En días pasados pude ver y escuchar en las redes sociales, el desarrollo de “la mañanera” es decir, la conferencia de prensa del presidente López Obrador. Ahí, una maestra explicaba, de manera muy peculiar, los conceptos fundamentales de la llamada “Nueva Escuela Mexicana” y, colateralmente, las virtudes de los nuevos libros de texto gratuito que se distribuyen en gran parte de las escuelas del País. No conozco el nombre de la maestra, y ello no importa, porque al margen de la curiosa forma que utiliza para enseñar, lo verdaderamente significativo, es el daño que la nueva escuela mexicana, ocasionará a las y los educandos.
Para la maestra en cuestión, la cruzada educativa del obradorato, se sustenta en enseñar a los alumnos/as a “ser solidarios, entrar en lo colectivo, en comunidad” y la llave mágica para ello, nos dicen, consiste en no evaluar, no calificar el desempeño educativo de las y los niños, de las y los jóvenes mexicanos. Para la maestra y para la Nueva Escuela Mexicana, evaluar el desempeño educativo alienta, dicen, el individualismo y propicia que las y los niños sean egoístas.
Todo esto es una insensatez del tamaño del mundo, porque lo que harán será imponerles a las y los educandos una nociva uniformidad del pensamiento. La estupidez de uniformar el conocimiento, busca implantar un colectivismo destructor, en donde nadie sabe menos, pero lo grave es que nadie sabe más, y ello produce, como sucedió en los regímenes totalitarios, que las sociedades vayan experimentado un proceso degenerativo de esclerosis cultural e intelectual.
Durante la revolución cultural de Mao, se exhibía, se perseguía, se apaleaba, se ridiculizaba públicamente a los profesores y a los alumnos que enseñaban o que aprendían la ciencia y el conocimiento de la burguesía, y que, además, desdeñaban el pensamiento del presidente Mao Tse Tung. Miles de personas fueron desterradas, encarceladas, estigmatizadas, asesinadas por que eran personas que no aceptaban ni enseñaban el pensamiento del presidente Mao. En la China de la revolución cultural, se uniformaba el vestir, la cultura, el arte, el conocimiento y se castigaba la diferencia y la disidencia.
En Camboya, otro dictador, clausuró todas las universidades y los centros de educación superior, y a los profesores y alumnos se les envió al campo a sembrar y cosechar arroz, para que, de esa manera, decía Pol Pót, pudieran reeducarse y dejaran atrás su pernicioso individualismo.
No sé si Marx Arriaga se identifica con una especie de revolución cultural maoísta para imponer la uniformidad en el conocimiento, y no sé si la maestra que explicaba la Nueva Escuela Mexicana, comprenda que esa concepción que tiene sobre sobre la educación es completamente errónea. No es cierto que quien obtenga un diez de calificación, se convierta en un feroz individualista que acaba por engullirse a todos sus compañeros; es una estupidez suponer que quien desarrolla una inteligencia por arriba del promedio, se va a convertir en un cruel individualista; es mentira que la libertad sea intrínsecamente opuesta al bienestar general.
En realidad, es exactamente lo contrario: la libertad, especialmente, en el proceso enseñanza-aprendizaje, es lo que conduce a formar ciudadanas y ciudadanos que podrán propiciar la convivencia civilizada en la colectividad de las sociedades.