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sábado 28 septiembre 2024

“No ha habido avances en la democratización universitaria”: Imanol Ordorika

por Ariel Ruiz Mondragón

La coyuntura que se inicia con la sucesión de la Rectoría de la UNAM también abre la posibilidad de iniciar una discusión intensa y profunda sobre los problemas universitarios y las propuestas de solución, una que incluya su forma de gobierno pero también muchos otros asuntos que están pendientes, que requieren atención y demandan cambios.

En conversación con etcétera, Imanol Ordorika, uno de los mayores conocedores de la situación de la educación superior en el país y quien actualmente es titular de la Dirección General de Evaluación Institucional de la UNAM, refirió cinco grandes problemas que deben ser reconocidos y resueltos por esa institución: atención a los estudiantes, violencia de género, el gobierno universitario, la intervención en las discusiones nacionales y la desigualdad.

Los comentarios de Ordorika, quien cuenta con dos maestrías y un doctorado en Educación por la Universidad de Stanford, enuncian un amplio diagnóstico y una propuesta de cambio para la universidad, en la que pone el énfasis en su democratización para que sus problemas puedan ser procesados adecuadamente mediante la participación de los universitarios.

Al respecto, el también investigador del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM comenta una paradoja: esta universidad “fue fundamental en la apertura y continuidad de distintos procesos de democratización de la sociedad mexicana”, pero a su interior no ha habido avances en ese aspecto.

¿Cuáles son los principales problemas que hoy enfrenta la UNAM en su interior?

El primero es la desatención a la problemática estudiantil en muchos sentidos. En las últimas décadas la UNAM ha hecho una apuesta muy fuerte en el desarrollo de la investigación científica y del posgrado, y en este camino ha dejado de lado el interés central de la formación de estudiantes tanto en el bachillerato como en la licenciatura.

Esto se expresa en varios aspectos; por ejemplo, en la incapacidad para percibir un cambio muy grande en la juventud actual, lo que ha mermado el desarrollo de las formas tradicionales de enseñanza-aprendizaje. Esto se desbordó con la pandemia.

El aprendizaje en el aula está cruzado por la incapacidad que existe para estimular un enorme anclaje en el conocimiento para el estudiantado. Ha habido cambios generacionales que no hemos analizado ni trabajado, en los que tiene que ver la presencia creciente de las tecnologías de la información, las redes sociales y la inmediatez del mundo contemporáneo.

Al alumnado tampoco se le dan las mejores condiciones, además de que la distancia entre autoridades y estudiantes genera problemas que no se resuelven y que dan lugar a conflictos y a situaciones de malestar y de inconformidad.

El segundo gran problema es la violencia de género. En la UNAM se han expresado con una gran fuerza tanto la problemática como los debates de género y las luchas concretas más importantes que se están dando en distintos lugares.

No se atiende ese tema de la manera adecuada: no se establecen los procedimientos necesarios para ir erradicando la violencia de género, no se actúa con la decisión suficiente y se ponen paliativos, aunque algunos son importantes, como reconocer a la violencia de género como una falta grave en la universidad. Pero esto no va acompañado de una decisión profunda de la autoridad universitaria para comprometerse con la erradicación de la violencia, por lo que la universidad tiene que hacer una apuesta muy fuerte para resolver sus problemas en el tema de género.

Un tercer tema es la organización y el gobierno universitario. Seguimos operando con una ley orgánica construida para una universidad que existió en otro momento, por lo que la universidad mantiene la misma organización académica y la estructura y forma de gobierno de cuando era una comunidad de 30 mil personas, pero ahora es de casi 370 mil estudiantes, 40 mil académicos y 40 mil trabajadores; o sea, aproximadamente 450 mil personas.

Antes la universidad era una serie de escuelas en el centro de la ciudad, y ahora es un conjunto de facultades, escuelas, colegios de ciencias y humanidades y preparatorias por toda la Ciudad de México y por todo el país.

Entonces hay un anacronismo que se refleja y se discute mucho ahora por el tema de la elección de rector y el nombramiento de autoridades. La parte medular es cómo y por quién se toman las decisiones, y cómo se procesan los problemas y las diferencias en la universidad.

Cualquier problema relativamente pequeño en una escuela, en una facultad, inmediatamente genera una confrontación que lleva a un paro que conduce a una ocupación del plantel, a confrontaciones, porque no tenemos los espacios necesarios para procesar las diferencias, para reconocer y resolver los problemas que está planteando, sobre todo, el estudiantado.

