Las redes sociales digitales son una fracción del caleidoscopio humano y, en tal sentido, también reflejan su miseria. Hay que acostumbrarse a esa forma que también tiene el intercambio público en los más diversos órdenes temáticos, por ejemplo en la política: el procesamiento de intereses implica también poner en el centro la reputación de quienes participan de ellos. Incluso es natural que así sea, esos intereses casi siempre implican preservar o conseguir privilegios y por ello ponen en juego la reputación del contrario, más que lo que éste sostenga; su estrategia es descalificar.
Pienso en lo anterior mientras constato las reacciones cuando se enfatiza en la importancia de una ley federal de publicidad que limite los recursos, reglamente los criterios de asignación y defina el carácter de los contenidos de la publicidad, sobre la base del interés social y no de la promoción de la imagen de los funcionarios. Algo de lo más dramático, y yo lo he vivido, es mirar los anuncios de nuestro sistema de salud y que en el IMSS, donde hace poco tuve un diagnóstico equivocado, no hay camas para tantos pacientes que ingresamos. (Luego de que me diagnosticaron colitis debieron atenderme porque tuve pancreatitis)
Estoy seguro de que ustedes han visto los cuestionamientos que recibo luego de enfatizar en el tema de la publicidad, contribuir a su realce público y ofrecer datos sobre el erario distribuido en los medios, incluso en el que yo dirijo. Estoy convencido: los medios exigen transparencia y simultáneamente tienen, tenemos, la obligación de ser nosotros mismos transparentes.
Reitero que la falta de una ley de publicidad se debe precisamente a la defensa de intereses y privilegios, y subrayo también que la discrecionalidad en la asignación del erario influye en los contenidos informativos y editoriales. Decirlo molesta. 45 mil millones de pesos al año es una de las motivaciones principales de esa molestia, más aún si asumimos que sin ese dinero muchos medios no existirían -incluyo a la revista etcétera-. Por eso ahora hay quien cuestiona mi estancia en Europa.
A mis amigos no les debo explicaciones, me conocen, y mis cuestionadores nunca serán persuadidos de lo que yo diga (no está en su naturaleza porque actúan con otros incentivos). Entonces, por respeto a mí mismo y a quienes coinciden en lo sustancial con los planteamientos que hago como parte de mi labor periodística, digo que no tengo nada más en la vida que lo que he leído, comido y bebido, ni nada más que lo que he caminado; me gusta comer, beber y viajar, lo he hecho toda mi vida y entiendo que ello implica costos: rento la casa en donde vivo e, insisto, nada material tengo conmigo salvo mis libros y algunos juguetes de mi infancia. La señora Carmen Lira tiene un departamento con un valor de poco más de dos millones de dólares, algo así como poco más de 40 millones de pesos. Nunca en mi vida he visto esa cantidad, ni siquiera el diez por ciento. Exagero. Nunca he tenido junto a mi ni el dos punto cinco por ciento. O sea ni un millón de pesos. No tengo propiedades ya lo he dicho y reitero, la cuenta en mi banco no rebasa los 50 mil pesos y mis deudas oscilan a los boletos de vuelo que pago a meses sin intereses. Como propietario de etcétera sólo soy dueño de una herramienta de difusión donde intervienen 13 personas en la oficina y alrededor de 26 colaboradores al mes, tanto en la plataforma impresa como digital. Los pagos son modestos y ocurren lo más puntual que nos es posible (incluso la generosidad de varios colaboradores nos ha sugerido publicar sin pago, no lo he aceptado ni lo haré). Hacer etcétera es un formidable esfuerzo de difusión que tiene un costo aproximado de 350 mil pesos mensuales y grandes angustias económicas, pero es lo único que sé hacer y me gusta, ser un vehículo difusor de ideas, cultura y literatura. Algo más hay que decir, la revista etcétera depende del erario, sin duda, y una ley de publicidad contemplará si esfuerzos como estos pueden o no ser subvencionados, me interesa mucho dar ese debate, tengo 16 años insistiendo en él, sobre la base de que el dinero gastado es un insulto a la sociedad. Lo digo con honradez. Estoy seguro de que sí, la revista etcétera tiene sentido en un marco normativo y muchos otros medios, a condición también de que los periodistas y dueños de los mismos seamos también transparentes y digamos con toda claridad nuestros ingresos y nos comprometamos con mínimos parámetros que garanticen la función social que también tienen los medios de comunicación.
Mi estancia en Europa es parte de mi hálito de vida, en una atmósfera austera, el saber es una de las mayores motivaciones de la vida. Junto con ello tengo la motivación de volver a ver a mi hijo que anda por estos lares, en Alemania en particular, porque él se ganó ese derecho en una universidad pública, reitero, pública -luego de egresar de la UNAM- y porque quiero abrazarlo; le traigo chiles jalapeños y chile habanero en polvo. Tiene varios meses que no lo veo y pronto lo haré, vendré a verlo las veces que pueda.
Tengo 16 años preparándome para esta situación, ningún medio de comunicación ha publicado tanto como etcétera sobre la publicidad. Sé que habrá más resistencias pero el plazo que dio la Corte es un aspecto nodal para darle forma a la ley. Tengo la entereza para asumir que mi presencia pública, aunque modesta, también implica cuestionamientos; también tengo propuestas y haré todo lo posible porque se abran paso. Ya dije que una estructura normativa podría darle cabida a la revista que dirijo pero eso es lo de menos (aunque me duela), lo importante es que ya no se tire tanto dinero a la basura mientras en nuestro país hay tantas carencias. Acaso sobre todo, tengo la convicción de que ninguna actividad mía tendrá sentido si no cuento con al confianza de ustedes, por mi parte sólo les ofrezco que puedo mirar de frente a todos, porque los sinvergüenzas son quienes se oponen a que esos privilegios se terminen