüenses. Pero también tienen algo de razón quienes levantan su voz para llamar la atención sobre la descomposición democrática que sufre una nación vecina.
Porque los países no pueden vivir pensando que no les concierne lo que ocurre a los otros: es su único antídoto contra el olvido, la única manera de que no pierdan el sentido de lo trágico, el único recordatorio de que las naciones pueden morir.
Nicaragua era una democracia joven, encaminada a consolidarse, cuando Ortega ganó las elecciones en 2006 y recibió un Estado sin apenas deuda ni déficit, con una economía sana que detonó con los petrodólares donados por el dictador venezolano Hugo Chávez.
¿Qué hizo Ortega con un Estado sin apenas deuda ni déficit y una economía sana que detonó con los petrodólares donados por Chávez? Un Estado asistencial, regaló comida y medicinas a cambio de popularidad y eliminó a la oposición.
Viola los derechos humanos, chantajea a los ciudadanos con la manipulación de sus necesidades, controla el aparato electoral, prohibió el aborto y la prensa libre y estableció una policía política.
Cuidado: a ese tipo felicitamos.