El cuarto problema es la participación de la universidad en la discusión de problemas nacionales, que se ha visto disminuida. Hay una idea de mantener un perfil muy bajo, de mantenerse ajena a grandes debates que recorren a la nación y que requieren del conocimiento e investigación que se hace en la UNAM para enriquecerlos. No es para tomar una postura en una dirección o en otra porque en la UNAM coexisten posturas confrontadas, sino para hacer que en esas discusiones, en lugar de la polarización política, basada en la descalificación del adversario y no en los argumentos, la UNAM puede enriquecer esto con una forma diferentes de discutir los asuntos.

Esto tiene que ver con los problemas que le importan a la sociedad. No quiere decir que solamente esos temas deban estudiarse en la universidad y formar parte de los programas de preparación académica, pero sí debemos tener sensibilidad ante ellos. Hay muchísimo que aportar desde un terreno como el universitario.

¿Cuál autonomía defendemos? ¿La que sirve para encubrir privilegios de grupos que han mantenido el control de la universidad, o una que nos da la independencia y la libertad intelectual y académica para actuar frente al conocimiento y frente a la sociedad? Yo digo que la segunda.

Esa defensa de la autonomía requiere de una enorme cohesión interna, por un lado, y también que la sociedad mexicana se sienta bien representada por la universidad, que la defienda y que le dé la fuerza necesaria para resistir el embate de cualquier persona y de cualquier signo político contra la autonomía.

El quinto tema es el ataque a desigualdades profundas. Aquí quiero resaltar la condición marginal que vive el profesorado de asignatura, que tiene remuneraciones bajas e incertidumbre laboral porque sus recontrataciones están sujetas a decisiones burocráticas semestrales y no se abren los procesos de promoción y definitividad que establece la legislación universitaria. Asimismo, no se definen tareas y responsabilidades de un sector muy amplio de la universidad que sostiene una parte importante de la carga académica, de la formación de estudiantes. Es un sector hacia el cual hay un relativo desprecio o desinterés de algunas autoridades y de sectores de la elite universitaria.

La burocracia universitaria tiene compensaciones y privilegios que son excesivos. Creo que hay que hacer una revisión profunda de eso, que hay que hacer una racionalización de recursos, no porque con estos alcances para mejorar las condiciones materiales del profesorado de asignatura, pero sí para hacer mejoras de infraestructura o en otro tipo de cosas importantes.

A propósito del reciente fallecimiento de Pablo González Casanova, usted decía que la última vez que se innovó en la universidad fue en su rectorado con los colegios de ciencias y humanidades. De eso hace 50 años. En el sentido pedagógico, ¿qué cambios requiere la UNAM?

No tengo una fórmula concreta, pero tenemos que construir en los espacios necesarios para discutirlo como un tema general de enseñanza-aprendizaje en todos los niveles, pero luego tenemos que ver las especificidades de cómo se hace la enseñanza en los bachilleratos universitarios, cuáles son los problemas que se enfrentan al interactuar con personas de entre 14 y 17 años que están en una etapa muy particular de su vida, cuáles son los aprendizajes que se esperaría que tuviera esa franja del estudiantado y cómo lograrlos.

Tenemos especialistas en temas de pedagogía, de enseñanza y aprendizaje dispuestos a discutir los temas. ¿Por qué no abrimos un proceso, una especie de conferencias pedagógicas universitarias, del bachillerato, de las licenciaturas? Hay que intercambiar puntos de vista entre las diferentes áreas y ver qué es necesario hacer para revitalizar el proceso de formación de nuestros estudiantes.

También debemos analizar qué nuevas estructuras curriculares tenemos que adoptar, cómo podemos hacer que la transición sea más profunda y más rápida hacia los programas de posgrado y hacia el mundo profesional y laboral, etcétera. En fin, hacernos cargo de cuáles son las nuevas condiciones de vida que están enfrentando los jóvenes estudiantes.

Compromiso con el cambio

Ordorika, miembro del Sistema Nacional de Investigadores en su nivel III y quien acaba de recibir el doctorado honoris causa de la Universidad Veracruzana, resalta la necesidad de transformación en la UNAM, pero a través de cambios paulatinos para construir un proyecto de universidad en el que tengan mayor peso los órganos colegiados, sea mejorada la representatividad de los sectores de la comunidad y, sobre todo, que haya una amplia participación.

Sobre el proceso de sucesión en la Rectoría: dentro del marco normativo actual, ¿qué se puede hacer para democratizarlo y transparentarlo?

En este momento se puede hacer un planteamiento serio y respetuoso a la Junta de Gobierno para que lo analice y, en el marco de su atribución, explorar la opinión de la comunidad universitaria de la manera que juzgue conveniente, que es lo que dice la Ley Orgánica.

