febrero 22, 2025

Para construir un México democrático necesitamos construir ciudadanía

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Todo lo que se pretende construir en la vida requiere materia prima, una base sobre la cual se genere dicha construcción. Lo anterior aplica en el plano material, conceptual, pero también social.

Tengo los últimos dieciocho de treinta y seis años dedicándome a la política, la mitad de mi vida. Lo he tomado como una vocación, como algo que realizo porque entiendo que en nuestra participación colectiva se encuentra la semilla de transformación de la sociedad en que vivimos.

Soy un profundo convencido de la democracia y de la necesidad de construir una sociedad verdaderamente democrática en contraposición con el modelo de sociedad autoritaria y vertical en la que vivimos. Para este ejercicio de construcción, el de una sociedad democrática, necesitamos también materia prima, y esa materia prima son los ciudadanos.

Como escribía unas líneas arriba, llevo la mitad de mi vida dedicado a la política y escuchando de todos a los que hago este comentario decir que todos los políticos de todos los partidos son corruptos, por ponerlo en palabras amigables para el lector.

La pregunta obligada que alguien se haría, si apelara a la reflexión, es ¿de dónde sacan a los políticos en México para que todos sean corruptos?

¿Existe un molde distinto, un gen, una raza diferente que sea de donde se saca lo que hoy llamamos clase política, cultivada al margen de la sociedad y por tanto descompuesta? Por supuesto que no.

Todos los políticos que conozco, y conozco muchos, vienen de las mismas estructuras y composiciones sociales que integran la población de nuestro país. Son por decirlo de otra manera, una pequeña muestra de la multiplicidad de actores que componen nuestra sociedad.

Algunos vienen de familias dedicadas a la política, pero otros, la mayoría, no reúnen ese requisito. Algunos vienen de clases sociales de altos recursos y privilegios económicos, pero otros vienen de lo más humilde, de los rincones más devastados de nuestro país, de una lucha diaria por la sobrevivencia.

Algunos son religiosos, de las más diversas religiones que hay en nuestra nación y otros no profesan fe alguna. No hay pues, en la llamada clase política, un denominador común que los haga distintos al resto de los ciudadanos de nuestro México y, por tanto, más proclives a la corrupción o al abuso de poder, son, insisto, un reflejo social.

Por supuesto que es más aplaudido y políticamente correcto decir que los políticos son corruptos y nada más, dejar car en un sector de la población los males que aquejan a la mayoría y deslindarse de la responsabilidad social que tenemos en la mala conducción de nuestro país, pero precisamente en ese deslinde, en esa ausencia de responsabilidad colectiva, es donde incuba el germen tanto de la mala conducción nacional como de la creación de una clase política que se pone por encima de la sociedad.

Decía al inicio de estas líneas que para cualquier construcción necesitamos materia prima. Pues entonces para construir una sociedad democrática y justa, la materia prima que precisamos tener a nuestro alcance son los ciudadanos. Sin ellos, la construcción de lo anterior es virtualmente imposible.

Entender al ciudadano sólo como aquel que habita un territorio determinado da una definición coja que lleva a una sociedad que camina en muletas. Ciudadano no es aquel que habita dentro de la comunidad. El ejercicio de la ciudadanía requiere de una serie de derechos y obligaciones adquiridos a partir de la participación colectiva en la solución y atención de los problemas que nos son colectivos.

En la sociedad mexicana actual, muchos consideran que la ciudadanía se limita al ejercicio del voto. Con ello delegan sus obligaciones en manos de aquellos que han elegido para representarlos, aquellos a los que después llamamos clase política. Con le entrega de estas obligaciones, en donde la mayoría de la sociedad se deslinda de la atención de los principales problemas sociales y se retira a sus actividades cotidianas por tres años al menos, se genera un empoderamiento absoluto de aquellos que ejercen el poder público, quienes, sin estar rindiendo cuentas permanentes a la sociedad que los eligió, van abusando, en muchos casos, de este poder.

Por supuesto que la representación social es necesaria, sería absurdo pensar que fuera de otra forma. Pero es importante entender que en una sociedad democrática el poder le pertenece a los actores de dicha sociedad y los representantes son eso, representantes, de dicho poder, no quienes lo adquieren por el tiempo en que han sido electos.

Para ello se necesita construir estructuras ciudadanas que vigilen y pongan límites al poder público, que estén al tanto de su ejercicio y que denuncien las irregularidades que se cometen a su amparo. Es necesario también crear estructuras de participación social permanente, que rebasen los procesos electorales y que permitan a la comunidad incorporarse a la atención permanente de los problemas que, como comunidad, les aquejan.

Esto lleva sin lugar a dudas a un empoderamiento ciudadano que crea una fuerza paralela al poder público, en la cual se generan contrapesos necesarios que acotan su actuación. Para ello es indispensable la participación cotidiana de la gente, su formación, su capacitación y su interés por involucrarse.

Muchos políticos no promueven lo anterior porque, precisamente en la medida que este poder ciudadano crece se acota o limita el poder político. Pero también son muchos los ciudadanos que se oponen al surgimiento de estas estructuras, pues pese a todos los males de una democracia disfuncional, les resulta mucho más cómodo entregar el poder y desentenderse de él para después solamente criticar su mal ejercicio.

Tenemos una sociedad donde sus miembros son, en muchos casos, renuentes de organizarse para atender problemas colectivos o para denunciar abusos o mal ejercicio del poder público. Tenemos también una clase política corrupta pero auspiciada por miembros de la comunidad que tienden, como medida cotidiana, a corromper al funcionario, servidor público o político que es parte de dicha corrupción.

Nos quejamos de políticos que compran el voto pero jamás analizamos que para que ellos existan debe haber gente dispuesta a venderlo y, en muchos casos, gente que exige que su voto sea conquistado con despensas y no propuestas.

Nos quejamos de la corrupción de la autoridad, pero sacamos un billete si un policía nos observa pasando un alto, circulando en un día prohibido, o bebiendo en vía pública.

Nos quejamos también de la ausencia de justicia, pero decidimos no perder el tiempo acudiendo al ministerio público a levantar una denuncia si fuimos víctimas de un asalto. Después decimos que la autoridad es incompetente por no detener al asaltante, como si ellos pudieran adivinar lo que pasa y actuar en consecuencia.

Incluso en el simple acto de ceder nuestro poder a otros cada tres años, la participación electoral en México apenas supera el 50% de la gente que tiene posibilidades de votar, hasta eso da pereza a un sector de la población.

Cada uno de los pequeños actos de corrupción u omisión de nuestra vida cotidiana alimentan al monstruo general que nos devora día con día y nosotros preferimos, como sociedad, en muchos casos, culpar al otro.

Necesitamos construir una sociedad democrática pero para ello se vuelve indispensable construir ciudadanía organizada.

Por ello resulta tan alarmante que el candidato que puntea en las encuestas y, que además se hace ver como el “representante de la izquierda”, desconfíe de periodistas y de la sociedad civil, como él mismo confesó, pues son dos de los grandes diques desde donde la sociedad puede poner contrapesos y límites al poder público de la clase política y organizarse de manera autónoma. Cuestionarlos en lugar de fortalecerlos, solamente nos habla de un autoritarismo preocupante que puede tender a descomponer aún más la frágil democracia que tenemos.

La tarea fundamental hoy, gane quien gane en 2018, es construir entonces, ciudadanía.

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