Se ha desatado la fiebre por la Presidencia de la República. Muchos quieren, pero pocos pueden. Ahora también hay horario de verano en la praxis política, pues han adelantado las manecillas del reloj electoral para efectos de la sucesión presidencial. Que paradoja estamos viviendo, por un lado, se está queriendo eliminar el horario de verano porque lo consideran inconveniente y, por el otro, se ha establecido este horario en la realidad política con tendencias electorales. Lo anterior se hace de hecho, no de derecho, como ya viene siendo costumbre en estos tiempos en varios renglones de la vida política del país.
¿Porque ahora todos quieren ser presidentes? Hoy cualquier persona del ambiente político se siente con todo el derecho a serlo; y no me refiero al legítimo derecho legal, sino al puramente político. Y deveras, sienten que lo merecen y que todavía hasta se les queda a deber. Es más, algunos incluso “se sienten tejidos a mano, soñados, exquisitos y que la virgen les habla”, como luego se dice en el rancho.
¿Por qué todos los políticos, así como quienes provienen de otros campos cuando ingresan al ejercicio de la política y del servicio público, “luego luego” piensan en esta posibilidad de llegar a ser presidentes de la República, gobernadores o ya, por lo menos para empezar, presidentes de algunos municipios? Ah, pero eso sí, no de cualquiera, sino de los importantes; de los atractivos políticamente y de buena capacidad económica, a fin de que les permita proyectarse, pues los que no tienen este encanto, no solo no les va a dar brillo ni les va a redituar, sino por el contrario, corren el riesgo de tener un desgaste. Al menos que midiendo sus capacidades, cualidades y posibilidades, tengan los pies bien puestos en la tierra, y solo se conformen con un proyecto político local.
Muchos me dirán seguramente, “esa pregunta ni se pregunta”. Es claro y obvio, porque así lo expresa mucha gente, que no es por el impetuoso y vehemente amor al pueblo ni por el inmarcesible amor a la patria, como todos dicen tenerlo; sino por lo que significa el poder por el poder mismo, por los beneficios que lleva implícitos y por los que a su vez va dejando su estela durante su paso por el mismo.
Y es que con tal de lograr esta posición política se dan conto todo. Se dan unos agarrones, que “hasta con la cuchara grande” lo hacen, como figuradamente comenta la gente y, utilizando una metáfora de la llamada “fiesta brava”, “se tiran a matar” hasta acabar con el contrincante. Y es que en efecto se descalifican en todos sentidos, pues se exhiben en sus errores, debilidades y en los gajos grises o negros de su pasado; se vituperan; laceran; repulsan y, en ocasiones, hasta la familia “se la llevan entre los pies”, con tal de bajar al competidor que vaya punteando para lograr la candidatura o el cargo deseado. Es más, a veces incluso consienten desprecios, humillaciones e inclusive llegan hasta la deslealtad si es necesario, con tal de lograr el objetivo personal que los mueve. Como a veces se dice: “ya no hay respeto”.
Nunca se reconocen ni resaltan cualidades y fortalezas del oponente y, en todo caso, señalar porqué todavía se es mejor que el competidor, como debería ser en una sana y decente competencia política; sino que vivimos todo lo contrario, siempre denigrar y aplastar. Pero así es el mundo del ser, no el del deber ser político. Así es la real politik, en el ancien régimen político que todavía subsiste, y que no se esfuerza por llegar a convivir en una saludable política refinada.
De igual manera, con tal de congraciarse con la gente, se desgarran las vestiduras para hacerse los simpáticos y llegan hasta lo más falso y ridículo, para buscar la simpatía y el aplauso de la gente. No son auténticos, porque a primera vista se ve en su actuar que no les nace, toda vez que realmente no son sencillos ni acostumbran “codearse con la gente”; con la de abajo desde luego, sino que solo lo hacen con la de arriba y con los de su misma alcurnia política.
¿Será tanta la devoción pura, la vocación inmaculada y de tanto amor casi místico por servir a la gente y al país, al grado de que incluso a veces tengan que hacer y aceptar todo esto y exhibirse públicamente? ¿O será solo por la ambición de lo que encarna tener el poder; de qué se siente sentarse en la silla mágica de la Presidencia; de querer pasar a la historia; que lo quieren para sentirse grandes, poderosos, casi divinos, alabados y omnipotentes, así como por lo que también conlleva en otras aristas?
Y es que en esta temporada política se ha desencadenado un destapadero de aspirantes a la Presidencia de la República (y los que faltan todavía por alzar la mano y decir también “yo quiero”, porque ya hasta parece chunga), como nunca antes en la historia de México había sucedido, y además mucho antes de los tiempos formales que establece la normativa constitucional y electoral. Pero también, lo que nunca antes, provocado y realizado por el propio presidente de la República. Estos son tres hechos políticamente insólitos en nuestro país.
Por eso, “medio mundo” levanta la mano y dice “yo quiero”. Que puedan, es otra cosa. Ahora todos quieren ser y todos se sientes con los méritos suficientes y sobrados. Todos quieren, aunque muchos realmente no tengan ni siquiera la mínima posibilidad de llegar a serlo; pero en fin, ahí andan en el juego. Quizá en su imaginario personal han de pensar que si algunos ya lo hicieron, pues qué más da que “en un golpe de suerte, es chicle y pega y se les hace”, como dicen en mi rancho. Pero también han de pensar que no importa que no lo logren, que lo importante es estar en el escaparate político electoral para pulir el curriculum, al tener en su haber este registro de haber sido precandidatos o candidatos, y así le dan brillo a su curriculum, tal y como algunos a veces lo presumen.
