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jueves 07 noviembre 2024

No regresemos a Comala

por Jesús Ortega Martínez

La mayor herida que padece la sociedad mexicana es la del rencor. Es tan honda que toca los huesos; que lastima en un dolor oscuro, incesante, tan prolongado que ha podido juntar todos los llantos, todos los gritos y todas las maldiciones en un agudo lamento que abre al país.  El dolor del resentimiento social ha transfigurado a la nación y ha convertido a muchos mexicanos, como sucedió con Pedro Páramo, en un “rencor vivo”. Así aconteció con casi todos los habitantes de Comala, que fueron contagiados de rencor, un rencor colectivo que se revela apenas se escarba con levedad en la piel que nos cubre a todos como sociedad.

Este rencor vivo no surge de manera espontánea; no es de ahora y, en la realidad, es de muchos años, décadas, siglos quizá, tiempos tan extendidos en que se ha venido acumulando ese resentimiento que ahora explota tan sonoramente y que es tan grande el alarido que su fuerza parecería demoler con todo lo establecido, no sólo con las instituciones en ruinas, con las ruinas del Estado, sino también —y ésa es nuestra gran desgracia— pretende destruir la convivencia civilizada, el orden democrático, la pluralidad, la diversidad que bien caracteriza a nuestro país. Ya ha pasado antes en otros países y, desde luego, ha sucedido en el nuestro. Esa experiencia nos ha enseñado que el rencor no construye, destruye, y por eso Comala terminó en un pueblo de muertos en vida.

El cambio que ofrece López Obrador es Comala; no la que, en el camino, imagina Juan Preciado, es decir: “Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada”. ¡No! ¡Eso sólo estaba en la imaginación del hijo de Pedro Páramo! El Comala de López Obrador es el que deja el terrible cacique; el de la desolación y abandono; el del pueblo olvidado, en donde ni el viento sopla, en donde sólo existen los rumores acallados, los odios que todo invaden. Es el Comala en donde la ley es la del cacique; en donde los pensamientos han dejado de existir porque solo existen los del cacique; en donde la voluntad de todos es secuestrada, en donde todo puede ser tomado, apropiado por Pedro Páramo.

Y es que Comala, escribe Ligia E. Capdevila, es un pueblo en donde “sus habitantes no tienen existencia externa, dependen de Pedro Páramo para ser, están alienados mentalmente, ya que todos sus recuerdos giran en torno al cacique, a ese ‘rencor vivo’ del que dependieron en la vida (alienados social y económicamente)”.

Sí, es verdad, el cacique está inmerso en nuestra historia de siglos; le estamos esperando siempre, pues, para muchos, la esperanza de una vida mejor está encadenada al regreso del padre dominante, del cacique autoritario que nos salvará, tanto de las penurias de la orfandad como de los infiernos de la maldad.

Y, sin embargo, el cacique siempre nos falla; siempre resulta peor con ellos; siempre el piso de ahora no es el límite para el deterioro que resulta del cacicazgo. ¡Así ha sucedido antes! Pero, aun con ello, muchos están en espera de su regreso. Y, por lo tanto, a estos no les escandaliza que López Obrador llame corruptos a todos aquellos ciudadanos que no piensan como él; no les sorprende que Paco Ignacio Taibo II, el Fulgor Sedano de la novela de Rulfo, amenace con expropiar sus propiedades y libertades a quienes disienten del cacique; no les perturba que se pretenda llevar al paredón del Cerro de las Campanas a quien contraríe al cacique. Todo esto significa un camino de regreso hacia Comala, hacia los tiempos de la omnipotencia, el abuso, la hipocresía que obraba en el cacique.

El cambio no es el del regreso a Comala a buscar al padre inexistente. El cambio que México necesita significa alejarse, todo lo más posible, de ese pasado, es decir, significa construir el tiempo nuevo, el presente de bienestar para todas y todos, y el del futuro en la libertad.


Este artículo fue publicado en El Excélsior el 15 de mayo de 2018, agradecemos a Jesús Ortega Martínez su autorización para publicarlo en nuestra página.

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