Que la Junta considere algunos puntos: uno es que los participantes presenten un proyecto (lo que se hace ya, pero directamente a la Junta, no frente a la comunidad) y su currículum para saber quién es quién, qué ha hecho, a qué se ha dedicado, etcétera.

En segundo lugar, plantear que ese proyecto lo puedan contrastar los aspirantes a la Rectoría, que lo puedan argumentar y defender frente a los demás participantes en una discusión respetuosa, bien organizada, en la cual se pueda hacer un intercambio de cara a la comunidad universitaria y a la sociedad mexicana. Queremos ver a las personas en acción intelectual, reflexiva y de intercambio de puntos de vista.

Otro asunto es que hay una idea de excepcionalidad: lo que ocurre en la UNAM es tan diferente a lo que sucede en la sociedad que se justifica que las decisiones se tomen por muy pocas personas y, sobre todo, en un ámbito completamente cerrado.

Hemos visto recientemente cómo las personas aspirantes a formar parte del INE tuvieron que defender sus posturas, sus ideas, responder a preguntas, y las entrevistas están al alcance de todas las personas. Creo que eso fomentaría el interés de la comunidad: hacer seguimiento de lo que está trabajando la Junta de Gobierno.

A final de cuentas, la decisión va a recaer en los integrantes de la Junta, pero se trata de que su operación sea lo más transparente posible. No tiene por qué ser secreta, cerrada, lo que no está establecido en la ley, sino que, en todo caso, son usos y costumbres.

Uno esperaría que al final del proceso se hiciera una minuta en la que se informara sobre cómo fueron las votaciones.

Esperamos que la Junta de Gobierno pueda retomar, sin sentirse ofendida, una o varias de estas propuestas, o las que dentro de ella establezcan.

Hay un reto enorme en que 15 personas van a tratar de recoger la opinión de 450 mil en un plazo que va de agosto a noviembre. Es un proceso complejo en el que debe haber mucha apertura y disposición a allegarse herramientas y a apegarse a tres principios que desde hace algunas décadas parecen estar bien establecidos en México: el acceso a la información, la transparencia y la rendición de cuentas. La Junta no tiene por qué estar ajena a esas obligaciones.

Otra preocupación muy presente en este proceso sucesorio son las injerencias externas.

Hay muchos intentos de influir en la Junta de Gobierno. Hasta los años 90 del siglo pasado está documentada la participación presidencial al hacerle llegar puntos de vista que tenían un peso muy grande. A partir de la alternancia panista en 2000 eso quedó más o menos desarticulado, incluso con el regreso del PRI a la Presidencia con Peña Nieto, aunque hubo intención de que su candidato, Sergio Alcocer, tuviera la posibilidad de ganar la Rectoría.

Entonces la Junta de Gobierno estaba en una encrucijada, porque haber hecho eco de la candidatura presidencial en un momento en el que estaban temas como los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, la Casa Blanca y otros, eso hubiera tenido un altísimo costo para la universidad y para la propia Junta.

Entonces, parece que no hay las correas de transmisión para hacer pesar la influencia presidencial.

Ahora tenemos un gobierno que ha jugado con reglas diferentes en muchos temas; de todas maneras, creo que aunque el presidente ha emitido opiniones muy fuertes sobre la universidad (con algunas coincido y con otras no), en sus apreciaciones no veo que haya habido una intención a fondo de hacer alguna modificación legislativa que le permitiera mayor injerencia al gobierno, o de intervenir de una u otra manera, más allá de que pueda emitir opiniones respecto a lo que ha venido pasando en la UNAM o en lo que va a pasar en el futuro próximo.

Siempre tenemos que estar al pendiente. Sostengo que en la UNAM el cambio es necesario, posible y tiene que venir desde dentro de la propia universidad. En ese sentido, nunca hay que bajar las defensas, hay que estar pendiente, pero me parece que lo que está en juego es si la UNAM cambia o se queda como está.

Muchas veces se insiste en el cambio, pero vamos al lado contrario: ¿qué es lo que se debe conservar de la UNAM?

Un compromiso histórico por generar conocimiento y transmitirlo, promover la reflexión intelectual y la cultura en todos sus terrenos, no sólo la erudita sino también como formas de interpretar el mundo y lo social a través de las artes y de la reflexión humanística.

Eso existe en la universidad y está muy arraigado en su personal académico y en sus estudiantes.

También existe una fuerte voluntad de vincularse con el país, con sus necesidades, con la sociedad. Por eso la universidad tiene que darle cauce y hay que mantenerlo.

