Política con aranceles

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Claudia Sheinbaum no convenció a Donald Trump, como dijo Luis Cárdenas en uno de los videos más patéticos que he visto en estos meses. No lo derrotó, no, tampoco, como quieren creer algunos de quienes creen en ella por creer en López Obrador. No dio una lección de diplomacia, como dijo Juan Ramón de la Fuente en un juego de diplomacia intraobradorismo. No logró algo insólito, como lengüeteó el triste Marcelo Ebrard. Justin Trudeau “logró” lo mismo el mismo día: la suspensión de los aranceles firmados por Trump. ¿El canadiense también convenció, derrotó, dio lecciones diplomáticas y/o logró algo insólito? ¿Por qué no lo dicen los obradoristas? Si Trudeau obtuvo lo mismo –sí, lo mismo-, Sheinbaum no pudo hacer nada insólito o extraordinario, ni atribuible solamente a ella, ni siquiera principalmente a ella. Que el cogobernante parlamentario de Canadá y la cogobernante autoritaria de México hayan “logrado” la suspensión de los aranceles significa que el autoritario Trump los suspendió porque ya tenía contemplada la posibilidad de hacerlo, y esto significa a su vez que los usó estratégicamente con fines políticos, no económicos. Eso no hace genial ni bueno a Trump, lo hace parcialmente racional en el sentido político instrumental. Haciendo política y gobierno, Trump, como AMLO, no es plenamente racional ni plenamente irracional. Tampoco se quiere decir que no sea autoritario. Lo es.

Político autoritario es el que desea y busca imponer su autoridad por ser suya y sólo por ello, sea personal o encargada, y no gusta ni del diálogo ni de la negociación justa, deliberativa, democrática, o ajustada a una ley imparcial. Esos (más otros) tipos de negociación son los que no le gustan al autoritario. Pero puede negociar. De otras maneras. Un autoritario puede negociar pero no siempre lo hace, cuando lo hace puede hacerlo aunque no le guste, cuando lo hace y le gusta es porque negocia autoritariamente y con ventaja: con maneras autoritarias, con metas autoritarias y por tanto metas de su propio poder, abusando o intentando maximizar como sea el rendimiento de ese poder en la negociación. Trump es un autoritario negociador. O un negociante de siempre que es autoritario como político. Así, desde esta perspectiva, Trump no quería aplicar sin falta los aranceles a México y Canadá por razones económicas, quería negociar con una ventaja creada con la amenaza de los aranceles para fines políticos.

No debe olvidarse que Trump –y los que son como él en mayor o menor medida, incluido AMLO- no sólo son autoritarios, son narcisistas, megalómanos, mentirosos, adictos a la propaganda, populistas. Una combinación muy específica de irracionalidades y racionalidades. Que Trump no sea serio como individuo no tiene por qué traducirse en que nosotros no lo tomemos en serio, en general, lo que no es otra cosa que ser serios sobre Trump como político y poderoso: y, aunque suene paradójico, ser serios sobre Trump es no tomar en serio  todo lo que dice, no dar por cierto o sincero o esperable todo lo que declara ante sus seguidores y los medios, como si necesariamente fuera lo que intentará o hará, para tomar en serio (por entenderlo) el por qué lo dice, para qué, y qué sí puede o podría hacer, con todas sus posibilidades. Déjeme reiterar: por seriedad nuestra, no de él, hay que tomar en serio a Trump como problema público, pero no hay que tomar en serio absolutamente todo lo que diga, sin ignorar su discurso ni reducir la realidad y su análisis a esa retórica –es exactamente lo que se debía hacer sobre el presidente López Obrador.

Sobre los aranceles en el caso de México, mi conclusión en desarrollo es que Trump quería negociar políticamente, no tomar una decisión económica y menos empeñarse en ella bajo cualquier escenario. Pero tampoco quería negociar de cualquier manera o sin importar las condiciones para la negociación. Entonces, 1) quería negociar, 2) desde una posición de ventaja, 3) una ventaja aumentada por la amenaza y la presión al débil en la relación –quería hacer más débil a Sheinbaum-, 4) para lograr lo que ya sabíamos que le interesa lograr, el mayor endurecimiento posible del gobierno mexicano sobre migración y tráfico de fentanilo, 5) y así también satisfacer a la base social-electoral que lo apoya precisamente por usar la retórica que les emociona. Estos últimos puntos (el 4 y el 5) los logró, en el grado que era posible en la circunstancia actual. Puede seguir lográndolos, extendiendo ese logro en su grado y en el tiempo. No tengo duda de que le encantaría simplemente tronar los dedos y que todos le obedezcan, pero no es así y él sabe que aunque lo desee no es posible. Ahora bien, surge una implicación triple: primera, que por eso pretende que parezca que todos lo tememos absolutamente y lo obedecemos de inmediato sin ganar nunca nada; segunda, que ha intentado e intentará arrancar para sí mismo el mayor poder posible ahí donde lo haya; tercera, que Sheinbaum no es gran cosa, políticamente hablando, frente a Trump (ya verá qué quiero decir con esas palabras), ni hizo gran cosa en esta ronda de la negociación, pero tampoco se fue con las manos vacías.

