miércoles 13 noviembre 2024

La OTAN y “su muerte cerebral”

por María Cristina Rosas

La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), nacida en 1949, es la alianza militar más importante que existe. No es la única claro está, toda vez que el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), creado en 1947, le antecede. Empero, la alianza noratlántica, es muy importante por los simbolismos que posee, más incluso que por su utilidad práctica en un mundo distinto de aquel en el que fue creada. Representa un vínculo institucional de la mayor importancia entre Estados Unidos y Europa (y claro, Canadá). Permite a Washington, a pesar de la pretensión europea de integrarse e incluso, de crear un esquema de seguridad autónomo -léase, sin la concurrencia estadounidense-, mantener una presencia física en el viejo continente. A los europeos los dota de herramientas para equilibrar las presiones y pretensiones de Rusia y ahora también de la República Popular China (RP China), actores que se han asentado en la política mundial con notable autonomía respecto a los designios de Washington. Sin embargo, la OTAN carece hoy de un elemento que la cohesione a diferencia de lo visto en la guerra fría cuando fue pensada fundamentalmente para disuadir a la Unión Soviética de emprender acciones que mermaran la seguridad Occidental.

Hoy la OTAN cuenta con 29 miembros y muy posiblemente sumará en breve a Macedonia para así tener a 30 países en sus filas. Los miembros actuales son Albania, Alemania, Bélgica, Bulgaria, Canadá, Croacia, República Checa, Dinamarca, Estados Unidos, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Francia, Grecia, Hungría, Islandia, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Montenegro, Noruega, Países Bajos, Polonia, Portugal, Reino Unido, Rumania y Turquía. Entre sus agremiados cuenta con países que alguna vez formaron parte de la antagonista alianza denominada Pacto de Varsovia -nacida en 1955 como respuesta a la adhesión de la entonces República Federal Alemana a la OTAN- liderada por la URSS.

@NATOildemT

A lo largo de 70 años, la OTAN ha enfrentado diversos desafíos, siendo los más destacados, el retiro de Francia del organismo -al menos de su componente militar- en 1966 -al que se reintegraría hasta 2009. Otro hecho no menos importante fue la crisis de Chipre, la que confrontó a Grecia y Turquía, pidiendo la primera intervención de la OTAN y, al no lograrlo, Atenas se retiró del componente militar de la alianza en 1974. En 1990, cuando se concretó la unificación de la RFA con la otrora República Democrática Alemana (RDA) -que era uno de los miembros más importantes del Pacto de Varsovia-, el territorio alemán extendido quedó bajo la jurisdicción de la OTAN -hecho que, sin duda, aceleró la desaparición de la alianza antagónica.

Con el colapso de la Unión Soviética, el cual se concretó el 25 de diciembre de 1991, la OTAN entró en una etapa de cambios acelerados básicamente por dos razones: tanto las ex repúblicas soviéticas -sobre todo Estonia, Lituania y Estonia-, al igual que los países que alguna vez formaron parte del Pacto de Varsovia, buscaron su incorporación a la alianza noratlántica a manera de “protección” frente a Rusia. Para Occidente, a lo largo de la década de los 90, cuando la Rusia de Boris Yeltsin se encontraba prácticamente de rodillas, fue una oportunidad dorada para extender su influencia en el “espacio vital” ruso. Con todo, la OTAN se enfrentada a una crisis de identidad: había logrado prevalecer sobre su acérrimo adversario y ahora no sabía qué hacer.

En 1999, en medio de la crisis de Kosovo, por primera vez en su historia, la OTAN entró en combate sin haber invocado el artículo 5. Dicho artículo prevé que, si algún miembro es atacado, todos los asociados responderán en contra del atacante. Se trata del principio de los tres mosqueteros. Empero, en la guerra fría, la URSS -ni sus aliados- atacaron a ningún miembro de la OTAN. Lo sucedido en Kosovo, ante los excesos de la Serbia de Milosevic, determinó que sin que éste hubiera atacado a ningún agremiado de la OTAN -amén de que Kosovo no era miembro de la alianza noratlántica- se desarrollaran acciones al amparo de la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas del 10 de junio de 1999. La Fuerza de Kosovo o KFOR, integrada por contingentes de 28 países (todos los de la OTAN, excepto Islandia y Luxemburgo) inauguró acciones ofensivas y de seguridad de una alianza adormilada en condiciones distintas a las previstas en sus estatutos. La siguiente acción más acorde con lo establecido en el artículo 5 del Tratado de Washington se produjo tras los ataques terroristas contra Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001. En esa oportunidad se invocó el artículo de referencia y al amparo de otra resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la 1386, se creó la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) el 20 de diciembre de ese mismo año. Como se recordará, EEUU ubicó al autor intelectual de los actos terroristas de septiembre en territorio afgano, bajo la protección de los talibán y dispuso acciones bélicas con dos objetivos: capturar a Osama Ben Laden -desmantelando a la organización terrorista al-Qaeda- y restablecer un gobierno funcional y “democrático” en Afganistán. La OTAN asumió la titularidad de la ISAF en 2003 y desarrolló diversas operaciones hasta 2014, año en que concluyó oficialmente dicha misión.

Hay otras acciones de menor envergadura emprendidas por la OTAN, por ejemplo, la misión de entrenamiento en Irak (2004), la misión para enfrentar la piratería en el Golfo de Adén (2009); y, ciertamente, la intervención en Libia que culminó con el linchamiento de Muamar Kadafi (2011).