Creo que se pueden hacer cambios en la UNAM antes de hacer cambios en la Ley Orgánica. Debemos revertir una dinámica en la cual las autoridades unipersonales tienen la mayoría de las atribuciones en la toma y el ejercicio de decisiones, y tenemos que darle mucho mayor peso a la vida colegiada, mejorar la representatividad y aumentar la participación.

Esto se puede hacer, en un primer momento, en el marco de la ley vigente, e ir construyendo nuestro proyecto de universidad para el México de ahora y del futuro, y luego hacer un proceso de construcción de una Ley Orgánica diferente, coherente con un proyecto de universidad que pueda ser presentada por la comunidad universitaria ante el Legislativo. Pero eso no lo veo como un proceso inmediato sino como parte de un proyecto de cambio sostenido.

Debemos lograr un compromiso con el cambio; no podemos aceptar que, en nombre de la historia, de una estabilidad mitificada, de personajes históricos, la universidad no cambie.

¿Se requiere una reforma universitaria de gran calado? ¿Se necesita, tal vez, un nuevo congreso universitario? El más reciente fue hace más de 30 años.

Sí requiere incorporar a la comunidad universitaria a los procesos de discusión y de decisión sobre los cambios que deben venir. Si esto se debe dar en un evento único, como fue el Congreso de 1990, o si pueden ser actos diferenciados, correspondientes a las distintas temáticas, lo podríamos ver y discutir.

Pero sí es necesario trascender los espacios de discusión que tenemos ahora, que no han podido hacerse cargo de los problemas que estamos teniendo y que son de mucha profundidad.

Reforma universitaria: en términos estrictos, esa podría ser el término, pero está muy desgastada porque, después de González Casanova, los rectores se propusieron reformas universitarias que significaron, principalmente, el incremento de las colegiaturas, la eliminación del pase del bachillerato a las licenciaturas de la UNAM y la restricción del ingreso a la universidad.

Se desgastó el término “reforma universitaria”. Tal vez haya que resignificar la palabra “reforma” en el sentido de darle la profundidad de que implicaría una renovación muy grande de la universidad para adecuarla no sólo a las condiciones que han cambiado en el país, sino también en la propia universidad, de las que parece que no nos hubiéramos dado cuenta.

La estructura, la forma y los procedimientos de la universidad fueron diseñados en el marco del autoritarismo mexicano, en el que vivió buena parte de su existencia, pero esa fase parece haber llegado a su fin, y no sé si se va a abrir otra. Pero ¿por qué la UNAM no puede modificar sus prácticas, su comportamiento, sus actitudes y su cultura profundamente autoritaria, para ubicarse en un tiempo más adecuado y contribuir para que en el país no se reproduzcan prácticas autoritarias y se generen procesos de discusión diferentes a los que hay? ¿Por qué la UNAM no sólo no se pone al día y vuelve a ser vanguardia de la transformación nacional para ser un ejemplo de transparencia, de acceso a la información, de rendición de cuentas, de reconocimiento de la diversidad, de discusión?

El país ha vivido una democratización. ¿Qué efectos tuvo sobre la UNAM?

Es algo paradójico: la UNAM fue fundamental en la apertura y continuidad de distintos procesos de democratización de la sociedad mexicana, pero a su interior no ha habido avances en la democratización universitaria.

Hay dos posturas: una dice que la actividad académica no está sujeta a votación (pongámoslo así), que no tiene por qué haber democracia. Pero el hecho es que en la academia coexisten posiciones encontradas, diferenciadas, perspectivas analíticas, posturas teóricas, orígenes disciplinarios e incluso intereses de investigación, así como visiones sobre la universidad y el país. Es eso lo que se puede volver más democrático: cómo se construyen los acuerdos y las reglas comunes para coexistir entre posturas diferentes.

Por otro lado, están los que argumentan que la UNAM es una democracia, y que como a la Junta de Gobierno la elige el Consejo Universitario, una de cuyas partes es de representantes electos de estudiantes y personal académico, entonces es un método democrático indirecto. No lo es ni lo ha sido nunca.

Dicen también que, como hay muchos órganos colegiados, hay una democracia deliberativa. Pero eso es un mito.

En otras universidades del mundo de mucha calidad, para el nombramiento de autoridades tienen votaciones ponderadas, no universales: el voto de los profesores tiene un valor que hace que sea imposible que, numéricamente, el voto estudiantil se le sobreponga.

¿Por qué aquí cuando alguien propone votaciones genera horror? Eso se puede normar y puede haber mejores procesos que el actual, con más participación y con más claridad.

A 78 años del modelo que fue diseñado en aquel momento, en un país y en una universidad muy particulares, podemos tener la capacidad de transformarlo y mejorarlo.

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