Las palabras importan, tienen peso y dejan huella. La forma en que nos comunicamos y expresamos puede tener un impacto profundo en las personas y en el entorno en el que vivimos. Las palabras pueden inspirar, motivar y unir, pero también lastiman, dividen y generan conflictos. Las palabras tienen el poder de influir en nuestras emociones, pensamientos y acciones. Pueden transmitir mensajes de amor, compasión y solidaridad, creando un ambiente de respeto y entendimiento. Por otro lado, las palabras cargadas de odio, discriminación o violencia pueden generar dolor, miedo y división en la sociedad. Las palabras pueden ser herramientas para construir puentes o para erigir barreras. Pueden fomentar la inclusión y la diversidad o pueden reforzar estereotipos y prejuicios.
En el ámbito político y social, las palabras de los líderes y figuras de autoridad tienen un peso aún mayor. En México, la llegada al poder del presidente López Obrador ha sido el gran detonante de la polarización política que hoy se vive en el país. Sin duda, AMLO se ha convertido en el promotor del discurso de odio y la desinformación.
En una democracia sana, los grupos políticos pueden considerarse adversarios con los que competir y negociar; sin embargo, en las democracias profundamente polarizadas, la dinámica se vuelve mucho más complicada y problemática ya que la confrontación se intensifica y los espacios para el diálogo y la cooperación se reducen significativamente. Una sociedad dividida conlleva un gran perjuicio para la democracia. López Obrador utiliza un lenguaje polarizador que descalifica y calumnia a sus oponentes tachándolos de inmorales o corruptos. A lo largo de su carrera política y aún antes de llegar a Palacio Nacional, ya había provocado una división en la sociedad entre “honestos” y “corruptos”. Al crear esta dicotomía de “nosotros” contra “ellos”, fomentó la idea de que sólo los que van con su proyecto tienen la razón y la legitimidad, mientras que la oposición es vista como el enemigo. Esto ha generado un clima de confrontación y hostilidad, donde la cooperación y el diálogo se han vuelto prácticamente imposibles de alcanzar.
Además, al estigmatizar a sus oponentes políticos como inmorales o corruptos, se puede socavar la confianza en las instituciones y en el sistema democrático en su conjunto. La descalificación constante y generalizada ha provocado que sus seguidores perciban a todos los actores políticos como deshonestos y nada confiables, debilitando la legitimidad de las instituciones y dificultando la construcción de consensos. Toca destacar que los agravios han encontrado cobijo en las redes sociales y en los demás medios de comunicación los cuales repiten y amplifican sus injurias, burlas y mentiras.
Desafortunadamente, cuando la polarización se ha arraigado y los ciudadanos se sienten profundamente divididos, es difícil revertir la situación. Los estudios sobre el razonamiento inducido muestran como las emociones y los deseos inconscientes influyen en nuestra interpretación de la información, especialmente cuando nos sentimos amenazados. Es decir, las personas tienden a rechazar todo aquello que desafía su visión del mundo y los líderes polarizadores explotan estos miedos y ansiedades para ganar elecciones, alimentando aún más este tipo de razonamiento. Recuerden los cientos de veces que AMLO ha advertido que, de regresar la oposición al poder, el pueblo bueno perdería las becas y programas asistenciales.
Afortunadamente, es posible revertir la polarización sin recurrir a comportamientos antidemocráticos ni evadir el debate político. Evitar que la división y la desconfianza se intensifiquen en nuestra sociedad es responsabilidad tanto de los líderes políticos como de la ciudadanía.
Como ciudadanos podemos protegernos y proteger a nuestra democracia en la medida que seamos conscientes de los mecanismos políticos y psicológicos de la polarización, así como de los primeros indicios de erosión democrática. Debemos resistir caer en la trampa de demonizar al presidente y a sus propagandistas al mismo tiempo que llamemos al voto masivo en contra de ellos. Creo que los líderes de oposición deben entender que sus palabras y acciones pueden aumentar, prevenir o reducir la polarización grave.
Todos los porristas del Presidente que actúan como si la victoria de la Transformación fuera a ser eterna, deberían ser conscientes de que, más pronto de lo que imaginan, serán perdedores y víctimas de un sistema que ellos mismos han contribuido a diseñar imponiendo sus propias reglas. Por otro lado, aquellos que tienen una visión más amplia centrada en el bienestar colectivo y el interés de la sociedad, al comprender la lógica de la polarización que obstaculiza la resolución conjunta de los problemas, pueden encontrar el coraje necesario para superar la brecha en lugar de responder con estrategias polarizadoras dañinas.
Nosotros, los mexicanos de bien, no somos iguales.