lunes 08 julio 2024

Para contarnos mejor

por Regina Freyman

Por más que hayamos creado la IA y tengamos coches
sin chófer, somos una especie cada vez más sometida
a la complejidad y avatares de un ecosistema que,
gracias a nuestros inventos, se ha vuelto también más hostil.

Carlos Scolari

No sé cuándo empezó mi interés por las historias ni cuándo escuché la primera, pero sé que mi mente, como la de todos los humanos, va creando una a medida que respiro. Para construir mi Yo necesito un argumento con un protagonista que vive y guarda múltiples finales. Lo que me diferencia de una máquina generadora de lenguaje es que yo escribo con sangre, sudor y asombro; con el fervor de las noches estrelladas o el desgarro de los amores rotos.

Quizás lo primero que te das cuenta al crecer es de tu centralidad: percibes el mundo desde el personaje que eres y que vas construyendo. Así, tus sensaciones, emociones y vivencias se sintetizan en una historia que te sitúa en primer plano y que apenas descansa; incluso nuestros sueños forman parte de la narrativa. Como editores de las mil cosas que nos pasan y pensamos, elegimos las que más valoramos o las que más nos marcan para integrar ese repertorio de sucesos que llamamos nuestra historia personal. Los expertos en neurociencia dicen que hay dos entidades narradoras en nosotros: una que vive el presente y se fija en lo que siente ahora; y otra que va hilando los presentes y se preocupa por el futuro. Esta bifurcación se resume en la angustia de estar vivos para morir; es decir, ser conscientes de que somos cambio: tuvimos un principio y tendremos un final. Me parece lamentable que hoy se prefiera contarnos la distopía: la tragedia de un futuro sin sentido; o la megalómana narrativa de autoayuda del self made man o woman: personas que se aplauden solas desde sus redes sociales; sus historias con filtros que maquillan la vida perfecta; otra forma de desesperanza. ¿No será esta una causa del aumento del estrés, la depresión o el suicidio entre los jóvenes? Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), el suicidio es la segunda causa principal de defunción entre los 15 y los 29 años (https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/suicide).

La película ¡Viva México! es una distopía de mal gusto que nos muestra una caricatura sin gracia de lo peor de nuestro país. Su mensaje es claro: los mexicanos somos culpables de todo lo que nos pasa, porque llevamos en la sangre la traición, la corrupción y la envidia. No niego que haya algo de verdad en eso, pero también hay honradez, solidaridad y alegría en nuestra gente. ¿Por qué no se cuentan esas historias? ¿Por qué nos conformamos con la narrativa del vencido? Esta película no nos hace reír ni pensar; solo nos hunde más en el pesimismo y la resignación. Sus diálogos son tan pobres que solo repiten la palabra cabrón como si fuera una muletilla.

Creo que las historias que nos contamos tienen un poder enorme sobre nuestra realidad. Si solo escuchamos historias de horror, nuestro espíritu se marchita y perdemos la esperanza. Si escuchamos historias de amor, nuestro corazón se llena de luz y ganas de vivir. Las historias que más nos marcan son las que nos cuentan nuestros padres y abuelos, con su voz y su cariño. Ellos nos transmiten una visión del mundo que nos acompaña toda la vida. Pero si esa voz se calla, alguien más ocupará su lugar. Por eso, debemos contraatacar la distopía con historias que nos inspiren a luchar por un México mejor. Historias de ciudadanos valientes que defienden sus derechos y sus instituciones. Historias de personas honestas que trabajan por la transparencia y la justicia. Historias de mexicanos orgullosos de su cultura y su identidad. No dejemos que esta película nos quite la ilusión; al contrario, busquemos las historias que nos hagan vibrar.

