Los programas de los partidos no tienen la menor importancia para las élites gobernantes, y eso ya es expresión de un proceso degenerativo; pero lo verdaderamente grave y delicado es que —para las elecciones de 2018— los programas de los partidos y las coaliciones están siendo trasladados, conducidos, a la bodega de las cosas inservibles.
¿Quiénes son aquellos que los están arrastrando al baúl de los desechos? No son —cuando menos no principalmente— las y los ciudadanos, los electores, sino —en una gran paradoja— lo son los dirigentes de los propios partidos.
Veamos lo siguiente: ¿cuál es el programa que presentan los partidos y los candidatos presidenciables para alcanzar, cuando menos, un crecimiento sostenido y sustentable del 5% en nuestra economía? ¿Cuál es la propuesta para detener el terrible daño que se está haciendo al medio ambiente y que ya eleva a porcentajes de catástrofe la desertificación del país? ¿Cuál es la propuesta para impedir que la violencia continúe segando las vidas de miles y miles de personas cada año? ¿Cuáles son las alternativas que presentan los candidatos ante la corrupción, el tráfico de drogas, la desigualdad, la pobreza, la discriminación, el desempleo, los bajos salarios, etcétera, etcétera?
Si usted, estimado lector, dedica un poco de su tiempo para leer las notas periodísticas que relatan el peregrinar de los posibles candidatos a los cargos de elección (particularmente la Presidencia de la República), se podrá dar cuenta de que no existen realmente propuestas y lo que sí encontrará —por más que busque— serán aburridas reiteraciones a lugares comunes o, peor aún, groseros engaños a las y los electores.
Mencionaré estos ejemplos: López Obrador insiste, una y otra vez, en que alcanzando el poder de la Presidencia venderá el avión correspondiente. Ese punto, el del avión, por más que se reconozca como táctica electoral, sólo busca exaltar la indignación popular ante los abusos del gobierno. Pero la venta del avión o el arrendamiento de la residencia de Los Pinos no pueden considerarse, objetivamente, temas sustantivos de un programa partidario de carácter estratégico, y menos aún, parte de un plan de gobierno que se pretenda serio, profundo y transformador.
¿Alguien supone que va a mejorarse la situación económica de la gente si el que fuese presidente de la República, en lugar de abordar un avión, recorre el país en carroza, en auto o en ancas de caballo, como en su época lo hicieron Benito Juárez y Lázaro Cárdenas? ¿Cambiará en algo sustantivo que el presidente duerma en una habitación de Los Pinos o, como Juárez, lo haga en alguna recamará de Palacio Nacional?
Pero esta misma actitud frívola la encontramos en Peña Nieto, que designará a su candidato no a partir de qué ideas puede aportar para enfrentar con éxito el desafío de gobernar el país, sino, lamentablemente, sobre la base de las garantías para que continúe, prevalezca la impunidad.
Pero las cosas no aparecen diferentes en el Frente. ¿Cuál es nuestro programa electoral; cuál es nuestra propuesta de gobierno; cuál es el sentido de una coalición gobernante de partidos diferentes entre sí? Hasta ahora no aparece y, en sentido diferente, pareciera que se trata de encontrar un candidato y a éste amoldarle un programa. Eso ha sido la constante en nuestra vida política como nación y, frente a ello, el Frente debe irrumpir, sorprender, con un procedimiento verdaderamente diferente, contrastante con la inercia, con el ritual presidencialista y su larga tradición autoritaria, tan larga como nociva.
¡En el Frente sí vale aquella idea de que lo primero es el programa y luego el candidato!
Hannah Arendt reflexiona que la misión y el fin de la política es asegurar la vida en el sentido más amplio, es decir, la vida con dignidad, con bienestar, igualdad, democracia. En consecuencia, continúa Arendt, la reinterpretación de la política tiene un significado decisivo para la tradición teórica, pero lo tiene, sobre todo, para el marco en que acontece la vida diaria de las personas.
De eso se trata la política de hacer las cosas para que cambie, en mejoría, la vida de las personas todas; para que éstas puedan acceder a la seguridad, la paz, la salud, la educación, la democracia, el empleo digno y salarios justos, es decir; con igualdad, bienestar, democracia.
¡El Frente tiene que recuperar la política para los ciudadanos!
Este artículo fue publicado en El Excélsior el 7 de noviembre de 2017, agradecemos a Jesús Ortega Martínez su autorización para publicarlo en nuestra página.