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martes 17 septiembre 2024

“Olga Sánchez, un cordero del Mesías”

por Marco Levario Turcott

La vida de Olga Sánchez Cordero es un tapiz de contradicciones, tejido con hilos de oro y seda, pero también con hebras de hipocresía y ambición.

La casa de esta mujer de 77 años es un obelisco a la ostentosidad, tan lejano de la pobreza franciscana que pregonó el presidente Andrés Manuel López Obrador como la distancia que hay entre la Tierra y la galaxia más cercana. El piano de cola y las obras de arte rivalizan con los diseños victorianos y los muebles Luis XV, en una orgía de opulencia. La dueña de este paraje de la indulgencia, licenciada en Derecho por la UNAM, corona la apariencia con bufandas de Louis Vuitton y otros atavíos signados por las grandes marcas internacionales. Cuestionada por esa propiedad y otras más como un penthouse en Houston de 11 millones de pesos que no había contemplado en su declaración patrimonial, alegó que ella junto a su esposo suman 100 años de trabajo. Son aspiracionistas. Pero su estilo de vida es un afrenta a la austeridad que predica el presidente, hay que reiterar, mediante un hipócrita discurso que ella misma, en varias ocasiones, secundó con una sonrisa.

Detrás de esta fachada de glamour, Sánchez Cordero ha sido una política astuta y calculadora, capaz de moldear sus convicciones como la cera en manos de un escultor. Ha sabido navegar los corredores del poder con la habilidad de una cortesana renacentista, adecuando su moralidad a las necesidades del momento. Por eso es que, leyendo con astucia los cambios que se avecinaban, se puso a las órdenes de Andrés Manuel López Obrador como antes lo había hecho con el entonces presidente Ernesto Zedillo, quien la propuso como ministra de la Suprema Corte. Así es como fue secretaria de Gobernación aunque su papel sólo fuera testimonal, razón por la cual fue conocida como “Florero”, dado que ella no tuvo incidencia pero adornó un supuesto feminismo del presidente quien, en realidad, le dio indicaciones sin dejarle margen de independencia tal y como hizo con los demás integrantes del gabinete. ¿Y ella? Dócil y militante de las causas de la autoproclamada 4t. Aún resuena en las redes sociales, eso sí, su estentóreo festejo con el gobernador de Baja California, Jaime Bonilla, porque ella declaró, y se ufanó de su osadía, que era legal su pretensión de extenderse en el cargo por cinco años más cuando la propia Olga Sánchez Cordero había calificado como ilegal esa aspiración.

Al caer de la gracia del Mesías populista por aquellas extrañas cosas de la política mexicana, Olga Sánchez Cordero aceptó la presidencia del Senado de la República, donde fue consolada por el líder de la bancada, Ricardo Monreal. Ahora es diputada federal, título que presume como anillo de plata en el cofre de sus propiedades porque, durante estos años, no sobresalió por tener ideas o propuestas. Al contrario, ella sabe bien que la reforma del Poder Judicial implica la destrucción de la justicia y guarda silencio; jamás aludió a las inconsistencias argumentales del ex ministro Arturo Zaldivar, un infausto vocero de la estrategia de destrucción del presidente. En contraste, su hija, la magistrada Paula María García Villegas Sánchez Cordero consideró con razón que ésta, técnicamente, es un golpe de Estado. Pero a Olga le preocupan más los blasones de su trayectoria, la venia del poder y sumar riqueza a sus años de trabajo.

A pesar de sus problemas cardiacos, la ex ministra no se detiene. Está claro que no la animan principios o convicciones porque estos no los ha sostenido en su carrera como funcionaria o legisladora. Quizá no sea ya el dinero o la abundancia aunque hay muchos viejos que buscan atesorar hasta el último de sus días. Tal vez, Olga Sánchez Cordero sólo quiera seguir bailando en el salon de los poderosos y exponer su sonrisa brillante como el oro que tienen en las alforjas. Es menos probable que en la soledad de su casa, después de los aplausos, las adulaciones, mire en el espejo la sobra de una mujer que perdió su alma por ocupar un asiento en la mesa del poder.

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