Para probar su obediencia, Dios le ordenó a Abraham que llevara a Isaac, su hijo único, a quien tanto amaba, a la tierra de Moriah, y lo ofreciera allí en holocausto (entre los israelitas, sacrificio religioso en que se quemaba completamente a la víctima) sobre uno de los montes. Muy de mañana, Abraham enalbardó su asno, cortó leña para el holocausto y marchó con Isaac y dos siervos a donde Dios le dijo. Llegaron al tercer día. Abraham les indicó a los siervos que lo esperaran mientras él subía con su hijo al monte a sacrificar un cordero. Isaac preguntó a su padre: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” Abraham le respondió: “Dios lo proveerá”. Al arribar a la cima, Abraham erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo y lo puso en el altar sobre la leña. Cuando estaba a punto de clavarle el puñal, apareció un ángel y lo detuvo. Dios había probado su obediencia ciega.
El episodio me estremeció desde la primera vez que lo escuché, mucho antes de leerlo. ¿Cómo podía Dios ordenar tan atroz crimen? ¿Y cómo podía Abraham, que había abogado por Sodoma y Gomorra para que el Ser Supremo no las destruyera, obedecer una orden tan terrible sin chistar, sin tratar de convencer a Dios de que lo que le mandaba no era exigible a ningún ser humano? No admiré la inquebrantable docilidad de Abraham. Pensé que Dios hubiese aprobado una negativa. En palabras de Shakespeare: “Me atrevo a hacer todo lo que sea digno de un hombre. Quien se atreve a más, ya no lo es”. Una mujer o un hombre digno no actúa con obediencia ciega, sino valorando el contenido del mandato. Hay cosas éticamente inaceptables, las ordene quien las ordene.
La reacción del Presidente a la renuncia de Jaime Cárdenas como titular del Instituto para devolver al pueblo lo robado (Indep) es asombrosa: “Pedimos lealtad a ciegas al proyecto de transformación porque el pueblo nos eligió para eso, para llevar a cabo un proyecto de transformación, para acabar con la corrupción, para acabar con los abusos, para llevar a cabo un gobierno austero, sobrio, para hacer justicia”. Lealtad a ciegas: sin cuestionamientos, sin reparos, sin miramientos, porque los objetivos del proyecto de transformación, según afirma el Presidente, son acabar con la corrupción y los abusos, y hacer justicia.
Pero, precisamente lo que expuso en su carta de dimisión Jaime Cárdenas, quien ha sido un ferviente seguidor de Andrés Manuel López Obrador, es que la corrupción, los abusos y las injusticias abundan en el Indep: mutilación de joyas, manipulación de los sistemas informáticos y tecnológicos para beneficiar a unas pocas personas en las subastas electrónicas, apropiación indebida de los premios, contratos favorables a ciertas empresas en perjuicio del Instituto, irregularidades administrativas en procesos de evaluación, jineteo de 2,000 millones de pesos, que, supuestamente remitió la Fiscalía General de la República y hasta la fecha no se ubican, pero seguramente están en alguna cuenta que genera intereses, sin que se sepa a dónde van las ganancias.
Todo eso, dice Cárdenas, lo estuvo poniendo en su momento en conocimiento del Presidente. Si así fue, el Presidente sabía de los chanchullos en el Indep sin que se tomara medida alguna para prevenir y sancionar los abundantes delitos que allí se cometían. ¿Su colaborador tendría que haber tragado sapos y culebras para que el Presidente no lo considerara desleal? ¿La lealtad que exige el Presidente implica que los titulares de las dependencias de su gobierno deben resignarse a los latrocinios de sus subordinados o sumarse a ellos?
Lealtad a ciegas no sólo de funcionarios del Ejecutivo, sino también de legisladores militantes o aliados del partido en el poder, como se ha visto en tantos casos, por ejemplo en la fraudulenta elección de la presidenta de la CNDH, o como se verá, salvo rectificación de última hora, en la extinción de 109 fideicomisos de atención a desastres naturales, la ciencia y la tecnología, el cine, el campo, el deporte de alto rendimiento, incluso el fondo de salud para el bienestar (el anterior fondo de enfermedades catastróficas). La sinrazón de la extinción, así como la inconformidad de la UNAM, el IPN y el CIDE, suscitaría la marcha atrás si se atendieran razones en vez de actuar por obediencia ciega, propia de lacayos sin dignidad.
Este artículo fue publicado en Excélsior el 01 de octubre de 2020. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.