Todas las acciones/misiones desarrolladas por la OTAN de 1999 a la fecha, han sido fuertemente cuestionadas sobre la base de que, con la posible excepción de lo sucedido el 11 de septiembre de 2001, no se atacó a sus miembros y, por lo tanto, no se justifica su intromisión en los conflictos referidos por más que se argumente que estos inciden negativamente en la seguridad regional e internacional. Una parte significativa de los despliegues efectuados por la OTAN en los países y regiones señalados, son “acciones fuera de área”, por lo que, con toda justicia muchos cuestionan su legalidad. Pareciera que, al hacerse presente en las crisis referidas, la OTAN pretende más justificar su razón de ser, que coadyuvar a un mundo más seguro.

Por supuesto que, tras 70 años, amén de la crisis de identidad que aqueja al organismo, hay fuerzas desintegradoras dentro de la alianza, situación que quedó de manifiesto en la reciente cumbre celebrada en Londres, la cual estuvo enmarcada en los cuestionamientos del Presidente de Francia, Emanuel Macron a la OTAN, a la que calificó como una institución con “muerte cerebral.”

Si bien llovieron las críticas contra el mandatario francés por expresarse de esa manera -aunque se entiende que la añeja rivalidad que tiene Francia con la Gran Bretaña, protagonista de muchos dolores de cabeza para la Unión Europea por el tema del BREXIT, amén de que la cumbre de la OTAN se desarrolló, como es sabido, justamente en la capital británica- Macron no dijo nada que no se haya expresado de distintas formas previamente por parte de otros miembros de la alianza noratlántica, comenzando por el líder principal de la misma, Estados Unidos.

Desde hace tiempo, Washington reclama de sus aliados en la OTAN mayores erogaciones financieras para sostener al organismo. Este, hay que decirlo, ha venido experimentando, para decirlo en el lenguaje de Macron, una suerte de insuficiencia renal crónica: mientras que en 1971 contaba con 64 cuarteles y 24 mil empleados, para 2007 los cuarteles eran apenas siete y el personal se había reducido a siete mil. Si bien EEUU reconoce el valor estratégico de permanecer en una Europa que busca la integración -bueno, eso parecía al menos hasta antes del BREXIT- y que podría lograr, con el tiempo, la autonomía suficiente para hacerse cargo de su seguridad, también los propios estadunidenses reconocen que el BREXIT coloca en jaque a Bruselas y que pasará algún tiempo antes de que la Unión Europea se recupere de la crisis política, económica y sobre todo de identidad que la aqueja. La debacle de la OTAN es también la crisis de la Unión Europea, y no sólo por Gran Bretaña. Hay un país muy estratégico para la OTAN, Turquía, que desde los años 60 ha buscado acceder a la Europa comunitaria y se ha topado con toda clase de obstáculos, pese a los esfuerzos para cumplir con los requisitos. La oposición francesa ha jugado un papel destacado. Y ahora, en el marco de los 70 años, las acciones de Turquía en Siria se encontraron con fuertes críticas de parte de Francia y ello fue otro elemento discordante en los “festejos” por los 70 años de la institución.

Vale la pena preguntar también, quién es el enemigo: ¿Rusia? Hasta no hace mucho, los socios de la OTAN aceptarían esa premisa. Sin embargo, para Estados Unidos parece más preocupante la RP China. Un hecho a destacar es que, en el marco de la reciente cumbre de Londres, la OTAN decidió extender su perímetro de defensa al espacio exterior. Tradicionalmente, los cuatro ámbitos de operación de la OTAN eran el terrestre, el marítimo, el aéreo y el ciberespacio. Empero, con la irrupción china -y ahora también de India- al espacio exterior, la OTAN está repensando una vez más su razón de ser. El acceso al espacio se ha “democratizado” y la seguridad de las naciones en la Tierra depende cada vez más de los activos emplazados en el espacio. Tanto la RP China como India de manera más reciente han probado con éxito armas antisatelitales lo que les permite exponer al mundo el estado que guardan sus respectivos desarrollos tecnológicos, tanto para fines pacíficos como, presumiblemente también, para fines bélicos.

Sin embargo, es difícil sostener a una alianza tan costosa y con tantas tensiones, a partir solamente de consideraciones como las expuestas. En algún momento, tras el fin de la guerra fría, se sugería que la OTAN operara como una suerte de “brazo armado de Naciones Unidas”, cosa a la que buena parte de la comunidad internacional se opone por razones obvias. Por lo tanto, si bien hay numerosos intereses que buscan la supervivencia de la OTAN, las realidades geopolíticas no parecen estar en sintonía con ellos.

La OTAN es a Francia lo que la Unión Europea es a la Gran Bretaña. Son membresías incómodas, aunque necesarias. Francia asume como humillante que Estados Unidos se haga cargo de la seguridad europea. Sin embargo, no está dispuesta a sacar la chequera para sustituir financieramente el esfuerzo que semejante empresa conllevaría. Asimismo, a Trump le molesta que sus palabras sean usadas contra él mismo. Lo que hizo Macron fue repetir el discurso trumpiano contra la OTAN. Es razonable suponer igualmente que a muchos socios de la alianza noratlántica les molesta que Trump los trate con indiferencia y hasta los regañe, mientras ha tenido deferencias con países “enemigos” como Corea del Norte. Las sanciones económicas emprendidas por la administración estadunidense contra países aliados y amigos, no ayudan a reducir las tensiones: el tema de los subsidios de Airbus y las sanciones contra quesos y vinos franceses -entre muchos otros productos europeos- sólo lastiman vínculos ya de suyo deteriorados. Con esto Trump ¿está haciendo a Estados Unidos grande otra vez? No parece que sea el caso.

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