Boris Cyrulnik es un neurólogo, psiquiatra y etólogo francés que ha estudiado la capacidad humana de resistir y reinventarse ante el sufrimiento. En sus libros, afirma que narrar sana y que el arte es una terapia. Me impactó su descripción de cómo se crea un relato: desde las sensaciones en el cuerpo, pasando por el reconocimiento de las emociones, la búsqueda de las palabras y la exteriorización de la experiencia. Me quedé grabada una frase que leyó en un campo de concentración: “Todos los días me cuento mejores historias para sobrevivir”. En este país, somos muchos los que hemos sobrevivido a situaciones difíciles: a un metro que parece una jungla, a unos criminales que confunden el amor con la violencia, a unos demagogos que atacan la transparencia y la justicia. Pero también somos muchos los que nos atrevemos a contar otras historias: historias de esperanza, de valor, de orgullo. Historias como la de Norma Piña, una jueza que ha ganado premios y resistido insultos por ser contrapeso del poder. La llaman bruja, pero yo la veo como una sabia que defiende sus ideales. Como ella, hay miles de personas que luchan por un México mejor. No nos dejemos contagiar por el horror; contemos las historias que nos hacen crecer.

La vida de Boris Cyrulnik y sus conclusiones son afines a las de Viktor Frankl, ambos sobrevivientes de un campo de concentración descubren que el sentido vital es indispensable para sobrevivir, Cyrulnik llama a esta capacidad resiliencia y lo vincula con el afecto y con la creatividad. Los hombres no contamos para tener buena ortografía o redacción o sintaxis, contamos para entendernos, para seducirnos, para explorar al mundo con nosotros en él o sin él. Para construir puentes hacia el futuro, planos que nos ayuden a avanzar. 

Es una vergüenza que en mi país se celebren las malas historias, tramas pendulares de hombres y mujeres que se merecen su destino, y se aplauda la muy primitiva y poco ingeniosa ¡Viva México! distopía cínica que supone que al invocar la decadencia demuestra su talento, una suerte de agorero del mal que sabe siempre que al final todos morimos. 

Mientras el mundo avanza con la inteligencia artificial generativa, en México nos jugamos la vida en un metro que no sirve, en calles inhóspitas dominadas por la delincuencia y con un patriarca que no entiende otra narrativa que no sea la suya. Una mente obsoleta en tiempos de la IA y sin embargo el miedo al futuro nos orienta a detener la narrativa, a instalarnos en retrogrado anhelando el pasado que no fue, de un México que jamás existió.

Te invito a contar juntos, y sólo hay un camino, comienza con Había una vez, la antesala de toda esperanza, prosigue con la capacidad de imaginar y utilizar para ello todos los recursos, consiste en entender que nadie cuenta solo, que contar una historia inteligente, sensible e incluyente comienza por el diálogo, y donde sólo hay monólogo el futuro es tan siniestro y añejo como la advertencia de Macondo, la historia caótica que se descuenta.

México es un país sumido en una profunda depresión. Según el INEGI, el 8.6% de la población padece algún trastorno depresivo. Como cuento de Poe las aguas negras y estancadas anteceden la mansión ruinosa. Pero no hay mal que dure cien años y las palabras fluyen deprisa en los tiempos que vivimos que no son de la cuatro T, son de jóvenes que se salen por las redes, que manejan varios mundos y lenguajes. El futuro es tuyo, de esa generación que hemos llamado milenial y creció, se desbancó hasta la Z y hoy se llama centauro; nombre que le da el filósofo José Antonio Marina, a partir de su proyecto del mismo nombre a la generación que será educada en un modelo educativo que busca desarrollar la inteligencia ejecutiva de los estudiantes, combinando la inteligencia humana con la inteligencia artificial. El autor propone la educación del carácter que permita a los alumnos tomar decisiones éticas, creativas y eficaces en un mundo complejo y cambiante. El nombre de Centauro hace referencia a la metáfora de una inteligencia híbrida, que une lo mejor de la razón y la emoción. De ellos será el mundo que también le pertenece a las nadadoras que sincronizaron sueños y se fueron nadando hasta obtener el oro. Nos pertenece a todos los que nos atrevemos a señalar las malas historias, a validar y perseguir las buenas.

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