Muchas de las acciones del actual mandatario, tienen que ver más con actos proselitistas que con una verdadera conducción de gobierno. Ser candidato es el verdadero terreno de López Obrador, por lo que mucho de lo que hace responde a esa lógica y no a la responsabilidad que tiene como titular del Ejecutivo Federal, en cuyo ejercicio los resultados demuestran su real dimensión.
No es lo mismo ser…
Ser candidato tiene sus ventajas. Una, muy importante, es que no se tiene responsabilidad alguna por lo que sucede en el país, por lo que se puede criticar a gusto lo que hacen quienes están a cargo del gobierno.
Otra ventaja, es que no se tiene que rendir cuentas, en especial de los recursos con los que se mantiene un tren de vida que permita recorrer todos los municipios del país un par de veces.
Tampoco hay que enfrentar los señalamientos de todos los sectores sociales, pues se puede estar de gira en auditorios llenos de simpatizantes que aplaudirán todo lo que diga, en un entorno controlado.
Asimismo, se puede acusar con la confianza que el señalado tendrá que probar su inocencia, pues la palabra de un opositor tiene más peso que la de alguien en un puesto oficial.
También se tiene la simpatía que despierta enfrentarse al poderoso aparato del gobierno, con lo que obtiene protección extra ya que ningún gobernante desea tener que explicar porque un candidato opositor sufrió un “accidente”.
Pero todo eso cambia cuando se gana una elección. El candidato debe dejar ese papel para asumir el puesto de titular de un cargo público, sea legislativo o ejecutivo.
La ley marca responsabilidades y límites claros en su actuar. Ya no se representa a una parte de la ciudadanía, sino que se tiene que gobernar para todos, con independencia del origen partidista, incluso se invita a miembros de otros institutos políticos para dar muestras de pluralidad y se escucha a distintos actores sociales.
Lo anterior es lo normal en cualquier nación democrática, en la cual un líder opositor gana unas elecciones, lo cual da mucha credibilidad al proceso electoral del cual surgió como gobernante y a los actores que tomaron parte del mismo.
Digo, es lo normal en cualquier país, pero no en México y no en el caso de Andrés Manuel López Obrador.
Y es que el presidente no ha querido dejar su papel de candidato, un puesto eterno –según su concepción– en el que se siente a sus anchas. Muchas de sus acciones tienen que ver con esto. Giras en las que surgen imágenes ataviado con arreglos florales, en comedores en los que presume los alimentos que está disfrutando, aspectos del paisaje o alguna curiosidad que se encontró en el camino.
La página de Presidencia siempre lo muestra sonriente y con gente que quiere tocarlo, estar cerca de él, como algunas estampas religiosas han mostrado antes.
Su conferencia mañaneras diaria está llena de dichos populares, de expresiones que buscan ser recordadas más por la singularidad de la combinación de las palabras que por la certeza que transmiten, incluso la manera con la que defiende su derecho de réplica para atacar a sus adversarios, como en toda campaña electoral, es parte del papel que debe asumir un candidato.
Y muchos aplauden ese actuar, bajo el argumento de que, ahora sí, tenemos un presidente diferente, cercano a la gente, pero hay un problema en ese esquema: así no se gobierna.
Los resultados están a la vista y el esfuerzo que se hace por defender medidas en rubros como salud, economía, seguridad pública y otras que no han mostrado avances, es prueba de que la lógica es más de una campaña electoral que de un creador de políticas públicas. Y en la medida en que este esfuerzo aumenta, en esa misma medida los resultados negativos crecen.
Un ejemplo muy claro de lo anterior se localiza en el tema del avión presidencial. Denunciado como una aeronave que “no la tiene ni Obama” –lo cual fue una mentira que respaldaron sus fanáticos–, López Obrador se ha encargado de viajar en vuelos comerciales –que también tienen un costo–, en lugar de utilizar una unidad de la Fuerza Aérea menos ostentosa –hay disponible un Boeing 737 que puede ser configurado de manera austera–, con los consiguientes riesgos de seguridad, pero difundir las fotos con el pasaje, incluso videos en los que una “espontánea” le canta una canción que compuso para él, nos da una idea de que en realidad se quiere transmitir una imagen y no resolver un problema.
Como tampoco se resolvió el tan denunciado, por corrupción, aeropuerto en Texcoco, porque nos ha costado mucho dinero público y no hay nadie en la cárcel por las supuestas irregularidades, incluso se invitó a los empresarios que participaban en dicha obra a sumarse a la de Santa Lucía.
Y se puede seguir con los ejemplos, incluso mencionar los “otros datos”, que siempre presumen, pero es claro que lo que tenemos a diario es a un candidato que no quiere dejar ese papel, y no lo quiere dejar porque no conoce otro trabajo.