Todo para que López Obrador se perpetúe en el poder. Si se puede desde Palacio, mejor; si no, pues desde donde se encuentre su carroza. Para lograrlo, no sólo hay que romperle los huesos al sistema político; quieren también que la madriza desemboque en una crisis política mayúscula. Es el proyecto dinamita. Suena extraño, porque lo natural es intuir que los demás intuirían, gobierno incluido, que si se friegan al INE y cierran los canales para la participación política, mayor será la ingobernabilidad. En otras palabras, se reparte el pastel o la fiesta se convierte en un cochinero. Suena extraño que eso no se entienda, hasta que uno recuerda que estas consideraciones no pueden aterrizar en mentes que nunca soñaron con tener canonjías, reflectores y poder. Analfabetas funcionales, qué van a perder el tiempo leyendo iniciativas legislativas cuando ya tienen clara su función y reptan extasiados en una parranda tamaño el mundo se va a acabar.
Si hay una disonancia que destaca en la esfera política no es la de estos protagonistas de su propia desvergüenza, sino la de quienes se han tardado en entender – o aún no lo hacen, o quizá nunca lo hagan–, la naturaleza y magnitud de la ambición torcida que asuela México. Sesgo de normalidad es la tendencia a creer que las cosas siempre funcionarán de la misma manera y a subestimar la probabilidad de un desastre. Vinculada a este pensamiento inercial va la suposición de que todos compartimos cierta idea de lo que son objetivos deseables e instrumentos recomendables. Y pues no. La dinamita, por ejemplo, es, para López Obrador y los suyos, instrumento, y también proyecto. Nada original, por cierto, ya entrados en los territorios de la perversidad. En un trabajo reciente, Francisco Ramírez y Patrick Imam explican porqué y cómo, tanto Robert Mugabe en Zimbabwe, y más cerca del corazoncito guinda, el señor Maduro, propiciaron “colapsos de crecimiento inducidos políticamente” para mantenerse en el poder. Y no es el mundo al revés, que conste; es el mundo retorcido de los dictadores que algo entienden de rudezas. Mugabe expropió a los agricultores que apoyaban a sus opositores y les dio las tierras a sus aliados, colapsando la productividad pero convirtiendo la tierra en palo y zanahoria política. Con Maduro, las intervenciones militares de negocios privados colapsaron la inversión, pero arraigaron un sistema de represalias económicas contra enemigos y transferencias para los aliados. Cuando el malvado es listo, como en el caso de Mugabe, los momios ayudan a que gane y mande. Cuando el malvado es tonto, como en el caso de Maduro, puede sobrevivir, pero quien más suele ganar es otra vez el malvado-listo; en este caso, la dictadura cubana, con amplia experiencia como sanguijuela de otras naciones.
Aquí en México van bien los tontos-malos, desbielando todos los motores técnicos del Estado que pudieran estorbar la arbitrariedad de López Obrador. Como en el caso de otros disfuncionales, cabría la esperanza de que se les cayera el tinglado, pero al igual que su cuate Maduro, no están solos: están rodeados de un zoológico fantástico de malvados-listos. También ayuda que millones se gastaron la ciudadanía de toda una vida en la marcha de un solo día. Por ahora, llamarada de petate. Y es así, con sus astucias y sus estulticias, que el proyecto dinamita avanza cada día, abriendo las crueles veredas del laberinto mexicano.