El temor es más que fundado en Estados Unidos: Donald Trump pierde la elección y se rehúsa a conceder tal resultado montándose en artimañas legaloides, o, de una buena vez se declara ganador la misma noche de la elección envolviendo así al país en un conflicto con enormes costos y riesgos, además de increíblemente vergonzoso y humillante.
La mesa está puesta para ello y que nadie se diga sorprendido. El hecho de que, en esta ocasión, a raíz del Covid-19, la proporción de votos por correo, en ausencia, etc. será mucho mayor, plantea la posibilidad de que al menos en algunos estados no haya un conteo con tendencias claras, ya no digamos finalizando, la noche de la elección. Por lo tanto, no habría ganador en algunas entidades y no se podrían llevar esos votos electorales a la cuenta de ningún candidato hasta que el conteo incluya todas las avenidas de votos. Los conteos de votos realizados por vías distintas a la urna el día de la elección tienden a ser más lentos y a terminar en muchas ocasiones días después. Dependiendo del número de estados que se vieran en tal situación y asumiendo un flujo natural de eventos sin mediar mayores conflictos judiciales, se calcula que esto pudiera demorar un resultado por dos o tres días, lo cual en sí ya sería problemático.
Pero para dar mayor contexto a todo esto, recordemos quién anuncia al ganador de la elección cada cuatro años. En Estados Unidos no hay un organismo central que recopile votos electorales, los cuente, y en base a ellos defina al ganador. En todo caso eso sucede meses después hasta que el Congreso cuenta y oficializa los votos del colegio electoral (tales electores fueron en realidad los elegidos en la elección de cada estado y enviados al colegio electoral). Los estados en lo individual, por otro lado, sí tienen cada uno la responsabilidad de definir al ganador, lo cual suelen hacer relativamente rápido, aunque no necesariamente en la noche de la elección ya que ello es un acto oficial que demanda determinados protocolos.
En realidad, son los medios de comunicación, particularmente las televisoras, basadas en información emanada de los estados, rara vez total o completa, quienes van “cantando” cada estado y sus votos electorales correspondientes para cada candidato. Todo ello sostenido en sesudos análisis estadísticos hasta determinar tendencias irreversibles. Al llevar simultáneamente el conteo de votos electorales, llega el momento en que “cantan” también al ganador de la elección.
Hay que decir que pesar de lo descentralizado del proceso y de la ausencia casi total de conteos completos, los resultados anunciados siempre han sido confiables por dos razones fundamentales: lo riguroso y científico del análisis estadístico de parte de los medios de comunicación así como el alto grado de madurez (al menos en lo relativo a esa etapa del proceso) de la democracia estadounidense y sus actores. Lo normal es que el perdedor “conceda”, felicite vía telefónica al ganador, y éste salga después ya investido con toda la legitimidad posible, a dirigirse al pueblo y -ojo- a extender una rama de olivo al candidato derrotado.
Pensar que todo lo anterior es posible con un Trump derrotado es increíblemente ingenuo al grado del absurdo. El no anticipar que nada de eso sucederá si Trump es vencido en la elección sería francamente una irresponsabilidad mayor. El conflicto está escrito en la pared y de hecho ya en marcha, solo habrá que ver hasta dónde llega y cuáles serán sus costos.
Debido a que los medios de comunicación, y para el caso cualquier otro observador, no tendrán suficiente información originada en los estados durante la noche de la elección, ya que estos estarán aún contando votos realizados fuera de las urnas, es razonable asumir que el “calling” para algunos estados se retrasara por muchas horas o incluso días, ya que cada uno tiene sus tiempos y procedimientos. Mientras que todos estos actores se esfuercen en actuar con plena responsabilidad, Trump muy probablemente se basará en información altamente seleccionada a su conveniencia para declararse ganador y “madrugar” así con el resultado. Agreguemos a esto el que sin fundamento alguno está tratando de enviar el mensaje de que todo voto que involucre al correo es un voto “fraudulento” (sabe bien que la proporción de votos por correo favorecerá ampliamente a Biden) y tenemos los elementos esenciales para un épico conflicto poselectoral nada más y nada menos que en Estados Unidos.
La urgencia del presidente y su partido en reemplazar a la fallecida juez de la Suprema Corte, Ruth Bader Ginsburg, antes de la elección, ilustra con claridad que no están tratando de ganar la elección con votos sino en un proceso judicial artificial y cargado de inicio. Trump no tiene empacho alguno en dejar claras esas intenciones como quedó demostrado una vez más en su encuentro con la prensa de este pasado miércoles 23 de septiembre. Puede ser que la derrota de Trump no sea un hecho, lo que sí es seguro es la desgracia que seguirá si así sucediera.