En su conferencia mañanera de ayer el presidente López Obrador buscó minimizar los señalamientos del exsecretario de Hacienda y Crédito Público, Carlos Urzúa en la entrevista que publicó la revista Proceso el fin de semana. Si bien es cierto que al extitular de SHCP se le reconocía por la mesura y la seriedad, llamaba la atención que con su formación académica y la experiencia que ha acumulado no hubiera un atisbo de preocupación por los diversos proyectos que la nueva administración ha venido impulsando desde el primer momento como la refinería de Dos Bocas o el tren maya, así como los efectos de descarrilar proyectos, como el del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México o las rondas previstas como resultado de la reforma energética.
El contenido y tono de la carta de renuncia del doctor Urzúa, así como lo declarado en la entrevista que refiero arriba, han dado pie para que ocurra un amplio debate en diversas esferas de la vida pública de nuestro país sobre la viabilidad de las políticas públicas de la actual administración. Como sería de esperarse, de inmediato han surgido los actores que son parte de lo que el presidente López Obrador bautizó desde hace algún tiempo como la “Cuarta Transformación”, que se han enfocado a criticar a Urzúa por lo que apuntó en su carta, a criticarlo porque no advirtió antes su inconformidad o incluso, porque sabiendo cuáles eran los planes del presidente aún así aceptó la responsabilidad de encabezar la SHCP.
Me atrevo a afirmar que todos quienes hemos hecho señalamientos sobre la deficiencia con la que se han planeado, estructurado o instrumentado los principales proyectos de la administración del presidente López Obrador o sus principales decisiones de política nos vimos sorprendidos porque los señalamientos que hizo el exsecretario Urzúa. No tengo elementos para explicar por qué estando convencido de que las cosas no se estaban haciendo bien, el extitular de SHCP no hizo un pronunciamiento público previamente o por qué se esperó tanto para separarse del cargo.
Yo he insistido en este espacio que el problema de no estar haciendo bien las cosas, particularmente porque ha sido evidente que los proyectos o decisiones de política fueron precipitadamente anunciados o incluso, puestos en marcha, se acrecienta por el complicado panorama internacional, que puede provocar que el costo de malas decisiones en nuestro país sea sustancialmente mayor que si el entorno externo fuera uno de optimismo generalizado. Cuando digo precipitadamente puestos en marcha, hablo del deficiente armado de la licitación de la refinería, de hacer promesas de costos y tiempos a la ligera, sin siquiera tener todos los permisos que se deben obtener, como también ha sido exhibido en el caso del aeropuerto de Santa Lucía.
El domingo muy tarde conocimos el dato sobre el desempeño de la economía de China en el segundo trimestre, que si bien estuvo dentro lo estimado por los analistas, la tasa de crecimiento anual resultante para el periodo abril-junio, fue la más baja en los últimos 27 años para ese país. Lo que confirma el panorama de debilitamiento de ese gran mercado. Por su parte, la semana pasada, la Comisión Europea confirmó su estimado de crecimiento para este 2019, de 1.2% para lo que se conoce como la zona euro, además de disminuir su estimado de crecimiento para el 2020, a 1.4%, cuando apenas en abril pasado lo colocaba en 1.5 por ciento.
Bajo este panorama internacional poco alentador, y que México de plano no ha sido capaz de aprovechar en los meses más recientes la última etapa del periodo expansivo de la economía de Estados Unidos, el presidente insiste en afirmar que vamos muy bien, que no dará ni un paso atrás. Ojalá pronto encuentre un espacio para reflexionar y darse cuenta que no, que no vamos bien y que en muchos aspectos sí estamos dando pasos atrás.
Este artículo fue publicado en El Economista el 16 de julio de 2019, agradecemos a Gerardo Flores Ramírez su autorización para publicarlo en nuestra página.