El anuncio de que la superestrella de la música planea competir por la presidencia de los Estados Unidos no debe tomarse a la ligera o como una más de sus excentricidades, aunque tiene un largo historial de éstas.
West no es una persona que haya engañado a nadie respecto a sus intenciones de ser presidente: lo dijo en 2015, 2016 y 2019.
El cantante, empresario, diseñador, productor y ahora político no va a competir como un simple participante de un partido pequeño, sino independiente y frente a una realidad distópica que este año nos ha mostrado el lado frágil de una nación cada vez más fracturada por el racismo y a la cual los partidos políticos no han podido integrar totalmente.
El Partido Demócrata tardó hasta marzo en decidirse entre cinco candidatos y el ganador fue un hombre blanco de casi 80 años con acusaciones de agresión sexual, un perfil distante a los votantes más progresistas.
Por el lado republicano tenemos a un presidente que ha arrastrado a Estados Unidos a una crisis sanitaria y social tan profunda que hasta tuvo que esconderse en el bunker de la Casa Blanca y con un perfil similar a su contrincante: hombre, blanco, de casi 80 años y con acusaciones de agresión sexual.
Frente a ese escenario, Kanye surge como una fuerza disruptiva de una clase política rodeada de escándalos por tráfico de personas, división social, un mal manejo de la crisis del COVID-19 que puso a Estados Unidos como el país con más contagios y muertes en el mundo en medio de protestas por el asesinato de George Floyd a manos de un policía.
La superestrella es el sueño americano del hombre que se hace a sí mismo: un afroamericano que creció con una familia de pocos recursos en los suburbios de Chicago, con padres divorciados que, con base en su talento, actualmente factura 1.3 mil millones de dólares anuales, una parte de los cuales los canaliza al altruismo.
Kanye West apareció en las marchas por el movimiento Black Lives Matter en Chicago, entre la gente, sin miedo, además de haber donado tres millones de dólares para que la hija de Floyd pudiera estudiar la universidad y pagar la fianza de más de 300 personas en Chicago tras ser arrestados en las protestas.
Trump, en cambio, demeritó las marchas mientras Biden sólo apareció durante 30 minutos en una manifestación en Delaware.
West tiene el dinero para hacer campaña y el reconocimiento de algunas minorías por sumarse públicamente a causas como la lucha por los derechos de las comunidades afroamericanas o contra la homofobia en la industria musical. Junto con su esposa Kim Kardashian han peleado por reformar la ley de prisiones, para abolir la pena de muerte y sacar a migrantes injustamente encarcelados.
Además, tiene cierto apoyo de la población americana que solía apoyar a Trump porque el rapero ha manifestado públicamente que coincide en muchas cosas con el presidente y apela a la pasión religiosa del estadounidense promedio como lo hizo en su más reciente disco “Jesus is King”.
Los estadounidenses tendrán, entonces, la posibilidad de escoger a una persona que con 42 años ha sabido explotar el sistema en que vive al máximo hasta hacerse millonario a la par que lo humaniza.
Entre sus proyectos está “YEEZY Home” con el que busca atacar de raíz el problema de los altos costos de vivienda haciendo hogares autosustentables por un precio reducido y busca hacer de su marca de ropa YEEZY, la más barata de Estados Unidos o en sus palabras: “Quiero que YEEZY sea el McDonalds de la ropa; lo encuentras en todos lados y es barato”.
Creer que este personaje no tiene una oportunidad de ser presidente es como estar ciego a la evolución social de Estados Unidos. Hace 12 años, cuando la política en EU aún era asunto de políticos no hubiera sido posible de ninguna forma, pero después de Trump, Kanye, una estrella creada por el sistema capitalista puede considerarse como su único salvador. Kanye West puede ser presidente.