Sólo desde un espíritu antidemocrático se puede aspirar a acallar la pluralidad. Eliminarla es imposible: la pluralidad es característica entre sociedades e individuos: no hay comunidad unánime, ni siquiera bajo los totalitarismos o las teocracias de hace siglos. En tiempos recientes, no obstante, abundan etiquetas, con frecuencia descalificatorias ante las posiciones diversas. En México, por ejemplo, he escuchado a una destacada artista adjetivar a un lector de noticias como “terrorista”. El periódico Reforma ha sido descrito como derechista. Fuera de la lógica de la caricaturización, es poco lo que se consigue con tales clasificaciones, que además son inexactas.

Por años, Reforma tuvo dos columnistas diarios: el socialdemócrata Miguel Ángel Granados Chapa y el liberal Sergio Sarmiento. Tenía una sección religiosa que desapareció. También daba espacio a anuncios de prostitución apenas encubiertos, lo que llevó a un escándalo y su cancelación. En 1998 el periódico publicó dos ensayos de los novelistas Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes sobre el proceso legal contra el presidente Bill Clinton. El procedimiento se debía al eventual perjurio que habría cometido. Una cuestión más amplia había terminado en el dilema de si Clinton había mentido cuando negó haber sostenido un acto sexual con una becaria en la Oficina Oval. El procedimiento concluyó con el presidente librando el cargo.
Fuentes había opinado que al “neoliberalismo” había que oponer políticas de corte social y era favorable a Roosevelt. Vargas Llosa había escrito que las naciones podían elegir el desarrollo adoptando políticas liberales y expresaba su admiración por Thatcher. El 16 de agosto de aquel año apareció “Corrompiendo al Presidente” de Vargas Llosa. De Fuentes se publicó “El caso Clinton”, el 27 de septiembre. Fuentes aseguraba que había firmado una carta abierta, con otros personajes internacionales, en contra del afán inquisitorial que podría expandirse a todas las personas, no tanto por defender a Clinton.
Vargas Llosa, por su parte, se declaraba a favor del respeto a la vida privada, pero estaba en contra de suponer que el sistema estadounidense fuera “ingenuo y ridículo”. Más allá del “escándalo Lewinsky”, notaba que en el país había “una desconfianza profunda hacia el poder”. Concluía: “no es puritanismo religioso sino iconoclasia cívica”, una “entraña profundamente democrática” para mantener a los gobernantes con los pies en la tierra, sabedores de que son hombres, no estatuas históricas o “semidioses”. En aquel año, Vargas Llosa elogiaba que Estados Unidos no había padecido dictadores o caudillos, ni siquiera “un hombre fuerte”.

Ambos escritores referían que las encuestas mostraban apoyo mayoritario al presidente como reflejo del bienestar económico que experimentaban, lo que motivaba a los ciudadanos a oponerse al proceso legal contra Clinton. Para Fuentes, el puritanismo sí era la base del proceso judicial y lo calificaba como la “máscara moral” del protestantismo, agregando que a este le importa más el éxito económico que la moral privada. Vargas Llosa escribió una interpretación parecida, al decir que el hecho: “ratifica la tesis del ilustre profeta [Marx] según la cual la moral es una superestructura condicionada por la realidad económica”. Vargas Llosa no temía ser ligado con el marxismo. Fuentes, en cambio, buscaba desligarse de formas pasadas de la izquierda.

La divergencia entre Fuentes y Vargas Llosa era incluso de visiones sobre la vida. En aquel momento, Fuentes defendía “la nueva vía socialdemócrata en el mundo”, o “tercera vía”, de ahí que no evidenciara la inspiración marxista de parte de su reflexión. Por eso consideraba las políticas sociales de Clinton, como “una puesta al día mundial de la democracia social”, en contra de la “indiferencia hacia el capital humano” de Reagan y Thatcher. El contraste con Vargas Llosa era claro. Más allá de los ensayos sobre Clinton, Fuentes expresaba una perspectiva colectivista, Vargas Llosa una visión individualista.

Fuentes veía una “conspiración fascista” de “ultraderecha” y mencionaba características sin relación con el conflicto: “Clinton es dueño de una sólida cultura literaria”. Vargas Llosa, en cambio, se permitió la ironía hacia Clinton. Sin embargo, ni Fuentes ni Vargas Llosa debían, como dicta la dinámica de nuestro tiempo, estar vendidos a oscuras motivaciones, a pesar de legítimamente poder tener intereses. Tampoco es que alguno estuviera absolutamente equivocado —aunque en asuntos como el desarrollo sí se puede saber qué es lo más efectivo; así como son detectables los errores intelectuales de cualquiera de los dos. Más allá de los debates discernibles, Vargas Llosa y Fuentes, llanamente, tenían perspectivas irreconciliables, que no es lo mismo que la proscripción mutua.
Hoy cuatro novelistas nacionales tienen columnas en Reforma. Van de la plena oposición al gobierno, por parte de Francisco Martín Moreno, a la búsqueda de construir una izquierda novedosa, en el caso de Juan Villoro —quien apoyó el esfuerzo por una candidatura independiente a la presidencia de María de Jesús Patricio Martínez—, pasando por el feminismo de Alma Delia Murillo y la socialdemocracia de Jorge Volpi.
Si bien en años recientes su pluralidad pareciera menor, se trata de un periódico que trata de complacer a diversos públicos. A Reforma se le puede criticar por la calidad de investigación y redacción de sus reportajes, pero para derechista le ha sobrado la variedad entre sus editorialistas: no es una publicación doctrinaria, lo que no quiere decir que no tenga posición política, ni que no debiera tenerla. El periódico es lo de menos: es meramente parte de la pluralidad, que no tiene por qué conllevar descalificación moral, como se implica en el mote derechista.
Las discusiones sobre si la discrepancia es necesaria y deseable son interesantes, lo fundamental es que la pluralidad es inevitable.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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