Para todas las que marcharon y no, para todas nosotras y las que ya no están
“Nos han quitado tanto que nos quitaron el miedo”

Primero intentaron desprestigiar la #Marcha8M llamándonos conservadoras, luego intentaron bloquear el transporte público para que no llegáramos al llamado, enseguida las señales telefónicas cayeron y al final nos colocaron bardas de metal para obstaculizar nuestra llegada al corazón de la Ciudad de México, a los pies donde habita el único hombre de México que no quiere escuchar.
Cómo puede predominar la nota de los vandalismos, me pregunto, cómo no se cuentan las historias de las más de 80 mil niñas, jóvenes, adultas, viejas y travestis que salieron a gritar ¡Basta!, porque nos cifran en 80 mil pero dos estadios Azteca se quedarían chiquitos frente a esta marea feminista que no callará otra vez. Que nos pasen lista, pido, porque ningún mitin de Andrés Manuel López Obrador ha logrado reunir tal cantidad de personas, en nuestro caso, mujeres. Ha sido una marcha histórica, somos históricas.
Pero regreso a la violencia. No es que no haya ocurrido, no es querer esconder las heridas de Berenice Fragoso, fotoperiodista de El Universal; de Rebeca Blackwell, fotógrafa de la agencia AP; de la policía Lucero San Juan, de los 52 heridos con lesiones menores y los 13 trasladados a hospitales, porque es retrato de la violencia en la que hemos vivido en los últimos años, así que también ocupémonos de las voces, de quienes se levantaron a gritar sus acosos, de las historias de la colectiva que desde Ecatepec, el municipio más feminicida del país, caminaron hasta la antimunomenta de Avenida Juárez; de las abuelas que por fin hablaron, de las madres a las que les faltan sus hijas, de las amigas que perdieron a una (NADIA), o de las parejas que decidieron salir del círculo de temor.

En México mueren todos los días 10 mujeres y en nuestro día, en el que decidimos salir del silencio nos mataron a 11, una más que las estadísticas. Nos mataron a once, once hermanas que pudieron marchar a nuestro lado, once a las que fotografiamos por las exigencias escritas en su piel o papel, once a las que abrazamos, once a las que podemos nombrar con los dedos, once con las que hemos trabajado.
Pero el habitante de Palacio Nacional no acusa de recibo, tampoco la jefa de Gobierno que obstaculizó la marcha, López Obrador y medio gabinete presidencial se fueron a refugiar a Fresnillo, Zacatecas, para pronunciar un discurso tan irrelevante como las proclamas de los diez hombres provida que en las rejas de Catedral intentaron acallar a las miles que también coreamos “¡Aborto legal ya!”, con nuestros puños verdes diciendo “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

Medio día después el discurso presidencial no cambia, López insiste en ver “conservadurismo disfrazado de feminismo” y en que un sector de la protesta sólo busca que su transformación fracase. El presidente no cambia, cómo, si una periodista que se sentía la voz de México decidió hacerle el trabajo sucio. No es el más feminista de las historia, es el más ciego.
Cobarde, ciego y sordo.

¿Frente a un gobierno que no escucha qué nos queda? Nosotras, las que salimos a marchar y las que no pudieron, las que con un letrero estampado en la ventana nos dijeron “Estoy con ustedes”, las que gritamos por más de tres horas “No me cuida la policía, me cuidan mis amigas”, las que nos sonreímos y abrazamos. Nos quedamos nosotras que nos debemos proteger y respetar. Nos queda nuestra sororidad. Nos quedamos con los hombres que no buscaron el protagonismo, con los que entendieron que es nuestro momento, con los que acompañaron, con los que escuchan, con los que respetan y no acosan, con los que junto con nosotras piden equidad e igualdad en todos los aspectos, nos quedamos con ellos que reconocieron el trabajo de una mujer, con los que dieron gracias u ofrecieron disculpas. Con los que no nos minimizan. Y nos queda también nuestra voz para seguir exigiendo a los gobiernos que actúen, que los estamos vigilando y que no queremos más impunidad.
Somos históricas, insisto, que esta marea no se apague. Que nuestra voz todos los días retumbe. ¡Lo hicimos mamonas!, ya estamos aquí, estoy aquí, cambiemos nuestra realidad, por lo que la historia de la humanidad nos debe, hoy es nuestro día y es nuestro turno.