jueves 21 noviembre 2024

Peligroso que la derecha sea la solución para 2024

por Rosario Robles

Algunos de los que han levantado la mano para ser la o el candidato presidencial el próximo año señalan que a la izquierda hay que enfrentarla con un proyecto de derecha democrática. Ésta en realidad es una falsa y peligrosa disyuntiva.

En primer lugar, porque sería darle patente de corso como izquierda a quienes hoy nos gobiernan y esto no es cierto. En realidad, es una coalición de intereses, en muchos sentidos profundamente conservadora. La izquierda (la verdadera) es libertaria, progresista, feminista, ambientalista, defensora de los derechos humanos. Está muy lejos de una visión autoritaria.

Pero más allá de estos aspectos ideológicos sería un error de graves consecuencias plantear así la discusión hacia una de las elecciones presidenciales más relevantes de los últimos años en nuestro país. Lo que se juega es la patria, la democracia, la República.

Por eso, no es con estas definiciones ideológicas (que muy pocos entienden) como se puede atraer a la mayoría para votar por un proyecto alternativo. Al contrario, este discurso divide y también excluye, que es justamente lo que ya no queremos para México.

Anhelamos a una o un candidato que sea capaz de convocar, unir, reconciliar y pavimentar el camino para que la prosperidad nos abrace a todas y todos. Aspirar al poder para llegar otra vez a polarizar no es la vía. Las y los mexicanos estamos hartos de eso.

Se trata de servir, de acompañar las causas ciudadanas, de fortalecer los órganos autónomos y la división de poderes, de respetar el Estado de Derecho, de combatir la pobreza y la desigualdad, de recuperar nuestro lugar en el concierto internacional, de reanudar las políticas públicas a favor de las mujeres, de acabar con el deterioro ambiental, y sobre todo de considerar que las y los mexicanos tenemos sueños, que somos alegres, compasivos, empáticos y que respetamos y reconocemos a todos los demás.

El odio (ahora dirigido al otro lado) no le hace bien al país porque nos paraliza.

Los resultados de este año, particularmente en el Estado de México, son relevantes, pero no definitivos. Aún faltan sorpresas, y el desgaste del gobierno morenista por los últimos acontecimientos tiene que ser aprovechado.

La confrontación con la Corte, la decisión de desaparecer toda instancia autónoma, la exacerbación del presidencialismo, la militarización, la falta de transparencia en el gasto público, los discursos de odio y polarización son aspectos que a un sector de la población le preocupan y molestan. Pero lo que tiene que ver directamente con la vida cotidiana es lo que puede cambiar la ecuación: la criminal desaparición del Seguro Popular y su sustitución por el INSABI para eliminarlo de un plumazo sin rendir cuentas, dejando en la orfandad a millones de mexicanos que no tienen acceso a la seguridad social es un elemento que les afecta, decisión que la oposición no ha logrado cargar sobre los hombros del presidente y su proyecto supuestamente transformador.

El hecho de que nadie se preocupara por los tres años en que una buena cantidad de adultos mayores dejaron de percibir su pensión porque la edad (que se había rebajado de 70 años a 65 en el sexenio pasado) el gobierno actual la incrementó a los 68 años hasta que volvió a retomar la idea de 65 varios años después.  Quienes durante 2019 y 2020 tenían 65, 66, 67 años dejaron de recibir este beneficio y no hubo quien encabezara su necesario descontento. Y así podemos citar varios ejemplos, pero erróneamente se cree que con el triunfo en las redes o a nivel de aire es suficiente y no es así.

Claro que la constitución de la alianza opositora dio frutos muy importantes en la elección intermedia. Logró el objetivo de evitar que Morena tuviera una mayoría calificada en la Cámara de Diputados y frenar con ello reformas constitucionales que hubieran dañado irremediablemente nuestro marco democrático, y que la perspectiva de un gobierno de coalición para 2024 es algo que permite que florezca la esperanza porque representa un verdadero cambio de régimen, aun cuando hoy las encuestas favorecen al partido gobernante.

No podía ser de otra manera ante una campaña descaradamente anticipada de sus precandidatos, que no sólo descuidan sus funciones, sino que además utilizan recursos públicos, y ante la abierta intromisión también ilegal del presidente en las elecciones en curso y de la que es la madre de todas las batallas que será en el 24.

El problema es que enfrente, desde la oposición, se ha caído en la trampa que, maliciosamente, les puso el propio López Obrador que, a pesar de los pesares, no da paso sin huarache. Adelantó la sucesión para distraer y evitar discutir sobre los magros resultados de su gobierno, reprobado prácticamente en todos los rubros.

Consolida todos los días su narrativa, a pesar de que en muchos sentidos estamos a la deriva, la inseguridad es una constante y el país está bañado en sangre, que la economía no logra recuperarse, y que los costos de la gasolina (que dijo no incrementaría) o de los productos básicos han subido, encareciendo significativamente la canasta básica, lo que sí le duele a las y los mexicanos porque les pega directamente en el bolsillo.

Y, en lugar de hablar de estos temas, una y otra vez, como mantras que se repiten hasta que se consolidan en la conciencia colectiva, la oposición e incluso las organizaciones de la sociedad civil que lograron que se conformara la gran marea rosa, están más preocupados en organizar pasarelas en las que participan todos los que sin ningún criterio o requisito levantaron la mano.