¿Pero esto ha sido bueno para el país? Considero que no, porque tanto los destapados por el dedo decididor de destinos, como los demás aspirantes a ese importante cargo que tienen una responsabilidad en algún ente público, entre otras cosas, se han visto en la necesidad de utilizar anticipadamente tiempo para pensar tanto en sus compromisos institucionales y legales, como en su nuevo rol político electoral de futuro de manera simultánea; han tenido a la vez que dedicar tiempo para atender la encomienda oficial que poseen y el que les exige su nueva ocupación política de aspirantes para no quedarse atrás en la carrera por el poder; han tenido que pedirle seguramente a varios de sus colaboradores que procuren no descuidar el encargo administrativo que desempeñan y dividir su tiempo para realizar las actividades de promoción política y adhesión al proyecto del jefe y aspirante, y quizá, directa o indirectamente, la tentación de disponer de algunos recursos públicos en la dinámica de la promoción personal.
Y todo esto, con los riesgos jurídicos y electorales que esto conlleva para su persona como servidores públicos. Pero “se la juegan”, con tal de alcanzar el anhelado cargo presidencial. Todo esto en perjuicio del país por adelantar las manecillas del reloj electoral. En corto, son pocos los conformes y los que lo celebran; y eso, por no llevar la contra.
Volvemos a preguntar. ¿Por qué todos quieren el poder presidencial? ¿Será porque todos sienten un profundo, abnegado y entregado fervor por servir al pueblo y al país? ¿O será en el fondo realmente por lo que ésta representa? Por eso, hay que ver primero, y muy bien, casi con lupa, quiénes son los aspirantes, qué antecedentes tienen y con qué credenciales cuentan. El país no puede jugar a la aventura. El país no aguanta más.
Creo que todos los que aspiran y los que vengan más adelante le deben mucho a la sociedad. Primero le tienen que decir y explicar bien, pero con honestidad, por qué quieren ser presidentes de la República, con qué talantes cuentan y qué cartas de presentación tienen para ese fin, de tal suerte que se les vea estatura, capacidad y altura de miras; que tengan buena reputación; que sean confiables; que se tenga, no la esperanza, sino la certeza de que van a cumplir plenamente con los compromisos, y que le van a dar total certidumbre al rumbo del país.
Pero no basta solo con decirle a la gente qué van hacer; esto es, solo “de lengua para afuera, porque de lengua me como un plato” dice la gente, y porque prometer, ya se ha visto, no cuesta nada; sino también con qué lo van hacer, cómo lo van hacer, cuando lo van hacer y con quiénes lo van hacer, rodeándose de un equipo de trabajo experimentado y probado, sobre todo para resolver los grandes problemas nacionales que aquejan, lastiman e inhiben el desarrollo sostenido del país, a fin de darle certeza y confianza a la gente y que tenga credibilidad en ellos. En este sentido deben ser serios, francos y comprometerse a cumplir verdaderamente con lo que ofrecen y prometen, basados en estudios debidamente fundados y razonados. Pero sin duda, para lograrlo, su primer tarea y reto urgente debe ser trabajar incansable y denodadamente para lograr a toda costa la reconciliación y la unidad de la nación, para en verdad hacer posible el bienestar de la población y del país.
Y todo esto, para que luego no salgan con que hay que hacer consultas a la gente; porque éstas solo se permiten y se hacen en las materias y con la forma que establece la Constitución, y no de cualquier otra cosa y de otras maneras. Menos en aquello que debe intervenir forzosamente la ciencia y la tecnología para determinar su viabilidad en los rubros de que se trate. Porque para eso se inventaron y están las universidades y los centros de altos estudios profesionales y científicos, para preparar, formar y crear a profesionistas y profesionales altamente calificados y especializados en cada ramo y diciplina. Para eso están los hombres y mujeres de ciencia y los técnicos en cada materia, para estudiar, investigar, experimentar, inventar e innovar lo que se necesita. Sí, desde luego, hay que hacer consultas cuando sea indispensable, pero a los sabios, a los profesionistas y a los técnicos altamente especializados. A los que sí verdaderamente saben.
Es mentira que el pueblo, visto solo como conglomerado humano, es sabio. No, el pueblo no sabe de todo y mucho menos es versados en todo. Esto es imposible, y menos cuando se trata de la alta especialización en el mundo de la ciencia y de la tecnología que atañe en muchísimos renglones a la vida del país. Como pueblo, como conjunto amplio de personas que componemos la población común, carecemos de muchísimos conocimientos en un sin fin de ramos que requieren alta especialización. Sí, sin duda, sabemos del entorno que nos rodea, de lo que cotidianamente hacemos, de lo que realizamos en el día a día. De eso si sabemos cómo hacerlo y hasta mejorarlo, pero no en lo que requiere el alto conocimiento y la expertís que proporciona la ciencia, la tecnología y la puesta en práctica de éstas en campo.
Por eso no nos pueden consultar de lo que no sabemos ni tenemos la remota idea. Mucho menos cuando el nivel educativo que tenemos como país es bajo. Imagínenos si toda la población tuviéramos una destacada o excelente preparación académica y fuéramos peritos en todo, la posición en que estaríamos colocados y el papel que estaría jugando nuestro país. Pero eso sí, como acabamos de decir, invariablemente hay que recurrir y preguntarles a los que saben, a los expertos, porque de lo que se trata es de buscar siempre lo que más y mejor le conviene, apuntala y proyecta al país a una vida mejor. Por eso, quienes aspiran que hablen con la verdad, y que digan por qué quieren ser presidentes.