Si la presentación mediática de Trump es estratégica-propagandística, también la de Sheinbaum: ambos pretenden parecer más de lo que son y haber obtenido más de lo que en realidad obtuvieron. Los propagandistas obradoristas, dentro y fuera del gobierno formal, presentan a Sheinbaum como una heroína persuasiva, o una negociadora excelente o hasta como la mujer que venció a Trump. Es propaganda, como la de Trump. No hubo victorias absolutas ni derrotas absolutas (esta tontería puede verse, por ejemplo, en los “análisis” de Ari Melber para MSNBC). Trump ganó más, pero no todo, perdió poco, porque sólo perdió esta vez en la percepción de algunos (no perdió a través de la inflación de los precios en Estados Unidos). No ganó para siempre: ni ahora ni después acabó con la migración y el narcotráfico, no logrará la “eliminación total” de los cárteles por más que lo ponga en sus papeles porque es imposible eliminar físicamente a todos los narcos ya formados y que se formarán, y porque es imposible eliminar esencialmente el negocio de esos narcos mientras no se elimine la Prohibición. Tengo que regresar a un argumento que repetí varias veces en esta revista en años pasados: el negocio narco como tal es la droga ilegal, la ilegalidad del negocio depende de la Prohibición en el marco legal, por lo que el narco depende en primera y última instancia de la Prohibición, esto es, depende de que nazcan y no mueran la ilegalidad de las sustancias y el negocio ilegal, aunque se mueran físicamente cada vez más individuos narcos; mientras exista la Prohibición, existirán y no dejarán de existir cárteles y narcos como operadores principales o únicos del negocio.

Antes de examinar el balance de Sheinbaum, recordemos sobre Trump y México hasta este momento: Trump sí quiso negociar, pero a su modo, y negoció con los aranceles, para fines fundamentalmente políticos. Esos fines los alcanzó, y por eso ganó. No ganó todo ni por siempre. ¿Qué pasó en detalle por el lado de Sheinbaum? Perdió, pero no literalmente todo. Ganó poco. No ganó nada sobre la venta y control de armas en territorio gringo, por lo cual no ganó nada sobre su tráfico hacia territorio mexicano. Ganó algo que puede seguir ganando si evita contradecir en el fondo, no totalmente en la apariencia, y dentro de la negociación, cuyos parámetros están esencialmente predeterminados ya, al presidente antidemocrático de Estados Unidos: puede seguir evitando que aplique los aranceles. Eso quería Sheinbaum y eso quiere. Por eso quiso negociar, como realmente se pudiera, y negoció como se pudo: concediendo lo que Trump esperaba realistamente que concediera. Por eso ella perdió más que él, digan lo que digan los obradoristas y algunos antitrumpistas en Estados Unidos. Por tanto, Sheinbaum se dobló, en activo, y fue doblada, en pasivo. Porque ella aceptó negociar y lo hizo con los contenidos que podían convertirse en resultados, y porque Trump negoció de la forma en que lo hizo. Respecto a Sheinbaum, la parte activa está bajo la debilidad relativa de la misma Sheinbaum, es decir, su debilidad estructural como presidenta de México frente al presidente de Estados Unidos; la parte pasiva está bajo la fortaleza relativa y autoritaria de Trump o el hecho que él –como AMLO todavía- tiene más poder que ella y es un poder ejercido autoritariamente. Describámoslo de nuevo: Trump la empuja a una posición más débil, ella no simplemente obedece pero cede, tiene que ceder, él no sólo es más fuerte sino que la quiere a ella más débil, pero la quiere más débil para negociar así con ella, y ella negocia como le queda hacerlo en vez de jugar a la heroína en los hechos.

A la heroína sólo jugó en la retórica. Continúa jugando con las apariencias para los fanáticos y los medios, nacionales e internacionales. Retórica como la de “unidad nacional”, que demostró ser lo que es, retórica calculadora, por haberse demostrado con los propios hechos que no era indispensable: los aranceles fueron suspendidos sin “unidad nacional” en México. No era requisito esa “unidad”. Los obradoristas lo dicen sin darse cuenta, pues si el resultado fue extraordinario –eso dicen, pero no existió tal cosa- y se logró sin aquello que exigen –la “unidad nacional”, que no existió-, no se necesita “unidad nacional” frente a un Trump autoritario pero negociador con el que el obradorismo dirigente prefiere cooperar y con el que puede cooperar. No tiene sentido exigir “unidad nacional” si no es con propósitos internos y éstos son, obradoristamente, autoritarios. Propósitos autoritarios de políticos autoritarios, como Trump. Todo queda en familia, aunque son dos ramas que no se llevan muy bien en este momento. Pero pueden llevarse mejor…

Por ahora, el pleito de gritos populistas y negociaciones con autoritarismo y extorsión-concesión continuará. Promete darnos más episodios. Pero hoy no puede afirmarse que llegará hasta donde algunos mexicanos quieren, la intervención militar generalizada. No veo como imposibles algunas escaramuzas militares gringas en territorio mexicano, pero veo como imposibles hoy otras cosas mayores… Lo digo porque no me limito al discurso de Trump ni confundo su discurso con la realidad y todas sus verdaderas posibilidades, también porque veo la relación que ha iniciado con Nicolás Maduro: está reconociéndolo de facto al negociar con él para seguir negociando, por intereses políticos y en este caso petroleros. Maduro recurrirá a los gritos “antiimperialistas” cuando le sea necesario por conveniente, sobre todo para disimular el hecho de que ha empezado a negociar con Trump; éste es el hecho que importa, no lo que diga en propaganda la bestia venezolana ni lo que digan por su cuenta algunos colaboradores de la derecha más dura de Trump a los que él no respeta si no le conviene, como se ve con el caso de Maduro. Terminamos el mosaico: Trump no es admirable, no es lo que muchos creen, es un charlatán y un mercenario, enamorado del dinero y el poder, capaz de traicionar cualquier cosa menos a su mayor amor, Donald Trump. Es una cosa cuya anormalidad no sólo es de color naranja sino también de doble filo, doble filo para sus seguidores, aliados y aparentes enemigos.

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