Cayeron en el juego de López Obrador de dedicar su tiempo y esfuerzo a la discusión de las personas, en lugar de ocuparse de las causas y dedicarse a construir ya desde ahora el ejército que, en tierra, ahí donde están los votos, habrá de darle la pelea a la férrea estructura de los servidores de la Nación, que son los mismos que el día de mañana portarán el chaleco morado para llamar al voto por su partido.

No está en el escenario opositor la necesidad de pelear en el territorio, de llevarle a la gente su verdad y narrativa alternativa, de pensar que cuando se le habla cara a cara a la gente no resiste los argumentos irrefutables de que por más dinero que les den, no alcanza para suplir la contratación de guarderías, escuelas de tiempo completo, el acceso a la salud, o los costos de la vida cotidiana ante los incrementos de los bienes y servicios que todos los días se consumen.

Pensar que el ejército que buscará los votos será nutrido sólo con las estructuras partidarias y que es una tarea para el próximo año es totalmente erróneo y ya para entonces sería demasiado tarde. Además, es algo a lo que le apuesta el presidente. Por eso se burla, por eso presenta sus largas listas de candidatos opositores en las mañaneras, porque sabe de esta incapacidad y que solo basta con echarlos a pelear por las migajas.

Cuenta también, y mucho, la actitud de las cúpulas partidarias. Parecen estar más preocupadas por mantener algunas posiciones de poder y de recursos que les permitan negociar con el próximo gobierno porque les conviene, y aparentemente han renunciado a pelear por el máximo galardón: la presidencia de la República. En su lógica, su presencia en las Cámaras, sin una mayoría calificada para Morena, les acomoda para negociar y ofrecer sus votos a cambio de canonjías. Esta perspectiva cupular choca con el anhelo de sus militantes y simpatizantes que realmente desean una alternancia en el poder y con millones de mexicanos y mexicanas que de diversas maneras han mostrado que no quieren que la tragedia en la que nos han sumido continúe un sexenio más.

Es claro entonces que no se construirá una mayoría si la disyuntiva que se plantea es entre derecha contra izquierda. En cierto sentido, la elección del año que viene será un referéndum entre autoritarismo y democracia. Y para lograr atraer los votos necesarios para el triunfo deben llevarse a cabo pasos previos que son absolutamente necesarios.

Lo primero y más importante es optar por un método democrático para seleccionar candidata o candidato. No es pidiendo un millón de firmas, sino colocando urnas para una elección primaria, bien organizada y ordenada, que involucre a la ciudadanía y los haga sentir partícipes de una decisión fundamental.

Esto implica cambiar radicalmente la lógica de los dirigentes, pues en cualquier mesa en la que se habla de política se menciona que ya están repartiendo candidaturas sin tomar en cuenta a quienes salieron a las calles y lograron darles la fuerza para frenar la reforma constitucional electoral, o que les enmendaron la plana cuando ya habían pactado con Morena quitarle funciones y atribuciones al Tribunal Electoral.

La lógica de unas primarias permitiría un proceso de acumulación de fuerzas y de empezar a construir el ejército ciudadano que acompañe a las estructuras partidarias (muchas de ellas desgastadas o basadas en la simulación), y por eso sería lo más conveniente. Se pensaba que al final ante la disyuntiva de seguir con la deriva autoritaria o defender la democracia, Movimiento Ciudadano acabaría por sumarse. Pero justamente ayer le dieron un golpe artero a la alianza opositora (casualmente unos días antes de las elecciones en Estado de México y Coahuila), disfrazándose de un aparente purismo, cuando en realidad le hacen un gran favor a Morena.

Por eso, sería deseable que quienes ansían ocupar la silla del águila -del lado opositor- en lugar de propiciar una guerra de encuestas que nadie cree, debieran estar acompañando las causas de muchos de los que han abandonado: por ejemplo, apoyando a los productores de maíz, de trigo y sorgo en la lucha para que les paguen bien por sus cosechas, a los periodistas amenazados y a las familias de los que han sido asesinados, a las madres buscadoras, a las mujeres víctimas de la violencia, a los adultos mayores que durante tres años no recibieron pensión durante los primeros años, a médicos y enfermeras que a diario tienen que dar una lucha para salvar vidas en condiciones muy adversas, a los jóvenes que les quitaron su beca, a los huérfanos y víctimas del manejo criminal de la pandemia, a las madres que tienen que quitarse la comida de la boca para darle a sus hijos porque ya no tienen para lo básico, o a las que viven preocupadas porque mientras ellas están en el trabajo porque son el único sostén de sus casas, sus hijos e hijas están solos en la casa o en la calle corriendo todos los riesgos o han tenido que descargar las tareas del cuidado en sus madres o hermanas, y por supuesto a las y los que a diario padecen todo tipo de injusticias.

Si los precandidatos y partidos opositores estuvieran ahí, y no sólo en las alturas, lo demás vendría por añadidura. Porque algo hay que recordar todos los días. Ya se logró vencer al partido de Estado, al PRI de entonces, por lo que no es imposible hacerlo ahora.

El miedo que propagan por la persecución, por el uso del aparato del Estado para afectar a quien ose oponérseles no puede ni debe paralizarnos. En pocas palabras, el miedo nunca podrá vencer a algo muy poderoso que se llama dignidad.

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